Jesús, guardia civil retirado adicto al «chemsex»: «Después de cinco días teniendo sexo compulsivo sales de ahí como un cadáver»

Juan Ventura Lado Alvela
j. v. lado REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

Jesús, a sus 37 años, se encuentra en situación de retiro en la Guardia Civil debido a sus problemas de salud relacionados con el consumo de drogas que le han llevado a presentarse delante de un tribunal médico y renunciar, al menos de momento, a la profesión que ha sido el sueño de su vida y a la que quizás pueda volver en un futuro, aunque ahora se ha fijado como prioridad la de recuperarse para «volver a brillar», como dice en sus redes sociales.
Jesús, a sus 37 años, se encuentra en situación de retiro en la Guardia Civil debido a sus problemas de salud relacionados con el consumo de drogas que le han llevado a presentarse delante de un tribunal médico y renunciar, al menos de momento, a la profesión que ha sido el sueño de su vida y a la que quizás pueda volver en un futuro, aunque ahora se ha fijado como prioridad la de recuperarse para «volver a brillar», como dice en sus redes sociales.

El funcionario desvela los entresijos de un grave problema que se extiende en el ocio nocturno de ambiente gay

28 abr 2024 . Actualizado a las 10:35 h.

El guardia civil en situación de retiro Jesús David Vázquez ha derribado muchas barreras en la vida, empezando por lidiar con su sexualidad en una familia conservadora de un pueblo de Huelva y con relaciones sentimentales complicadas, por no decir directamente tóxicas. Consiguió dejar el alcohol y la cocaína y ahora está haciendo lo propio con el chemsex, los maratones de sexo y drogas que le han llevado a intentar quitarse la vida más de una vez. La última hace solo unas semanas cuando, después de sentirse nuevamente utilizado por un exnovio, llegó a la puerta del Hospital de Lepe y se tomó un bote de GHB entero. «Caí medio muerto y me ingresaron en la uci. Eso es lo que es este mundo. Te quedas sin ganas de vivir, sin nada», resume Jesús, que con 37 años ha tenido que dejar su carrera y pasar al retiro para salvar la vida. De ahí que haya decidido exponerse públicamente para que «al que venga detrás no le pase lo mismo» y para que se conozca la realidad de los chill, que es como se denominan estas fiestas en el ambiente gay.

Las luchas de Jesús con su propia identidad y sus demonios vienen de lejos. «Con 12 años me di cuenta de que era gay. Me enamoré de mi mejor amigo y no sabía como gestionar eso. Mi familia era muy conservadora», cuenta. Lo que se le ocurrió fue decirles que se tenía que ir del pueblo y acabó en un internado en la provincia de Málaga. «Allí un profesor se aprovechó de la situación que yo tenía. Me generó —añade— una situación bastante traumática». Tanto, que incluso después de irse a estudiar a Huelva ese profesor seguía obsesionado con él. «Se dieron cuenta, alertaron a mi padre y se tomaron medidas», recuerda.

Completó su formación profesional en Empresariales, pero la ilusión de su vida «era ser guardia civil» y lo dejó todo para eso. «Renuncié a una vida de privilegios, porque mi familia es una familia de empresarios de Huelva. Mi padre tenía la fabrica de platos de tiro más grande que hay en Europa. En Jabugo le han hecho un monumento. Y yo renuncié a un puesto de responsabilidad en una fábrica que facturaba cinco millones de euros por cumplir mi sueño», relata.

Tapar la soledad

Lo consiguió. Incluso llegó a una unidad especializada, el Grupo de Reserva y Seguridad (GRS), por lo que trabajó en distintos puntos de España, incluso en operativos con presidentes del Gobierno. Luego vinieron las adicciones de las que logró salir y ahora, «hace dos años, ahí empezó la desgracia con los chill», que, con una mezcla de dolor, asco y fatalidad, describe así: «Son personas que cuando cierran los locales de ocio se reúnen en una casa privada para mantener relaciones sexuales, por lo general sin protección y prolongado durante días». En ese ambiente probó por primera vez «la mefedrona y el GHB, que son drogas que incitan al sexo compulsivo».

«Nada te sacia. Estás en un salón con 20 o 30 personas interactuando sexualmente entre ellas sin preservativo, que luego se dispersan a otras casas, es una rueda que no para», explica el onubense, que ha tenido sus sustos, pese a que, en cierto modo, aborrezca esos escenarios. «Yo iba a consumir, a evadirme, a tapar mi soledad o lo que sea. Nunca he participado en el sexo en grupo. Pero hace poco tome más GHB de la cuenta. No recuerdo lo que me pasó y había signos de que había tenido relaciones sin mi consentimiento. Y he estado tomando los retrovirales [contra el VIH] casi un mes. En estos sitios hay muchos depravados sexuales. Como el GHB anula tu voluntad, hay gente que te echa el doble de lo recomendado y te quedas grogui. Te pueden violar y te pueden hacer barbaridades. Yo salía con unas depresiones enormes de esos sitios. Tu imagínate cuatro o cinco días todas las semanas teniendo sexo compulsivo. Sales como un cadáver a los cinco días, reventado por todos lados. Está prendiendo la sífilis, las gonorreas, los hongos...», denuncia Jesús, que pone de ejemplo la unidad de infecciosos del Hospital Virgen Macarena de Sevilla repleta de estos casos. Se queja de que en esos locales «los camellos campan a sus anchas y cobran con datáfono». Son ellos mismos, los vendedores de droga, los que alquilan casas  y, una vez cierran las discotecas, montan estas fiestas a las que invitan a sus clientes. «Negocio redondo», dice el guardia civil, que asegura que en el ambiente nocturno gay «la mayoría de la gente está atrapada en eso», que es un destructor de parejas porque «cuando relacionas el sexo con la droga es imposible que vuelvas a disfrutar de la parte pasional con una persona».

«Me costó mucho trabajo, un problema de alcoholismo y una depresión salir del armario en la Guardia Civil» 

La exposición pública, con una cuenta de Tik Tok que ya tiene más de 40.000 seguidores, y su contundencia —«El chemsex es un problema que tenemos el colectivo gay»— le están valiendo a Jesús muchos reproches, algo a lo que ya está acostumbrado. No en vano, recuerda que fue fundador de LGTBIPol, la asociación de policías y guardias civiles gais. «Yo mato por nuestros derechos, pero lo que no podemos hacer es esconder un problema que es nuestro por miedo al rechazo de los homófobos y a la gente de extrema derecha. Los homófobos siempre nos van a rechazar, destapemos nuestros problemas o no», afirma.

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En su caso cree que ya se ha tenido que esconder demasiado porque cuando entró en el cuerpo empezó a llevar una doble vida. «No quería que nadie se enterara de que era gay. Mujeres en público, hombres a escondidas... Empecé a beber mucho. Me costó mucho trabajo, un problema de alcoholismo y una depresión salir del armario en la Guardia Civil que, nos guste o no, es una organización muy conservadora», recalca el agente, que, en cualquier caso le está muy agradecido a la institución. Tanto como a la asociación Adara de Sevilla, que ahora le está ayudando a salir del chemsex, con terapia y alternativas sanas de ocio.