Alumnos sin recursos pisan la Universidad de Santiago

Cristóbal Ramírez SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO CIUDAD

Arturo Cribeiro, fallecido el pasado septiembre, el día de su jubilación como profesor de instituto.
Arturo Cribeiro, fallecido el pasado septiembre, el día de su jubilación como profesor de instituto. Cedida

Uno de ellos, Arturo Cribeiro, de Cedeira, se encontró con la suerte que merecía. Desarrolló una brillante carrera docente

24 mar 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

No se mostró el régimen franquista muy proclive a dar becas. La educación superior fue algo destinado a una élite hasta que los años sesenta del siglo pasado entraron en su recta final, y los poquísimos hijos de obreros que pisaban la universidad servían para maquillar una situación clasista. Por supuesto, desde el famoso mayo del 68 —que en Santiago se adelantó a marzo— una parte de aquellos estudiantes procedentes de los segmentos altos o medio-altos de la sociedad habían empezado a darse cuenta de que no todo el monte era orégano. Se comenzó a hablar de educación democrática, neologismo que quería decir que en el mundo de la educación todos los niños y jóvenes, cualquier que fuese su extracción social, tenían que disponer de los mismos derechos.

Fue entonces cuando el Ministerio de Educación y Ciencia de entonces se sacó de la manga una buena jugada que permitía un lavado de cara y, al mismo tiempo, beneficiaba a un puñado de jóvenes brillantes de familias muy humildes: las becas-salario, concepto vigente hoy en día. O sea, el pago de una beca cuyo importe equivalía a un salario, un monto que daba para vivir en las ciudades pequeñas como Santiago, aunque fuera un poco más dudoso que alcanzase en urbes como Madrid y Barcelona. Lo decía así el BOE en 1970 (no se trataba de la primera convocatoria):

«Se entiende por beca-salario la ayuda económica que se concede para cursar estudios en Universidades o Escuelas Técnicas de Grado Superior a aquellos estudiantes que, reuniendo las condiciones académicas requeridas, carezcan de recursos necesarios y sus familias precisen ver compensados los ingresos salariales mínimos que el interesado aportaría en caso de dedicarse a una actividad laboral».

Arturo Cribeiro, izquierda, estudiante en la Universidad de Santiago
Arturo Cribeiro, izquierda, estudiante en la Universidad de Santiago

Una de esas becas recayó en un muchacho tan noble como fuerte. Vivía con sus padres y dos hermanas en una vivienda tradicional con el mismo nivel de comodidades (o incomodidades) que cualquiera otra similar en aquella Galicia. Estaba en Esteiro, poco antes de llegar a Cedeira procediendo de Ferrol. Aquel muchacho corpulento se llamaba Arturo Cribeiro Bouzamayor, una de esas personas del mundo rural trabajadora y honrada como muy pocas, alegre pero en absoluto superflua. Y generosa, muy generosa, dispuesta siempre a ayudar. Sus notas en el instituto ferrolano Concepción Arenal eran siempre excelentes, pero el hombre no tenía ni la menor oportunidad de pasar de ese nivel.

Arturo Cribeiro se encontró con la suerte que sin duda se merecía. La familia de uno de sus amigos —y este acabó siendo catedrático en la Universidad compostelana, hoy sin duda emérito por razón de edad— lo apoyó en todo momento, así que él solicitó la beca salario y le fue concedida. Aquel estudiante cursó sin el menor problema la licenciatura en lenguas clásicas y en verano trabajaba en restaurantes cercanos a su casa en Cedeira, porque hasta el mes de julio llegaba la beca pero ni un día más.

La vida fue pasando, sus dos hermanas desarrollaron la suya propia, los padres se fueron y hoy Esteiro es un grupo de casas que no recuerda su historia, en la que figura por derecho propio aquel auténtico centro social que era el bar del señor Ardeón, como era conocido en toda la comarca. Arturo Cribeiro acabó viviendo en Ferrol y hasta su jubilación dio clase en un instituto, gozando del aprecio general. En este caso se demostró que es cierto aquel dicho de que uno recoge lo que siembra: el día de su despedida, que fue multitudinaria, sus alumnos mostraron una pancarta que rezaba «El último genio nació en 1951. Te queremos Arturo». Cribeiro falleció el pasado 6 de septiembre. Era mi amigo.