«Cuando vuelva a Alemania voy a echar de menos el raxo y que haya un bar en cada esquina»

VIVIR SANTIAGO

De izquierda a derecha, Lucas, de Alemania, Cameron, de México y Raffaele, de Italia.
De izquierda a derecha, Lucas, de Alemania, Cameron, de México y Raffaele, de Italia.

Varios estudiantes extranjeros en Santiago intercambian sus impresiones sobre la capital y ponen sobre la mesa las cosas que más les llaman la atención: «Es una ciudad con mucha gente de lunes a sábado, pero los domingos es como si no existiera»

10 mar 2024 . Actualizado a las 13:54 h.

La primera sorpresa que se llevó Raffaele al llegar a Santiago fue una mañana en la que salió dispuesto a desayunar fuera de casa y, contra todo pronóstico, no encontró ninguna cafetería abierta. «Tampoco era tan temprano, deberían de ser las siete», recuerda. En los seis meses que lleva viviendo en la ciudad ha aprendido que si quiere tomar el capuchino y el cruasán a su hora habitual, se los tiene que preparar él en su cocina. «Deberían de madrugar más», dice este italiano en perfecto español. Cuenta que, cuando va a las tiendas, los dependientes le preguntan cuánto tiempo lleva aquí. «Hablas muy bien», le dicen, y lo cierto es que lleva estudiándolo desde la escuela primaria, aunque, antes de comenzar su Erasmus, las dos únicas referencias que tenía de Galicia era que existía el Camino de Santiago y que había dos equipos de fútbol, el Celta de Vigo y el Deportivo de A Coruña.

Lukas lleva ya un semestre en Santiago y todavía no se ha atrevido a probar el pulpo. «Tiene una textura extraña, creo que no me va a gustar», explica este estudiante alemán de Filología. Cree que si alguna vez llega a hacerlo será acompañado de sus amigos picheleiros, esos que le descubrieron el tinto de verano y el raxo, plato que sí le gusta. También que para chapurrear un poco de gallego tenía que hacer diminutivos con la letra «ñ» intercalada. «Graciñas, cociña», enumera. Le llama la atención lo «amable» que es la gente, cosa que en alguna ocasión le ha hecho sentir incómodo: «Una vez fuimos a ver un partido de la Champions a un bar y pedimos unas claras. Tenía ganas de aceitunas, así que le dije al camarero que me pusiera unas pocas. Cuando fui a pagar, expliqué en la barra que tenía una clara y unas aceitunas, pero me dijeron que estaban también incluidas». Recuerda que, en ese momento, se puso colorado.

Tres semanas le han bastado a Luis Felipe para atestiguar la diferencia más grande que encuentra al comprar su Ciudad de México natal con Santiago. No ha pasado ni un mes desde que se estableció en la capital, pero no duda al decirlo: «Voy por la calle de noche sin el miedo que tenía allí de que me pudieran atracar». Cameron, que también es mexicana, destaca otro tipo de seguridad, la vial: «La gente conduce con respeto, dan prioridad a los peatones y paran si una persona mayor tarda más en cruzar el paso». A ella, que lleva ya seis meses estudiando el intercambio en la USC, le atrajo su fe cristiana y la voluntad de reconectar con la Iglesia. A él, las referencias positivas sobre la ciudad que le había trasladado un familiar de Madrid.

Raffaele se emocionó cuando hizo sus primeros amigos en la ciudad, pero se sorprendió cuando decidieron salir de fiesta y, al llegar a la discoteca, no había nadie. «¿Dónde está todo el mundo?», pensó. A punto estuvieron de irse —«total la entrada había costado siete euros, en Italia como mínimo habrían sido veinte»— si no fuera porque el portero les avisó de que la gente solía llegar un poco más tarde, «a la hora a la que nosotros nos vamos para casa». A Lukas le parece curioso que los bares de la zona vieja estén situados en edificios tan antiguos y defiende que Fontiñas, su barrio de residencia, «es el más bonito que hay porque tiene muchas zonas verdes». Como dato curioso, conoció a sus compañeros de piso gracias a una cuenta de Instagram que subía anuncios de las habitaciones que se quedan libres en la ciudad y no recuerda que la última vez que había estado en España el aceite de oliva fuera tan caro.

Una ciudad «barata»

¿De verdad en Santiago hay tantas cosas raras? Son los testimonios de algunos estudiantes internacionales que explican a La Voz lo que más les sorprendió al aterrizar en la capital. Cada uno cuenta un par de cosas, pero la lista se podría agrandar. El tiempo es tal cual se lo habían descrito antes de llegar, aunque cuando escuchaban las historias pensaban que las personas exageraban con lo de la lluvia. «El italiano medio, cuando llueve no sale de casa. Aquí no te queda otra», explica Raffaele. «Si tuviera que cambiar una cosa de la ciudad sería el clima. Soy de México y no estoy acostumbrada a que salga cinco minutos el sol y que luego se ponga a llover», continúa Cameron. «Yo me vine preparado con paraguas y cazadoras impermeables para poder salir a gusto», sentencia Luis Felipe.

Algunos ven raro que a media mañana sus compañeros pidan en la cafetería de la facultad una tapa de tortilla para merendar y otros presumen de descubrimientos gastronómicos como el marisco, del que destacan tanto el precio —elevado— como la calidad —buena—. Les gustan las tapas y que, cuando piden un refresco, venga acompañado por algo de comer. Ahora ya no se creen el estereotipo que deja a los gallegos como personas cerradas e introvertidas: se han sentido acogidos por la gente de la ciudad, aunque no todos por sus compañeros de la universidad. Piensan que ellos siempre han sido más abiertos con las personas que llegaban a sus clases de intercambio.

Coinciden en que, si eligieron Santiago, fue porque no era demasiado grande. Eso sí, dice Raffaele que «es una ciudad con mucha gente de lunes a sábado, pero los domingos es como si no existiera». El italiano, además, piensa que es un lugar «muy barato». Mientras que los picheleiros denuncian la subida de los precios del alquiler y la dificultad para encontrar pisos en buenas condiciones, los estudiantes extranjeros van a contracorriente. Ellos llegan a sus habitaciones a través de los foros que tienen entre todos los estudiantes de Erasmus y muchos de ellos vienen de ciudades más grandes en las que el euro por metro cuadrado es mayor. «Me pasaron bastantes fotos de habitaciones y hablé con muchos estudiantes a los que se le quedaba una libre en su piso, pero sí que es cierto que a través de los grupos de Erasmus es más sencillo encontrar».

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Los estudiantes extranjeros en Santiago dejan claro que, lo que para unos es lo más común, para otros es extraordinario. Reflexionan acerca de las tradiciones y costumbres, creyendo que, si algún santiagués pasa una temporada en sus países de origen, también encontraría mil y una cosas que le llamarían la atención. Apuntan, por ejemplo, a la hora de las comidas, mucho más pronto. También a que en otras ciudades universitarias a lo largo de Europa y de América Latina no hay tanta fiesta como en Santiago —o, por lo menos, termina antes—. Ni Santiago ni ningún lugar del mundo se escapa de sus peculiaridades.