«No podemos cerrar el mundo: no es así como funcionan las cosas»

J. C. Gea OVIEDO

SOCIEDAD

Siddhartha Kaul
Siddhartha Kaul FPA | IVÁN MARTÍNEZ

«Durante la crisis, en España hemos aumentado el número de programas por la solidaridad de la gente. Me llamó la atención porque es algo que no sucede en todos los países»

21 oct 2016 . Actualizado a las 15:48 h.

Como muchos de los niños con los que trabaja Aldeas Infantiles SOS, Siddhartha Kaul (Rajastán, India, 1954) entró en contacto con la organización en su infancia por razones de vinculación familiar. Pero su caso era muy distinto al de la mayoría de pequeños y adolescentes a los que atiende la entidad galardonada con el Premio Princesa de Asturias de la Concordia 2016: hijo del director de una de las aldeas radicadas en la India, siguió los pasos de su padre y acabó por convertirse en el tercer presidente de la organización, después de su fundador, Hermann Gmeiner, y su predecesor, Helmut Kutin. Durante sus dos mandatos -el segundo de ellos, recién renovado- Kaul ha aportado las enseñanzas humanistas de Gandhi y su visión nativa de los problemas de la infancia en países en desarrollo y ajenos a la órbita europea, donde las nociones que animaron a los impulsores de Aldeas Infantiles SOS no son necesariamente las mismas que las de la Europa de la posguerra. Porque «familia», el pivote central del trabajo de la ONG, es un concepto muy cambiante según las culturas.

-¿Qué es aquello que puede ser descrito así en cualquier cultura, y qué debería ofrecer a un niño o niña en cualquiera de ellas?

-Una familia es sobre todo un sistema de apoyo, que puede ser físico, pero que es algo más que eso. Algo de lo que nos hemos dado cuenta a través de nuestra experiencia es de una familia es antes que nada un sistema de pertenencia. Alguien necesita pertenecer a alguien, encontrar apoyo, confianza, comodidad junto a alguien. Hay quien lo encuentra en su familia natural, de manera automática, o, como sucede en nuestro caso, carece de familia natural. Nosotros les creamos esa familia. Siempre hay gente que, por el motivo que sea, quieren apoyar, ayudar a los demás. Esto no es ciencia-ficción: simplemente necesitas de alguien que te dé ese apoyo emocional y, sea un grupo o una persona, nosotros buscamos quién te lo dé.

-Son niños y niñas muy distintos en muy distintas situaciones de necesidad, ¿Qué es lo que determina el éxito de su trabajo en relación a cualquiera de ellos?

-Yo diría que nosotros tenemos éxito si el niño crece, llega a adulto, adquiere cultura y llega a ser independiente, autosuficiente. Obviamente, no hay una forma de medir este éxito de forma cuantificada o científica. Cuando los niños pasan a estar bajo nuestro cuidado, todos ellos han sufrido mucho, todos vienen con traumas físicos o morales, violencia doméstica, abuso, maltrato? Dependiendo de la edad y la experiencia que han tenido diseñamos en primer lugar un plan para curarlo de esos traumas. Lo primero es conseguir que confíen en otras personas, y esta es una tarea muy ardua, muy difícil. Imagínate que has estado sufriendo malos tratos de un adulto a diario, y que luego eres recibido por otro adulto. ¿Vas a fiarte de él sin más? Naturalmente, no. Esto lleva mucho tiempo. Es el tipo de evaluación que nos aplicamos: si logramos ese proceso de curación, entendiendo como tal la adquisición de confianza en otros adultos, entonces pasamos a hablar de otras cuestiones: estudios, trabajo? Pero esa es la segunda parte. Yo diría que, en general, entre un 85 y un 90 por ciento de los casos logramos obtener esa confianza. En el resto, por desgracia, no.

-¿Es, entonces, esa la clave de lo que hacen? ¿Restituir la confianza?

-Es el factor principal. Por ejemplo, en Costa Rica, un país hermoso, con gente estupenda ycierto progreso del que he sido testigo, el 90 por ciento de niños que vienen a nuestras aldeas padecen enormes traumas porque han sufrido violencia, y en muchísimos casos han tenido que tomar fármacos para tratamientos psiquiátricos. Lo primero que tenemos que hacer es que consigan abandonar esta medicación, y solo eso lleva tres o cuatro años, con lo que pasan a tener quince o dieciséis años. En ese tiempo, tampoco han recibido educación reglada. Todo esto dificulta mucho las coas. Pero, una vez creada la confianza, es posible salir de esa situación. Lo que es seguro es que, si no la hay, no se logra.

 -Iniciativa individual, financiación privada, apoyo gubernamental... ¿Quién es el socio más decisivo para ustedes?

-La gente, de lejos. Nuestro trabajo práctico nos ha permitido ver que el mundo confía en lo que hacemos, y eso es lo que más sustento nos da, esa confianza. Los gobiernos también nos ayudan, pero en algunos países, sobre todo socialistas, no tenemos el apoyo financiero necesario.

-¿Tienen, pues, algo que aprender los gobiernos de los ciudadanos?

-Sí, y mucho. Y algunos gobiernos de hecho lo hacen, aprenden de los individuos, de las personas. En los últimos años se ha desarrollado el concepto de compra de servicios. Por ejemplo, en muchos países del centro de Europa -Alemania, Francia, Noruega, Países Bajos, y también en Italia y España- el gobierno lo hace así porque piensa que es la mejor manera de hacerlo: nos proporciona dinero -es verdad que en España no suficiente- para que podamos llegar a más y más niños.

-Sin embargo, ha elogiado usted vivamente la actitud solidaria de los españoles durante la crisis económica. ¿Qué es lo que le ha llamado la atención?

-La crisis financiera ha afectado a algunos países más que otros, y España pertenece al grupo de países que ha tenido muchos problemas. Me advirtieron, «en España tenemos muchos programas y vamos a tener que encontrar financiación», así que me interesé por lo que estaba sucediendo aquí, y vi que se estaba abordando la cuestión de manera completamente distinta a la de otros lugares. La gente aquí ha sido consciente de que tenía un problema, pero sabía que otra gente tenía un problema aún mayor. En los programas para comprar libros de texto o uniformes para niños con pocos recursos, cosas sencillas como estas, la gente se ha implicado poniendo su dinero o aportando sus libros usados. Al final, en vez de reducir programas, en España se aumentó el número de ellos. Eso me impresionó, esa solidaridad me llamó la atención. La gente reaccionó, en lugar de limitarse a decir, «yo también estoy sufriendo la crisis, así que no voy a ayudar». Y eso no sucede en todos los países.

-¿Le gustaría transmitir algún mensaje en particular a los gobiernos de los países europeos a propósito de la llamada «crisis de los refugiados»?

-Yo no soy político, pero he visitado un cierto número de campamentos de refugiados. Te digo a ti lo que les diría a ellos: no podemos cerrar el mundo. No puedes vivir en un lugar determinado, una sociedad, y luego construir un muro alrededor para que nadie entre. No es así como funcionan las cosas. No debería ser así. Es el momento de ofrecer apoyo, no solamente en Europa sino en todo el mundo. Debemos ofrecerlo a estas personas que necesitan ayuda. Las leyes para impedir que alguien llegue a su país no funcionan. Cuando hablo con los jóvenes me dicen: «Tío, no tengo oportunidades en mi país, así que voy a viajar a un país donde las tenga». Ese impulso no tiene nada que ver con la religión ni con el dinero. Tenemos que trabajar de manera que los gobiernos de cualquier lugar proporcionen una perspectiva de futuro para los jóvenes. Si no la tienen, lo único que van a hacer es salir de su país de una manera que a nadie le gusta. Y no les podemos decir nada, porque nos responderán: «Bueno, no habéis hecho nada por nosotros, no nos habéis ofrecido nada, así que hemos decidido hacer esto». Esa es la experiencia que yo tengo después de haber hablado con miles de jóvenes. Así que vamos a hacer algo para ofrecerles una perspectiva de futuro en su país, en su cultura de origen, en su sociedad.

-La situación internacional  no parece dirigirse hacia ese punto. ¿Podemos permitirnos el lujo de algún optimismo, aunque sea a medio plazo?

-Soy un optimista nato. Nací así. Llevo trabajando activamente desde hace cuarenta años, así que debo de tener esperanza y optimismo. Hay muchas personas buenas. Muchas más que malas. Solo se trata de encontrarlas.

-Pero algo habrá que le quite el sueño...

-Fuera del jet-lag, duermo muy bien. Insisto: soy muy optimista. Pero aún así hay días en los que siento mucho dolor. Viajando por países europeos y visitanto niños y familias refugiados he visto muchos casos que te hacen difícil comprender por qué hay tanto dolor, tanto sufrimiento. Tenemos conocimiento, dinero, recursos... ¿por qué no lo utilizamos para frenar, para eliminar esta miseria humana? Hablé con un chaval de catorce o quince años en Lesbos. Le pregunté cómo había llegado hasta allí. Era de origen pobre, hijo de granjeros, sin posibilidad de ir al colegio. Convenció a la madre para que le dejara ir a Europa. La madre consiguió algo de dinero, y el también robó algo. Escapó de casa. A los cuatro meses, llegó a Turquía. El dinero se le acabó y estuvo trabajando para ahorrar dinero durante seis meses. Pasó en un barco a Grecia y ahora está en un campo, esperando a saber cuál va a ser su futuro. Le pregunté por qué había hecho todo eso y me respondió de manera muy sencilla: «Yo quiero estudiar y quiero tener futuro, construir un futuro». No sé si lo va a conseguir. Aquel día vi a miles de personas en su misma situación, y sé que van a estar ahí meses hasta que consigan la legalidad. Esa noche no dormí.