María, premio extraordinario de bachillerato en el 2016: «Me sentía una estafa, la mujer no se permite ser ''mediocre''»

Elisa Álvarez González
Elisa Álvarez SANTIAGO / LA VOZ

SOCIEDAD

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Estudiante brillante, tuvo el síndrome de la impostora en el instituto y no encontró en la universidad el espacio de igualdad y libertad que esperaba

10 mar 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

«La propuesta me ha dado para pensar mucho». Se refiere María Gabía Rascado (Ferrol, 1998) a la propuesta de contar cómo le ha ido a una joven que en el año 2016 obtuvo el premio extraordinario de bachillerato por tener uno de los veinte mejores expedientes de Galicia. Saber cuál es la opinión de una mujer de 25 años sobre la igualdad o el feminismo, y si ha encontrado piedras en el camino a lo largo de este tiempo. Las ha encontrado, y algunas se las ha puesto ella misma debido a lo que ahora todo el mundo conoce como el síndrome de la impostora, la falta de confianza que lleva a muchas mujeres a dudar de su enorme potencial. «El instituto fue una época bonita pero a pesar de tener un expediente brillante sentía que estaba estafando a todo el mundo, sentía que no era tan inteligente y pensaba que su fuera un chico no cuestionaría tanto mis capacidades».

María reflexiona, desde una juventud asombrosamente madura y con motivo del 8M, sobre una sociedad en la que es evidente que hay más libertades y oportunidades pero en la que, «seguimos teniendo muy presente la expectativa que hay sobre nosotras». Esta exigencia de ser «súper independiente, súper libre, súper jefa y la mejor en todo. No nos permitimos ser ‘mediocres’, normales, un premio extraordinario puede parecer que da felicidad, libertad y seguridad, pero no tiene nada que ver».

La decepción universitaria

Con este expediente esta ferrolana decidió estudiar Filoloxía Clásica. Fue bien al principio pero fundamentalmente dos realidades hicieron que se replantease su vida: la pandemia del covid y aterrizar en un mundo, el universitario, «en el que crees que no vas a sufrir el machismo que sufrieron nuestras madres o abuelas por no poder llegar a la universidad. Piensas que es un contexto en el que vas a ser mucho más libre, pero me decepcionó bastante». No se refiere solo a las aulas, en donde estas situaciones fueron leves, sino a todo un entorno de ambiente estudiantil en el que el acoso y las agresiones sexuales también existen, «en las fiestas ves cosas terribles, no es nada diferente a otro contexto».

Esa decepción, el confinamiento y otros factores la llevaron a decir basta y comenzó a trabajar. Asegura que finalizará la carrera porque le restan pocas materias pero su objetivo es cursar un ciclo superior sobre ganadería o agricultura. Quiere ser una mujer comprometida y profesional pero no quiere ganarse un respeto «en base a logros que llaman la atención y quedan bien desde fuera, si no me satisfacen como persona». Actualmente limpia en una farmacia y hace una bonita reflexión «entendí que no tengo que ser ningún tipo de mujer para valorarme a mí misma ni para merecer el respeto de los demás».

Una realidad que no existe

Para María es indudable que la sociedad ha avanzado en igualdad. Las mujeres han cambiado y también la visión que ellas mismas tienen sobre sí mismas, «creo además que ya exigimos otro comportamiento a los demás». Sin embargo, asegura que hay cierta frustración porque su generación, y sobre todo las jóvenes, han sido educadas «para vivir una realidad que aún estamos construyendo, para un mundo que no existe todavía, y quizás eso hace que nos frustremos», concluye.