No me grites que me enfermas

Lúa Castro LA VOZ

SOCIEDAD

Los matrimonios peleones duran menos, al menos desde el punto de vista de la salud

23 nov 2014 . Actualizado a las 19:14 h.

Casi por casualidad un médico llamado William Farr descubrió en el 1836 que las parejas que se llevaban bien vivían más y mejor. Buscaba datos para un trabajo sobre las profesiones con más riesgos y descubrió que los matrimonios peleones duran menos, al menos sanos. Al final terminó elaborando una de las primeras teorías de una corriente que atestigua que no gritarse alarga la vida y mejora la salud. De hecho, los científicos ya hablan de un término (psiconeuroinmunología) que plantea la correlación que hay entre el modo de vida y los sistemas inmunológico, endocrino, así como el cerebro y el sistema nervioso.

Para dar una imagen de la dimensión de una relación donde hay episodios dramáticos los médicos y los psiquiatras ponen un ejemplo: un trato conflictivo es tan nocivo para el corazón como fumar. Para empezar las pulsaciones pueden llevar a elevarse un 30 %, lo que hace que el corazón sufra mucho, al igual que el estómago, que se puede contraer y, por supuesto, sufren los músculos de la espalda y el cuello, que terminan por llegar a convertirse en una suerte de cuenta corriente donde el cuerpo va depositando los peores ahorros: los de la mala leche. Por si fuera poco, las discusiones corren el riesgo de ser crónicas y de hacer que llegado a un momento la mente se nuble y nuestras palabras o sentimientos cabalguen solos hacia el desastre de chillar solo para tener razón, no para encontrar una solución.

Por esta razón, los psiquiatras constatan cada día en las consultas un hecho que durante décadas ha sido un lema de refrán: los solteros tienen mejor salud que los casados que se han divorciado a causa de un historial de trifulcas, aunque mucha menos que aquellas parejas que han encontrado una media naranja con la que la convivencia es apacible. La gran pregunta es qué se puede hacer para evitar las discusiones que nos hacen daño y que terminan siendo demasiado fuertes. Primero hay que aprender a reconocer si hay trastornos detrás que se deben tratar en la consulta de un especialista. Algunos pueden tener que ver con la relación que tuvieron nuestros padres y que, inconscientemente, tememos o tratamos de emular. Si uno de los miembros de la pareja sufre alguno de estos problemas y no es capaz de subsanarlo puede terminar contagiando al otro, y es probable que desarrolle síntomas de ansiedad acompañados de cambios de humor e incluso trastornos psicosomáticos que descompensan el organismo y desencadenan enfermedades graves. Los expertos lo denominan aluvión emotivo e incluso puede afectar a los bebés desde el seno materno, ya que el feto empieza a absorber la información que recibe de su madre y hay pediatras que ya han documentado casos de pequeños muy irritables porque tuvieron sufrimiento fetal debido a las peleas que presenciaron desde antes de nacer.

No hay trucos eficientes -la mayoría de los psiquiatras y psicólogos no se atreven a darlos- para detener una discusión acalorada de pareja una vez que ha comenzado, pero sí se puede evitar llegar a ese punto de no retorno que todos sabemos identificar. La risa o hacer bromas sirven y para sacar fuerzas para chistes se puede tirar de una imagen: la de vernos a nosotros mismos enfermos por las discusiones. «Ninguna relación que te haga fruncir el ceño será buena ni para ti, ni para tu cutis», decía uno de los personajes más frívolos de Sexo en Nueva York. Y tenía razón. Hay que repetirse mantras como este para accionar el freno de mano que paraliza el mal genio y pensar que llevarse bien es la mejor inversión: un depósito a largo plazo en bienestar y un seguro contra un mal día, el de saber que al llegar a casa estás en paz.