El soñador mejor valorado del Camino

manu otero REDONDELA / LA VOZ

REDONDELA

xoan c. gil

Miguel Martínez dejó su trabajo para hacer realidad su sueño de abrir un albergue

08 jun 2017 . Actualizado a las 12:59 h.

Miguel Martínez lo tenía todo. Una familia con dos hijos, un trabajo bien pagado, un hogar. Era feliz. Mejor dicho, él creía que era feliz. Hasta que un día por accidente se rompió el ligamento cruzado de la rodilla. Durante su baja, su mentalidad cambió. «¿Trabajaba para vivir o vivía para trabajar?», empezó a preguntarse. Además, vio que no lo valoraban tanto como creía. «Durante cinco meses, ni una llamada para preguntarme qué tal estaba», recuerda todavía dolido y además le bajaron el sueldo.

Tras recuperarse, retomó su vocación de ciclista, aquella que lo llevó a participar un par de veces en el campeonato gallego, para fortalecer su maltrecha rodilla. Se lanzó a hacer el Camino desde Roncesvalles en bicicleta y tuvo una revelación. «Llegué a casa y le dije a mi mujer: Quiero dejar el trabajo y montar un albergue». Dicho y hecho. En julio del año pasado inauguró O Recuncho do Peregrino en Redondela, un «retiro espiritual» en el que trata a los peregrinos como reyes. Lo dicen los usuarios y plataformas como Booking, que le entregó un premio por alcanzar una valoración media superior a nueve.

Pero el cambio de rumbo fue costoso. Primero porque la burocracia retrasó la puesta en marcha del hospedaje. Luego, tenía que encontrar un lugar adecuado . Lo halló en Redondela en un antiguo restaurante destartalado a pies de la N-550 que él mismo transformó en un albergue con capacidad para 29 huéspedes. Y todo ello compaginado con su puesto de trabajo. «Cuando les dije que me iba, trataron de hacerme la vida imposible, me castigaron barriendo el almacén, aunque acabé casi de encargado en el laboratorio», recuerda Martínez que trabajaba en el departamento de control de calidad de una empresa de construcción, como operador radiactivo.

Sin embargo, lo peor estaba por llegar. Tras superar todas las trabas y hacer realidad su sueño, «la primera semana fue dura, no tuve a nadie», revive todavía con angustia aquella situación. «Además de tener la hipoteca de mi casa, pedí un crédito para hacer cosas aquí. Sí, era mi ilusión, pero a ver si iba a fastidiar a mi familia. Reconozco que tuve un día de bajón. ‘¿Tanto me equivocaría yo?’, pensé». Fue solo un comienzo difícil. Pocos días después el albergue registró su primer lleno y dibujó en Miguel una sonrisa permanente.

No gana tanto dinero como antes. De hecho, no sabrá hasta el final de la temporada si su negocio es rentable. Pero «yo no pretendo hacerme rico, solo quiero el dinero para que me permita vivir de lo que me gusta y lo estoy cumpliendo», asegura entusiasmado. «Me levanto a las seis de la mañana todos los días y no tengo la sensación de que vaya a trabajar. Y mis hijos cuando están aquí lo pasan pipa, hablan con gente de todo el mundo, mejoraron mucho su inglés y ven otra perspectiva que yo en la vida se lo podría dar», argumenta para demostrar que tomó la decisión correcta.

A sus 36 años, llegó a Santiago a través de la vía francesa y por la Ruta de la Plata, sabe que completar el Camino es duro. Por ello, lo único que pretende es ofrecer a sus huéspedes, sean peregrinos o turistas, es un refugio. Y como contrapartida recibe toneladas de agradecimiento. Además del buen trato y la conversación, los desayunos es lo que más valoran los usuarios. «Si son capaces de comer diez tostadas, yo le doy diez tostadas. Los cafés que les entren. Incluso aprendí de una estadounidense a hacer huevos revueltos». Lo que haga falta porque «si puedes soñarlo, puedes hacerlo». Es el lema que rige su vida.