El K-Pop se baila por las tardes y se canta por las noches: el furor por Corea crea comunidad en Santiago

CARMEN NOVO SANTIAGO / LA VOZ

VIVIR SANTIAGO

Una clase de baile K-Pop en el estudio de Santiago AVD 173.
Una clase de baile K-Pop en el estudio de Santiago AVD 173.

La fiebre por el fenómeno musical asiático ha juntado a grupos de jóvenes para crear sus propias coreografías en las calles compostelanas y ha servido como impulso para aprender alguna que otra palabra en coreano para cantar en un karaoke de la zona vieja

17 feb 2024 . Actualizado a las 11:24 h.

Es de noche y, como cada fin de semana, los jóvenes animan las calles de la zona vieja de Santiago. Vestidas con ropa de neón y mechas de colores trenzadas en el pelo, Lucía y sus amigas —todas entre los veinte y los veinticinco años— destacan entre las demás. Se dirigen hacia la discoteca Bloom, a un par de minutos de la Plaza de Cervantes, en la que, sin una periodicidad definida, se organizan fiestas temáticas de K-Pop. Una vez dentro, todo es brillante: cristales pegados en la ropa que reflejan la luz, maquillajes arriesgados con eyeliners imposibles y pinturas fosforescentes. La de este club nocturno es una de las iniciativas inspiradas en la cultura coreana que comienzan a florecer en la ciudad. En Santiago, entre edificios de cientos de años de antigüedad, el K-Pop se baila y se canta por el día y por la noche.

Como etiqueta, la «K» mayúscula delante de la palabra «pop» es la que delata los orígenes de este género. Así, además del K-Pop, están los K-Drama, la K-Beauty, la K-Fashion… y el K-Loquesea. La letra hace referencia a Corea, país en el que, desde los años noventa —aunque muchos todavía no se hayan dado cuenta de que este fenómeno lleva más de dos décadas ocurriendo— unos cuantos grupos forjaron un estilo que, hoy en día, destrona en las listas de éxitos mundiales al reggaetón y a los artistas de la música pop con más tirón. Es un sonido comercial y pegadizo en el que la imagen tiene una importancia enorme. El K-Pop son los Idols —que es como se denomina a los artistas— y su estética: en lo que cualquier persona alejada de este mundo puede tildar como «extravagante» está la norma.

Imagen del grupo femenino New Jeans, uno de los exponentes más importantes de la tercera ola de la música K-Pop. En su estética, perseguida mundialmente por sus fans, predomina el color rosa, el pelo largo y los brillantes.
Imagen del grupo femenino New Jeans, uno de los exponentes más importantes de la tercera ola de la música K-Pop. En su estética, perseguida mundialmente por sus fans, predomina el color rosa, el pelo largo y los brillantes. YONHAP | EFE

Está BTS, el grupo que rompió todos los récords y las listas mundiales antes de anunciar el año pasado un parón en su carrera, pero también está Black Pink, la girlband que llenó el Palau Sant Jordi, en Barcelona. Con las imágenes de New Jeans, Twice, Oh My Girl, Red Velvet y un largo etcétera de bandas masculinas y femeninas —porque no, no suelen ser mixtas—, se decoran fundas de móviles, camisetas y libretas. Un fenómeno fan que no entiende de fronteras suena también en una serie de locales de Santiago que, viendo el nicho que todavía quedaba por cubrir, han desplegado sus propias iniciativas para acercar el K-Pop a la ciudad. También a título personal, grupos de jóvenes —que en muchos casos no alcanzan la mayoría de edad—, se reúnen tarde tras tarde haciendo de los edificios del casco histórico el escenario más curioso para una video cover.

La ciudad menos «k-poper»

Santiago todavía es uno de los núcleos menos k-popers de Galicia. Sigue la estela de A Coruña, donde es raro el día en el que no haya un grupo de adolescentes bailando en el Palco de Música de los Jardines. En la ciudad también se celebra la ExpOtaku, la muestra más grande de la cultura asiática en Galicia, y tiene sede el único colectivo de la comunidad fundado en torno al K-Pop, Kimchimochi, que organiza charlas mensuales y demás actividades. Le sigue Vigo, ciudad en la que este verano se fundó la primera tienda dedicada única y exclusivamente a comercializar artículos relacionados con el K-Pop de Galicia. «En Santiago hay una comunidad, pero es más pequeña que en otros lugares. Lo importante es que hay público y que la gente está ilusionada con lo que se organiza», explica José Bouzas, de Bloom.

La discoteca de la zona vieja compostelana organiza desde hace unos cuantos meses fiestas temáticas de K-Pop. «Los clientes las demandaban y justo coincidió con que hay dos personas en el equipo, Noah y Suso, que son muy aficionados a este tipo de música. Entre los tres nos pusimos a ello», rememora Bouzas. Por ahora llevan cuatro ediciones y prevén que la quinta se pueda celebrar el mes que viene, en marzo. Afirma que la música que suena dentro es variada y que, además de lo tradicional, las fiestas se salen un poco de la norma con un karaoke que organizan al principio de la noche —las canciones son en inglés, aunque algunos fans saben algo en coreano— y con una pasarela —«runway, como se llama ahora»— que sirve para bailar con premio y para exhibir los looks

«Es una fiesta muy arraigada entre la gente joven que nació en torno al año 2000. Tratamos de implicar a las nuevas generaciones», explica el gerente de Bloom sobre el público asistente. No obstante, aunque el fenómeno del K-Pop parezca algo reciente y cause furor entre los Gen Z, sus orígenes se remontan a los años noventa. «Al igual que hablamos de clásicos de la música pop, ya hay clásicos del K-Pop. En la primera de las fiestas, en el volumen uno, estuvieron representadas las primeras generaciones, que van desde los años noventa hasta los dos mil», continúa.

Para él, el éxito de la tendencia reside en la propia naturaleza de la música, pegadiza y bailable. «El K-Pop es una mezcla de muchos estilos, que van desde el techno y el pop hasta el rock y blues. A las fiestas viene gente muy k-popera a la que le encanta el K-Pop y que se alegra de que haya una fiesta concreta de este género, pero también personas que vienen habitualmente a Bloom y que pasan una noche diferente», explica el organizador. En cada fiesta se prepara una sesión de música y, aunque se incorporan temas de la anterior, siempre hay canciones nuevas para añadir a la lista. Una de las características de la industria musical que alberga al K-Pop es la inmediatez. De un solo parpadeo ya hay un hit y una nueva banda que pasa a ser la sensación del momento.

Lo mismo asegura Lucía Castro, profesora de baile en la academia Avenida 173, situada en la Avenida de Lugo. «Trato de estar actualizada con las rutinas que se van sacando, pero también escucho las sugerencias y a veces volvemos a canciones más viejas que ya son icónicas», explica. La clase se ejecuta igual que cualquier otra: cada semana preparan una coreografía que también graban en vídeo. En el K-Pop es tan importante la música y el baile como la estética y la manera de inmortalizarlo con una cámara.

Cuando comenzaron, en A Coruña ya existía un estudio que impartía clases de K-Pop, pero en Santiago todavía no había nada parecido. Lo que les hizo arrancar con la iniciativa fue escuchar a los propios alumnos: se dieron cuenta de que muchos bailarines de la escuela estaban involucrados en la temática coreana. Ella misma cuenta que, desde que se empezó a interesar por el género, no le quedaba otra que aprender coreografías de manera autodidacta a través de vídeos de Youtube. «Me acuerdo de buscar tutoriales para aprender y el sentir una falta de  comunidad con quien compartir esta afición. En un inicio, al anunciar la clase de prueba, no hubo mucha respuesta, pero, en cuanto se presentó en el horario antes de comenzar el curso, las inscripciones ya fueron llegando y vimos que la demanda era suficiente como para llevar las clases de K-Pop a cabo», explica la profesora.

«Considero que Corea es una de las grandes potencias ahora mismo en el mundo de la danza. Los Ángeles sigue ahí, pero en Seúl hay un auge en todos los estilos», explica Castro. La tercera oleada del K-Pop, que mezcla estilos de baile que van «desde el hip-hop y el house hasta el jazz y el whacking», es un género que internacionaliza la Generación Z. Por eso, «aunque todo el mundo es bienvenido», en las clases hay entre seis y nueve personas y todo depende de la época del año: la gran mayoría de las alumnas son estudiantes de entre 15 y 18 años, por lo que cuando hay exámenes, van menos. 

Una de ellas es Lía, compostelana que, como muchas otras, comenzó a interesarse por el género a raíz de conocer a BTS. Aunque con pesar reconoce que Santiago no es una ciudad tan viva para el K-Pop como otras de Galicia, celebra que, poco a poco, se vaya creando comunidad: «Ayuda a que la gente que disfruta de esto no se sienta tan cohibida de expresar sus gustos. Con el tiempo aprendí que no es malo escuchar música de este estilo, y en parte, fue por participar en iniciativas de este estilo», explica la joven. En una clase de baile de algo tan característico, además de aprender, se conocen a otras personas con las que compartir y crear.

Hace un par de meses, Lía formó junto a unos cuantos amigos de la ciudad un grupo de dance cover. Esta especialidad, muy extendida dentro de los mundos del K-Pop, consiste en aprender y ejecutar las coreografías exactas que realizan los Idols en los videoclips de las canciones. Sobre todo, lo importante es grabarlo: pocas veces en un género musical la estética fue tan importante como lo es en el K-Pop. Los movimientos se adecúan a los juegos de cámaras y en el vestuario se busca la armonía. Es una dinámica extendida entre los grupos de amigos que comparten como afición el gusto por la cultura coreana. 

Lucía Castro también formó parte de uno que, por cuestiones personales y profesionales, ya no se mantiene en activo. «Planeábamos cada proyecto de cara a presentarlo en las hobbies con, expotakus y otros eventos donde había competiciones de baile. Uno de nosotros hizo un plan para un año e intentábamos contar la misma historia en las presentaciones. Quedábamos casi todas las tardes para practicar y gestionar nuestras redes sociales», recuerda la joven. 

Las coreografías, sobre todo si son grupales, se hacen en la calle, «para que otra gente lo vea y lo apoye». La Plaza de Quintana, la del Obradoiro, la Alameda, Platerías, el Toural, Belvís, el parque de Bonaval o cualquier lugar de Santiago que permita amplitud en los movimientos puede ser el escenario perfecto para bailar K-Pop. Si hay gente, mejor. «Otra de las características del género es que gusta exhibirse», indica el dueño de Bloom. Para completar una coreografía de K-Pop tiene que haber detrás un buen videógrafo que se desplace con los movimientos. Luego, en YouTube, los vídeos amateurs suman millones de visualizaciones.