A todos los que se levantan temprano los fines de semana. Sin excepción. Sin excusas. Y, confesémoslo, muchas veces sin ganas. Que se suben al coche, que se sientan en la grada. Que con las orejas heladas animan. Aunque no hayamos ganado nada. A los que nos prepararon la merienda al salir del cole y el desayuno muy temprano por la mañana. A los que no perdonaban ni una noche el cuento a la hora de irse a la cama. A los que nos enseñaron a vestirnos y a doblar bien el pijama. Que siempre hay que cepillarse los dientes. Que no se dicen mentiras. Y que para conseguir algo, se trabaja. A los que se sentaron durante un fin de semana entero a explicarnos las dichosas matemáticas. Que hicieron la sintaxis sencilla y de la historia una aventura. A los que nos llevaron cien veces a urgencias, a las seis de la tarde o a las tres de la madrugada. Que nos sonaron los mocos y nos dieron el jarabe con cuchara. A los que nos enseñaron a andar en bicicleta y nos esperaban en el coche a las cuatro de la madrugada. Que no se quedaban tranquilos si no iban a buscarnos para llevarnos a casa. A todos los que nos aguantaron nuestras chorradas. Las del patio del colegio, las de la adolescencia y las de ahora, que son algo más complicadas. A los que nos levantan siempre que nos caemos. Aunque ya empecemos a peinar canas. A vosotros, los papás. Que os lo merecéis todo. Que no lo decimos. Pero que os queremos. Gracias.