«No sale, de ahí no sale»

Xurxo Fernández Fernández
Xurxo Fernández A CORUÑA / LA VOZA CORUÑA / LA VOZ

TORRE DE MARATHÓN

César Quian

Mel vivió su primer encuentro en el Dépor fuera del banquillo, sin parar de gesticular y corregir a voz en grito

03 mar 2017 . Actualizado a las 12:26 h.

Pepe Mel es un señor bajito. Desde detrás del banquillo resultaba imposible distinguir a qué altura del área técnica se encontraba el nuevo entrenador del Dépor. Sin embargo, de vez en cuando asomaba la cabeza, saltarín. En otras ocasiones, eran sus brazos en aspaviento los que superaban la altura de la bancada haciendo más fácil adivinar por dónde caminaba el míster. Por suerte, la noche del nuevo líder blanquiazul discurrió fundamentalmente en los extremos de ese rectángulo de cal punteado que le cortaba el paseo. Allí era más fácil seguir su noche de estreno. Escuchar incluso sus primeras palabras ya en vivo sobre el césped de Riazor. Se las dedicó a Arribas. «Con él, con él», le gritó al central madrileño para que se arrimase a Gameiro en un saque de banda a favor del Atleti.

Así se lo dijo. Dos veces. Recalcando la instrucción. Lo hizo a menudo. Como cuando quiso que sus chicos atosigaran a Correa en una esquina: «No sale, de ahí no sale». Casi todo por duplicado, como si no estuviese seguro de que el plantel captaba la nueva voz de mando. Y por si la reiteración no bastara, se deshacía en gestos. Aplaudía, pedía calma, ordenaba el tráfico en la medular, reclamaba a Fayçal y a Kakuta que intercambiaran puestos cruzando insistentemente los brazos por encima de su cabeza... Todo mientras apuraba el área técnica, rebasando incluso los límites. En el minuto 33, el cuarto árbitro le llamó al orden. El exceso estaba justificado: había salido a celebrar una parada del Poroto y darle instrucciones sobre el posterior saque. Hubo instrucciones para todos.

Mucho más comedido estuvo para festejar el gol. Aplauso breve y visita al banquillo. Allí se guardaba Roberto Ríos. El segundo de Mel apenas asomó un par de veces, con un papel en la mano, para parlamentar brevemente con su jefe. Disuelto el tumulto de celebración del 1-0, el míster volvió a lo suyo. Como si él fuera el primero que tuviese que cumplir con la misión de encender al público. Pidió foco de nuevo, se fue al descanso gesticulando y regresó gesticulando al banquillo. La segunda mitad le debió costar otros cuantos kilos. Más paseos, más saltitos; manos a la cabeza con el gol de Griezmann. Y con el accidente de Torres. Nervios disparados. 

«Escuchadlo, escuchadlo»

Con el Niño controlado en la ambulancia, el técnico local recuperó el ritmo, y se sintió más importante que nunca. Los chavales, tiesos, necesitaban el último aliento. La bronca a Lux por sacar en largo. Los aplausos a Borges por aguantar la bola. Y luego, al centro del campo, torero, a rematar la faena. Charla en el círculo central, mientras la grada jalea. «Escuchadlo, escuchadlo», les grita en medio del corro. Dos veces, para que se le entienda.