«Un refugiado no abandona su país porque quiere»

Jorge Lamas Dono
jorge lamas VIGO / LA VOZ

VIGO

MARCOS CANOSA

Tras formarse con los jesuitas y en China, la doctora regresó al campo donde aún están sus familiares

20 jun 2017 . Actualizado a las 04:00 h.

Su vida es la historia de la superación ante la adversidad. Mireille Twayigira se vio obligada, junto a su familia, a abandonar su hogar en Ruanda cuando tenía dos años. La cruenta guerra entre tutsis y hutus, que se llevó la vida de su padre, la convirtió en refugiada, igual que a miles de sus compatriotas. Tras pasar por varios campos, llegó a Dzaleka, en Malawi. Allí, en las aulas del servicio al refugiado de la Compañía de Jesús pudo estudiar la primaria. Por sus notas, los jesuitas financiaron su estancia en un internado donde brilló académicamente. Finalmente, se aprovechó de una beca del Gobierno chino para estudiar en Pekín Medicina, al tiempo que aprendía el idioma chino. Ahora, trabaja en Malawi, donde siguen algunos familiares internos en el mismo campo que estuvo ella.

-¿Qué motivo le ayudó a superar los graves contratiempos surgidos en su vida?

-Haberme dado cuenta de que tengo una misión en la vida y que para cumplirla tengo que esforzarme. Esta misión la he encontrado en Dios.

-¿Esa misión es ayudar a la gente que tiene a su alrededor?

-En esta misión se revela cada día algo nuevo, pero lo principal sería decir que siempre hay esperanza. Yo quiero ser una fuente de esperanza para la gente que me rodea. Puede ser gente que está pasando cosas que yo he pasado, pero también puede servir para la gente que está en España.

-¿Qué piensa una persona cuando tiene que abandonar su casa y su país?

-Es una vida muy difícil; es una vida que consiste en aceptar lo que uno tiene y en conformarse porque muchas veces uno solo puede aprovechar lo que tiene porque no puede tener lo que quiere. Hablo de gente que en ocasiones eran líderes de su comunidad y después se ven obligados a sobrevivir con menos de lo que estaban acostumbrados. Tienen que aceptarse y adaptarse a la comida que tengan y al refugio que tengan en ese momento. Tienen que aprender a aprovechar y apreciar lo que tienen. Es un duro proceso.

-¿Y si se es un niño, como fue su caso?

-Es todavía más difícil. Yo pasé la mayor parte de mi niñez en un campo de refugiados, y creo que los niños todavía tienen más necesidades, como medicación, agua, comida o educación. Y en la mayor parte de las veces, el niño no es capaz de entender por qué no tiene lo que necesita.

-¿Qué podemos hacer desde Occidente?

-Intentar entender que nadie quiere abandonar su casa, que todos preferirían estar en una situación estable; un refugiado no abandona su país porque quiere sino porque lo necesita. Es importante ver que los refugiados son personas con las mismas necesidades que cualquier otra. Si los tratamos como tal nos daremos cuenta de que son iguales que nosotros porque viven bajo el mismo sol. Creo que es importante que no estemos esperando a que los gobiernos tomen medidas, sino que nos preguntemos cómo podemos hacer para facilitarles las cosas. Individualmente, podemos ayudar de muchísima formas, simplemente debemos descubrir cuál podemos hacer mejor. Todos los esfuerzos que hagamos deben ir encaminados a que ellos se sientan queridos y que pertenecen a un sitio. Esto se puede conseguir de diferentes maneras, pero lo importante es que ellos se den cuenta de que son queridos e importantes.

-¿Cómo fue su experiencia en el servicio al refugiado de los jesuitas de Malawi?

-En Dzaleka accedí a la educación gracias al servicio al refugiado de los jesuitas. Mucha gente venía de fuera del campo a estudiar en su colegio. Ya durante la secundaria, fui a un internado que ellos pagaban. Están buscando formas para mejorar la realidad de la educación, por ejemplo, desarrollando un programa de educación universitaria on line. Ellos son la organización que me ha dado la educación sobre la cual he fundado todo lo que he aprendido. Si no fuera por ellos yo no estaría aquí ahora.

-¿Siguen abiertos los campos en Malawi?

-En Malawi hay un campo de refugiados pero también es verdad que en toda África siguen abiertos muchos campos, como son los casos de Sudán o Congo. En el campo de Dzaleka son, sobre todo, refugiados que proceden de Ruanda y Burundi desde el año 1994.

-¿Cómo ve la situación para el futuro?

-Soy la única refugiada de Dzaleka a la que se le dio la nacionalidad de Malawi. En mi familia en cambio siguen siendo refugiados y, en esa situación, no hay nada seguro. No todas las personas tienen la oportunidad de irse del campo. No sé si querrían volver a Ruanda porque aunque ya no hay guerra, económicamente no saben cómo les iría. El futuro es muy incierto porque podrían echarlos del campo o que les concediesen la nacionalidad. El futuro para mí es más prometedor y creo que podré seguir inspirando gente y ser una fuente de esperanza para ellos.

«Los niños que están en los campos no entienden que por qué no tienen cosas que necesitan»