Las roscas de toda la vida salen de un obrador de Bardaos

Santiago Garrido Rial
S. G. Rial CARBALLO / LA VOZ

TORDOIA

Ana García

Susa Silveira es la tercera generación que elabora las tradicionales galletas

02 jul 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Los veranos saben a rosca generación tras generación. En el podio de las imágenes y los sabores con los que se asocian las romerías y las ferias siempre van a estar esas galletas redondas, con agujero central, pero también sin él, que se venden sobre todo en las entradas de las grandes celebraciones. Para muchos es un rito inquebrantable: cómo pasar por San Fins o los Milagres de Caión, por A Barca o por la Santa de Muíño sin llevarse unas a casa, mejor de las que cuelgan (generalmente diez o una docena) en la vara de mimbre, el vimbio de toda la vida.

Ana García

Para mantener esta tradición, alguien ha de fabricarlas con la receta y las formas clásicas. Lo del nombre ya va por zonas: rosca la entera, para unos, rosquilla la del círculo central, para otros, rosca esta última también para muchos… Lo que está claro es que son de dos formas principales. De unas y otras han salido, por decenas de miles, de la casa de Susa. Rosquillas Susa, en O Petón de Bardaos, en Tordoia. Justo en esa zona de límites difusos en que una casa hacia aquí es Cerceda, en A Tablilla de Rodís, y otra para allá. Tordoia, ya en la parroquia de Bardaos, pronunciada sobre todo como Bardáns es esos lares.

Ana García

Tercera generación

Susa Silveira Lamas es la tercera generación de un negocio que comenzó su abuela materna y que siguió, de manera ya más profesionalizada, su madre, a la que envió a un afamado obrador de Carballo.

«A unha irmá mandouna aprender a coser, e á outra, a facer roscas e pan», explica Susa. Las segundas acabaron imponiéndose.

Ana García

La abuela de Susa ya sabía trabajar esa materia, pero con los nuevos conocimientos el avance fue notable. Eran los años sesenta, y así ha continuado hasta hoy esta pequeña fábrica de roscas, de las pocas que quedan en la provincia e incluso en Galicia. La tradición de ver y comprar resiste, pero elaborar ya es otra cosa. En esta casa, además, solo fabrican, no venden, porque no tendría mucho sentido hacerle la competencia a los clientes. Con una excepción: en la propia casa, sí. Uno puede acercarse a ella y, en la barra, tomar algo y llevarse unas roscas. No es un bar convencional, pero sí uno de esos sitios clásicos para los vecinos a los que acudir para charlar y echar un trago o saborear el dulce.

Pero de lo que viven es de los clientes de toda la vida, aunque esto sea mucho decir, porque los años pasan, algunos ya venían de viejo y el tiempo se los van llevando, como todo. «Pero sempre vén algún cliente novo, vendedores non faltan», explica. Y de toda la Costa da Morte, de Ordes, de comarcas cercanas... Obviamente, el verano es la mejor época, aunque hay para repartir en el resto. Las rosquillas tienen mucha aceptación, «pero as enteiras tamén se venden moito», explica Susa. De ellas se valora esa elaboración manual, una a una, que garantiza su calidad. La mayor evolución fue la amasadora, hará unos 40 años. Pero el resto continúa: harina y agua, azúcar y anís. Posiblemente en la medida exacta de esta bebida esté una de las claves del éxito, que es el fondo de la forma (redonda).