De cuando los libros volaban

DENÍS E. F.

SANTIAGO CIUDAD

Denis E.F.

Aquí se han gestado las historias más notables, desde que la urbe era apenas almendra pétrea con corazón de madera

22 jun 2017 . Actualizado a las 12:18 h.

Los vencejos están de paso por Compostela. A primera hora de la mañana cortan con serenidad frenética el aire por encima de nuestras cabezas, antes de que el sol lo caliente todo y mientras se escucha el silencio entre las esquinas.

Casi nadie que venga a visitar Santiago se marcha sin haber pasado antes por la Praza de Fonseca. Este pequeño espacio nos recuerda que aquí es donde se han gestado parte de las historias compostelanas más notables y humanas, desde que la urbe era poco más que una almendra pétrea con corazón de madera.

Pieza inseparable de la Universidade, su fuente central fue traída a mediados del siglo XX del convento de las Carmelitas para engalanar la plaza coronada por la fachada renacentista del Colexio de Fonseca. Rodeada por cuatro bancos de piedra, floridos parterres y camelias, el pequeño enclave conserva un tesoro, el último fotógrafo minutero de la ciudad, cuya roja cámara sigue inmortalizando a enamorados y transeúntes. Guitián aporta luz de autor a una Compostela en blanco y negro.

Está flanqueada por dos rúas, A Raíña y O Franco. Ambas han cambiado mucho en los últimos veinticinco años y, salvo excepciones, se encuentran a merced del siglo XXI. Esto tiene razón de ser si somos capaces de ver y admitir que el imparable incremento de visitantes a las zonas monumentales va usurpando poco a poco el carácter de los emplazamientos estrella en las guías de viaje. La intencionalidad e ímpetu con que la «sociedad de bienestar» trata de aportar sensibilidad y descanso a algunos de sus hijas e hijos empieza a verse acorralada por la vorágine y a veces la sinrazón del oportunismo. Es preocupante esa falta de perspectiva, parece que los logros de la gallina de oro sean infinitos, que a ese tren no se le va a acabar el combustible, pero, sobre todo, la carencia de visión de futuro, implícita en el ciudadano pero no tanto en la industria, si tenemos en cuenta que su locomotora se alimenta de tendencias.

El tiempo no es dócil, nos arrastra a velocidad relativa a lo largo del camino de tierra imperfecto. Mientras nuestros pasos se transforman en años, el asfalto que hemos construido convierte el trayecto en olvido; no guardará en su memoria nuestra presencia. Tampoco nosotros recordaremos el viaje si no cambiamos de vía de vez en cuando, por la senda sinuosa de los siglos que han acompañado al estudiante de Fonseca regalándole experiencia, con la seguridad transigente de que sabrá valerse por sí mismo si no deja de estudiar. De papel y aire, el libro de la vida genera constantemente capítulos nuevos. La mayoría no saldrá a la luz. Oro en polvo que el río guarda sin ningún recelo bajo nuestra mirada.