Te vas a cansar de verlos

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CAPOTILLO

SIN ELLOS NO HAY VERANO Qué sería de nosotros sin esta gente que nos facilita el descanso. Te presentamos a las caras más esperadas del año.

04 jul 2015 . Actualizado a las 05:10 h.

Estamos deseando verlos, incluso antes de conocerlos. Ellos son los verdaderos protagonistas del verano, esos rostros con los que tomamos conciencia de que, efectivamente, por fin estamos en la playa. Los mismos que se sacrifican para que matemos la gusa trayéndonos algo de comer sin que tengamos que levantarnos de la toalla o que, incluso, ponen a punto las hamacas para los más comodones. Luego están los reyes de la diversión, esa gente que se arma de paciencia mientras nosotros nos embalamos mar adentro con sus pedaletas. Y, entre todos ellos, tenemos a los héroes. Esos socorristas que parece que nos observan desde la distancia, pero que siempre están ahí cuando nos confiamos en el agua.

«Aquí se trabaja. Hay gente que se piensa que no, que cree que estamos sentados en lo alto de la silla mirando cualquier cosa, pero luego cuando pasa algo y sacas adelante una parada cardiorrespiratoria, como el verano pasado que lo conseguimos con dos, se dan cuenta», dice Laura Martínez. Esta chica de 23 años lleva cinco como socorrista en las playas coruñesas de Riazor y Orzán. 

Junto a su compañero Enrique Ramilo, que lleva tres años al servicio de las playas, se encarga de preservar la seguridad de los bañistas, a los que ya se conoce de sobra a estas alturas. Sobre todo a los fijos, que año tras año toman el sol en el mismo rincón. Laura asegura que hay de todo: «Tenemos a señores mayores con sus costumbres. En Riazor, hay pandillas que cantan y hacen gimnasia como si tuviesen veinte años y que se ponen a levantar rocas. Hay uno muy conocido al que llaman el gallo. Y también se organizan para jugar pachangas de fútbol. La chavalada ya se reparte más por las escaleras del Orzán». 

Al preguntarle por las anécdotas más memorables, ella responde sin dudar: «Hace unos días nos encontramos una cabra flotando en el agua, en el Orzán. Eso fue lo más raro en mis cinco años, pero es que si le preguntas a alguien que lleve mucho tiempo te dirá lo mismo. Todos coincidimos», indica la socorrista, que añade que las jornadas en las playas más célebres de A Coruña son más bien tranquilas, aunque dice: «Según vemos a alguien que está nadando demasiado hacia dentro, ya cogemos la moto porque las olas aquí son muy peligrosas al romper en la orilla». 

«¿Y ESTA VA A SALVARME?»

Por el hecho de ser mujer, Laura ?que estudió Biología y está opositando para la Policía Nacional? señala que a veces se encuentra con situaciones desagradables. «El otro día en una red social vi que alguien había subido una foto mía con un comentario: ¿Y esta es la que va a venir a salvarme?». Aquí somos tres chicas de un total de 23 socorristas, y aún hay quien piensa que estamos aquí porque hay que tener a un mínimo de chicas. Pero la realidad es que pasamos las mismas pruebas que los hombres, sin diferencias en los tiempos, y puedo ganarles a nado a muchos de ellos», sentencia. Pero para ser socorrista hace falta mucho más que saber nadar y salvar vidas. «Aquí nos piden la hora, nos preguntan si el agua está fría e incluso algunos vienen a contarnos su vida», cuenta entre risas.

MARCOS MÍGUEZ

Otro que está más que habituado a escuchar peticiones es Manuel  Vázquez, el barquillero por excelencia de Samil. Nadie es capaz de recordar cuántos años llevan él y su mujer pateando la arena durante el verano bajo el sol espartano con un solo objetivo: acercarle el bocado más crujiente a los bañistas hasta la toalla. Pero Manuel no se ha dedicado siempre a esto. Antes fue marinero, hasta que llegó un día en que decidió cambiar el barco por los barquillos para poder pisar tierra y dejar atrás las largas temporadas en la mar. Y tanto que la pisa. Ya no es un chaval, pero sigue con la misma energía de siempre. Toda una eminencia para los habituales de uno de los arenales más concurridos del sur de Galicia. 

M.MORALEJO

Muchos de sus bañistas han crecido al son de «¡Parisien ricoooo!». Un grito de guerra que ya hace tiempo que ha sustituido por el de «¡baaarquillooo!». Porque los clásicos nunca mueren. Si no que se le digan a Paul Dimitri y Kevin Fontenla, las caras que nos encontramos al frente de las pedaletas de la playa de Silgar.

PEDALEANDO MAR ADENTRO

El suyo es uno de los juegos playeros más emblemáticos, pero sigue arrasando. «Esta es la cuarta temporada que las tenemos en la playa, y funcionan muy bien cuando hace buen tiempo», señala Nico, el encargado, que añade que este arenal es generalmente tranquilo y que sus dos empleados se deshacen en sonrisas para los turistas. «Hay que ser agradables, porque aquí la gente lo viene a pasar bien y no a ver malos gestos», destaca. Aunque como en todo, a veces surge algún que otro contratiempo. No es tan raro que Paul y Kevin tengan que frenar las ansias expansoras de más de uno que quiere traspasar la barrera de las boyas. Ambos tienen que estar con un ojo en la arena y el otro en el agua, ya que muchas veces hay quien se hace el longuis a la hora de volver y luego solo quiere abonar el tiempo que contrató inicialmente. Pillería, al fin y al cabo.

CAPOTILLO

HAMAQUERO SIN HAMACA 

Pero, como en toda playa turística que se precie, no puede faltar el hamaquero. Alejandro Pombo es quien acomoda en Silgar a todos los que reniegan de las irregularidades de la arena y se rinden al mullido de la hamaca. Este coruñés se mudó a Sanxenxo hace menos de un mes para dedicarse a esto durante el verano, ya que estaba en el paro y lo vio como una buena opción. Siempre ha sido un buscavidas y desempeñó trabajos de todo tipo, pero esta es la primera vez que se dedica a ganarse el pan en la playa. Dice que está contento, y la verdad es que no lo lleva nada mal. «Llego, coloco las hamacas, las limpio, pongo sombrillas y luego ya empieza a llegar la gente. Hay quien las alquila y quien hace reservas temporales», indica este chico que todavía no ha probado ninguna de las hamacas con las que se pasa el día. Eso sí, está deseando hacerlo: «Al terminar mi horario no me tumbo en ellas, y la verdad es que nunca las he probado». Eso sí, no descarta la idea de hacerlo: «Cuando acabe de trabajar, creo que sí que me alquilaré una», asegura divertido. Desde luego, se lo ha ganado.