El café que puso a Vigo en la órbita del milenio

Begoña Rodríguez Sotelino
begoña r. sotelino VIGO / LA VOZ

VIGO CIUDAD

M.MORALEJO

«Dichosos los normales, esos seres tan extraños», es el lema del Van Gogh Book, un local que fue pionero en apostar por una calle recién urbanizada que hoy es el meollo de la hostelería

16 mar 2024 . Actualizado a las 02:02 h.

«Dichosos los normales, esos seres tan extraños», es el lema del Van Gogh Book Café y según cuenta su fundador, está inspirada en una frase recogida en una campaña de Benetton y atribuida a un paciente de un psiquiátrico en Brasil. «Es nuestro lema desde el primer día, hemos tenido que hacer hasta pegatinas porque a la gente le encanta», asegura Jordi Casadó Ribas, que registró el nombre completo del local para evitar problemas con la propiedad de uno tan universal.

Cuando el Van Gogh abrió sus puertas en Vigo, la calle donde se asienta, Rosalía de Castro, se acababa de urbanizar y en el entorno empezaba a crearse una de las zonas con más vida diurna y nocturna de la ciudad. El establecimiento fue uno de los primeros que lo vio venir. Avanzaba también el nuevo milenio y con él iba llegando un cambio de estética en los bares que se hacían más vivibles, más confortables, más parecidos a un salón de casa.

Casadó era entonces un treintañero que combinaba su profesión de fisioterapeuta con su primer escarceo en la hostelería en 1996 en el Madison Blues, un local en la calle Oporto que se sirvió como preludio al que vendría después. «Rosalía era una calle en evolución. Había pocos edificios, más iglesias que bares y ni siquiera el concepto de bar abierto a mediodía, que empezamos a implantar nosotros en Vigo inspirados en los que se veían en Nueva York, París, Ámsterdam, Madrid o Barcelona, locales abiertos todo el día que dan servicio a la clientela en un amplio margen horario cubriendo en un mismo espacio el café, la cervecería, la tapería y las copas», explica.

Llegó un momento en el que ya no pudo combinar ambas facetas y los doce años ejerciendo la fisioterapia quedaron atrás, «pero no me arrepiento, la hostelería me llenó, dejó de ser un trabajo, se convirtió en mi forma de vida», asegura el profesional que ha cumplido 23 años al frente del Van Gogh y tiene muy cerca La Escama, otro espacio que también gestiona y que está especializado en restauración, eventos y experiencias sensoriales, una evolución que considera lógica tras casi 30 años en el sector. «Empiezas haciendo cafés y mojitos y acabas haciendo comidas, organizando catas y un poco de todo», justifica.

Jordi no es un Jorge traducido. Es lo que pone en el DNI de este hostelero nacido en Barcelona que lleva más de la mitad de su existencia en Vigo. «Me considero muy vigués porque es donde maduré. Mi padre se vino durante una década conmigo, se hizo vigués y aquí falleció», relata.

El Van Gogh acercó a la ciudad un concepto cultural de la hostelería que sigue conservando. «Hay quien viene a desayunar y hacer tertulias en la parte de arriba, un jardín detrás que genera tranquilidad e invita a la charla distendida, y lo cierto es que tenemos clientes de todas las edades, desde chavales a gente mayor, hijos, padres y abuelos. Es algo que también tiene que ver con nuestro horario, que empieza a diario a las 10 de la mañana y termina los fines de semana a las 3 de la madrugada», argumenta. «La edad del público marca mucho a los locales, pero eso no ocurre en el Van Gogh, porque es un híbrido donde cabe todo el mundo y siempre hemos creído en la riqueza que aporta la mezcla intergeneracional», dice sobre su negocio. Se acaba de jubilar una de las camareras y en junio le llegará a otra el retiro. Son datos que destaca porque «eso, en un bar, es muy difícil hoy en día, pero nosotros siempre hemos intentado cuidar a nuestro personal y hacer equipo».

A Jordi también se le ha echado el tiempo encima. «A mis 53 también me he convertido en un señor», advierte sin complejos el gestor del Van Gogh. El local lleva el nombre del famoso pintor «por un viaje a Ámsterdam en el 2000 que me marcó mucho por varios motivos», revela, y añade que lo configuró con la ayuda de un artista muy vinculado a Carlos Oroza, el pintor Carlos Vilas. «Nos quedamos encerrados en un bar en una huelga general y nos hicimos muy amigos, allí le comenté lo del nombre y él me ayudó en parte estética y plástica del espacio en el que lo fácil hubiera sido poner láminas del holandés, pero nosotros queríamos visualizar un Van Gogh en el 2001», explica. «No es espectacular, pero funciona como es, y lo que funciona, no se toca», razona. La zona de lectura sigue siendo un oasis al que la clientela acude sin presión ni vigilancia. «Si es gratis, para qué te lo vas a llevar», opina. «Tuvimos una gran colección porque antes hubo otro Van Gogh en Santiago que registramos en la Xunta como la primera biblioteca privada de Galicia», cuenta sobre su local, en el que tuvieron Club de la Comedia y Miguel Lago hizo sus primeras actuaciones importantes. «Aunque suene pedante, marcamos tendencia y cuando ya lo es, lo dejamos», afirma.