El día en el que Igor Tudor eliminó al Deportivo de la Champions League

Fabián Bouzas

TORRE DE MARATHÓN

Aquel gol del croata en el minuto 92 que eliminaba a los blanquiazules de la Champions fue uno de los episodios más dolorosos del deportivismo. Doce años después, el croata volvió a cruzarse en los intereses del Deportivo

29 ago 2015 . Actualizado a las 21:16 h.

Podía haber sido por una genialidad de Nedved, por el oportunismo del infalible Trezeguet, por el juego aéreo del imponente Montero, por un detalle de calidad de Camoranesi. Pero nunca cabía imaginarse que el golpe mortal llegaría de las botas de un jugador secundario, sin grandes dotes técnicamente y que jamás se había prodigado en la suerte del gol. Sus características eran otras; la brega, el sacrificio, la disciplina táctica, valores muy del fútbol italiano de los años 90 y principios del 2000. Su fútbol casaba como anillo al dedo con aquella Juventus excelsa, sólida y efectiva; pero su rol nunca estuvo definido para marcar un gol tan decisivo.

Sin embargo, en aquel balón que cayó desde el plomizo cielo de Turín en el tiempo de descuento, su determinación y definición estuvo a la altura de los grandes cracks del fútbol mundial, un zurdazo descomunal desde la frontal del área, en un campo desgastado tras noventa minutos de un partido intensísimo, jugado de poder a poder. Aquel disparo acabó en la red y la figura de Igor Tudor se engrandeció un poco más para la extasiada hinchada de la Juventus, a la vez que entraba también en la historia negra del conjunto herculino.

Un gol asesino, aliado con la crueldad extrema, en el minuto 92 y sin la más mínima capacidad de reacción. El Deportivo se encontraba eliminado de la Champions League después de jugar un auténtico partidazo en el ya extinto Delle Alpi.

Dos gigantes de Europa

Era marzo de 2003, en una época en la que la Champions exigía jugar dos fases de grupos antes de llegar a los cuartos de final. Ese año, el conjunto de Jabo Irureta quedaba emparejado con dos gigantes del fútbol mundial en la segunda fase de grupos; Manchester United, Juventus y Basilea. 

El Deportivo había hecho una liguilla irregular; con una victoria (ante el Basilea en Riazor), un empate (contra la Juventus en A Coruña) y dos duras derrotas en Old Trafford ante el Manchester United y en Suiza ante el Basilea. Llegaba el encuentro de Turín en la quinta jornada con un Dépor obligado a no perder, incluso el empate albergaba grandes esperanzas para una última jornada en la que se recibiría en Riazor a un Manchester United ya clasificado.

Aquel Deportivo destilaba talento y calidad por cada poro, pero la Juventus no iba a la zaga. Una defensa aguerrida y dura, un centro del campo bregador y férreo con Camoranesi o Davids y un ataque de ensueño con Nedved, Trezeguet y Del Piero. Una Juventus dirigida por Marcello Lippi que aquel año llegaría a la mismísima final de la Champions.

El partido fue un espectáculo. Un duelo maravilloso entre dos equipazos muy distintos  que dignificaron un poco más la mejor competición de clubes del mundo. El Deportivo fue muy superior, llegando a acumular un 62% de posesión ante una Juventus a la que nunca le interesaba aquello de tener el balón.

Pese al dominio blanquiazul, los italianos golpeaban primero con un testarazo de Ciro Ferrara a la salida de un córner. El Deportivo porfiaba sobre la meta de Buffon, la tuvo Roy Makaay en un mano a mano que le detuvo el fantástico guardameta italiano. A diez minutos del descanso, un gran contragolpe conducido por Duscher acabó con un gran centro de Roy Makaay desde la derecha para que Diego Tristán empujase a gol en área pequeña.

Ya en la segunda parte, una genialidad del propio Makaay (que aquel año acabó como Bota de Oro con 29 goles) ponía a los blanquiazules con pie y medio en cuartos después de un zurdazo magnífico que se colaba por la escuadra derecha de Buffon. Quedaban treinta minutos y la Juve se volcó. No tardaron mucho en empatar los turineses, lo hizo David Trezeguet con mucha fortuna en el minuto sesenta y tres, al caerle un balón muerto en el área, tras un disparo inofensivo de Davids que había rebotado en la pierna de César.

El Dépor decidió entonces blindarse, aguantar. Lo hizo estoicamente, liderados por un Fran imperial y un Duscher que junto a Mauro Silva se multiplicó aquella noche. La tuvo Trezeguet con un disparo al palo, nada más en los últimos veinticinco minutos, hasta que llegó aquel minuto 92, aquel balón al cielo rechazado por la cabeza de Jorge Andrade y aquel croata que había entrado en la segunda parte para convertirse en el gran hombre de la noche. El resto es historia, una mezcla de injusticia, rabia y dolor, que así explicaba Mari Luz Ferreiro aquel día: «Cruz. El Deportivo no lo sabía. Pero la moneda que lanzó el sueco Anders Frisk antes del encuentro se instaló en el cielo de Turín por capricho propio y se mantuvo girando. Pero cayó en el minuto 92. «Para vosotros el fútbol, la posesión, las ocasiones», había dicho el partido. «Para los italianos, la supervivencia», respondió la moneda. Y la cruz cayó a plomo sobre los deportivistas». El Dépor acababa tercero en aquel grupo, con los mismos puntos que la Juventus, eliminado y sin ni siquiera tener el consuelo de la extinta Copa de la Uefa.

Un golpe doloroso del que costó levantarse a todo el deportivismo: «Estamos eliminados y no hay que pensar más en lo que sucedió. Nuestra obligación debe ser mirar lo que viene» decía entonces un abatido Juan Carlos Valerón. El Dépor siguió su camino, volvió a la Champions, cosió la herida de la Juventus eliminando a los turineses en octavos de final la temporada siguiente.

Y el verdugo deportivista aquella noche también siguió su camino, dejó el equipo juventino en 2007, tras nueve temporadas y 110 partidos defendiendo a la «vecchia signora». Se retiró en el Hajduk Split de su Croacia natal.

Igor Tudor vuelve a cruzarse en el camino

 Luego dirigió su carrera a los banquillos. Comenzó en el propio Hajduk Split en 2013, allí estuvo dos temporadas. Su rumbo y el del Deportivo parecían alejados para siempre, hasta que la casualidad quiso que el Paok de Salónica le contratase este pasado verano, el club griego que poseía los derechos del principal anhelo de todo el deportivismo; Lucas Pérez.

De nuevo los caminos de los blanquiazules y del croata se cruzaban, esta vez no había tres puntos en juego sino el futuro del gran ídolo del deportivismo. Ya no era sobre un terreno de juego, pero de nuevo Tudor se anteponía en los intereses blanquiazules. El carácter férreo y temperamental del croata estuvo cerca de echar al traste la negociación por Lucas Pérez. 

Incluso, el técnico llegó a abroncar al jugador coruñés en un entrenamiento este mismo verano por falta de implicación con el equipo griego. Finalmente, ambos recondujeron la situación. Lucas se hizo un hombre clave en sus últimas semanas en el PAOK, siendo titular y decisivo con goles para su equipo. Mientras tanto,  Igor Tudor aceptó y respetó el deseo del jugador de regresar a su casa y al equipo que siempre quiso defender.

Ese equipo que hace ya doce años, Igor Tudor dejaba con el corazón roto por una eliminación cargada de dosis de injusticia y crueldad. Nada sanará el dolor de aquella noche de Champions, pero al menos, en esta ocasión, la victoria tiene origen coruñés con sus nombres y apellidos. Podía haber sido diferente, algo también doloroso y muy difícil de digerir para el deportivismo e Igor Tudor, de nuevo, en medio. 

Pero esta vez la moneda salió cara; no se ganó un partido, ni una clasificación de Champions, pero sí se ganó un guerrero para la causa blanquiazul,  se ganó carisma, personalidad, talento y amor por el escudo. Esta vez la victoria es mayor, la de ganar a un referente, una figura que engrandezca los valores del club. La victoria, esta vez, se llama Lucas Pérez.

CESAR QUIAN