De equipo ascensor a instalarse en la élite

Xosé Ramón Castro
X. R. Castro VIGO / LA VOZ.

VIGO CIUDAD

Oscar Vázquez

El Celta se ha confirmado en las últimas temporadas como un aspirante fijo a plazas europeas

01 mar 2017 . Actualizado a las 23:26 h.

Vigo / La Voz. Dicen en la Meseta que nunca se sabe si los gallegos suben o bajan. Al gratuito estereotipo pudo añadírsele durante muchos años la existencia de un Celta ascensor, acostumbrado a utilizar la misma escalera para alternar Primera y Segunda división, hasta que logró instalarse en la élite -es uno de los once clubes con más de 50 temporadas en Primera- y con un balcón mirando a las competiciones continentales.

El último medio siglo se resume con 18 temporadas en la categoría de plata, una visita a Segunda B y 31 en Primera. Pero al margen estadístico también se han sucedido los avatares. Los más graves, la crisis de los avales que a punto estuvo de descender al equipo administrativamente a Segunda B y que sacó la ciudad a la calle, y la entrada en concurso de acreedores por mor de la ingente deuda que heredó Mouriño, el presidente que acaba de cumplir una década al frente del club.

La historia de los últimos 50 años del Celta comienza en clave ascensor. Después de diez temporadas en las tinieblas el equipo volvía en 1969 a Primera. Coincidiendo con la inauguración de la iluminación en Balaídos, motivo por el que incluso se organizó un amistoso con el Anderlecht belga.

Dos años después llegó el primer gran hito. El Celta fue el primer equipo gallego en clasificarse para una competición europea. En 1971, con un plantel plagado de canteranos que contra pronóstico acabaron la Liga en sexta posición, se midieron sin éxito al Aberdeen.

Aquella plantilla mantuvo a los vigueses durante seis años consecutivos entre los mejores, pero a continuación el equipo entró en el ciclo que le valió el sobrenombre de ascensor. Entre 1975 y 1980 subió y bajó cada año, y con el cambio de década el club tocó fondo con su única visita a la Segunda B. Ahí llegó Pavic, un visionario técnico yugoslavo. De su mano el Celta volvió a Primera por la vía rápida, en dos temporadas. Aquella resurrección dio paso a otra década de subidas y bajadas, con cinco años en cada categoría.

El asalto a la élite comenzó en 1992, el punto de arranque a doce años consecutivos en Primera, casi siempre entre los mejores de la Liga. Fue la época de la opulencia, con visitas continuadas a Europa e incluso una incursión en la Liga de Campeones, con victoria en San Siro incluida para meterse en la fase de cruces. En total, el conjunto de Balaídos ha estado presente en diez competiciones continentales a lo largo de su historia. Todas en los últimos 50 años.

El gran debe de aquella generación y de aquellos tiempos brillantes fue no aportar un título a las vitrinas del club. Estuvo cerca en las dos finales en color de Copa del Rey que disputó en 1994 y en 2001. Pero fracasó. Primero en el Calderón desde el punto de penalti y luego en Sevilla por un exceso de confianza. En ambos casos el Zaragoza fue su verdugo.

Hace diez años se vivió la última caída a los infiernos. En junio del 2007 el Celta se despidió de Primera durante un quinquenio, un largo período en el infierno que provocó la regeneración del club y construyó los cimientos del equipo actual. De nuevo apareció el fantasma de la Segunda B, con una salvación agónica en el 2009, pero también en el horizonte celeste volvió Europa después de siete temporadas en constante crecimiento deportivo y económico, pasando el club de deber 80 millones de euros a estar totalmente saneado.

Nombres propios

La fisonomía del vestuario de Balaídos ha ido cambiando. Jugadores de casa y fichajes de primer nivel en función de cada época. En la retina de todo el celtismo, incluso de aquellos más jóvenes, emerge la figura de Alexander Mostovoi por encima de todo, pero los Karpin, Penev, Gustavo López, Mazinho, Makelele, Revivo y compañía no pueden pasar desapercibidos para nadie. A su lado han crecido un buen número de canteranos. Desde los Manolo o Rodilla de los setenta, a jugadores como Míchel Salgado, Xurxo Otero o, más recientemente, Borja Oubiña. Hasta llegar a la generación actual, abanderada por el retornado Iago Aspas y un Hugo Mallo que puede batir el récord de partidos de Manolo, que parecía tan inalcanzable como las plusmarcas del atletismo de tiempos de la barra libre del dopaje.

De un modo paralelo, el Celta ha parado de dar tumbos en cuanto a estilo de juego. Durante mucho tiempo, como equipo pequeño, se asoció el celeste a la lucha, la brega y el juego de contragolpe, pero los vigueses han crecido desde un estilo de fútbol propio vigente desde hace más de una década. Una apuesta que pasa por el fútbol combinativo, el protagonismo en el terreno de juego y el desafiar a cualquier rival en cualquier escenario. La idea que le ha llevado a instalarse en la élite futbolística.