Vengo a la playa para estar en el campo

Noelia Silvosa, Carmen García de Burgos y Beatriz Gil

YES

ANGEL MANSO

Ni arena, ni agobios. Esta gente asienta su base en el césped y solo cruza al otro lado para darse un chapuzón. Y lo bien que comen, ¿qué?

22 ago 2015 . Actualizado a las 10:47 h.

Mientras tú te achicharras en la arena mientras te lamentas por no haber metido la sombrilla en el maletero, otros se relajan bajo la sombra de los árboles. No os separa una autopista. Tampoco estáis en ayuntamientos diferentes. Vuestra única distancia se resume en unos cuantos metros. Después de superar la odisea de aparcar, es llegar a muchas playas gallegas y encontrarnos con pinares bajo los que reposan muchas familias armadas de tápers y sillas plegables. 

Ellos tanto, y tú tan poco. En cuanto llegas a la arena y compruebas que cuesta divisar un huequecito vacío en el que extender tu toalla sin meterle el pie en la boca al de delante, te das cuenta de que quizás no era tan mala idea lo que has dejado atrás. Por no decir que si no has llevado comida y confías en comprarte algo en el chiringuito, directamente estás acabado. A Andrea y a su familia, que ilustran esta página, nunca les pasará eso. No desde que conocieron uno de los pinares playeros por excelencia de las costas gallegas: el de la playa de Cabanas. 

CABANAS, EL PARAÍSO

Andrea dice que si llegaron hasta allí fue gracias a su amiga Vanessa, que es de Ferrol. «Nosotros somos de Lugo, así que cuando solo vamos a pasar el día a la playa solemos acercarnos a Barreiros, y ya si vamos más días tiramos hacia Vilagarcía», cuenta esta chica que coge los bártulos y se lleva a su pareja y a su hijo. Pero dice que todo cambió después de conocer Cabanas este verano. «La verdad es que fue un descubrimiento, y ya volvimos varias veces», indica. ¿Por qué les gustó tanto? «Porque con la arena te manchas y no puedes comer bien. Aquí cuando queremos sombra la tenemos, comemos tranquilamente y el niño está mejor. Es un sitio donde puede disfrutar toda la familia», comenta Andrea, que también piensa llevarse a sus abuelos: «Suelen ir una hora a la playa, no mucho más, porque están mayores, pero aquí podrían pasar todas las horas que quisiesen», apunta. 

CAPOTILLO

MONTALVO: UN FLECHAZO          

Rui Neves y su familia -su mujer, Jani, su hija, Joanna, y unos amigos- veranean siempre en Galicia. Llegan desde Valença y eligen cada año un destino distinto. Hace tres años pasaban por delante de Montalvo cuando se enamoraron de su pinar. Desde entonces, siempre que inician sus 

vacaciones paran allí a pasar la tarde. Ni siquiera bajan a la playa. «Hai sombriña, facemos a merenda e ninguén te incomoda», explica Rui. Son los verdaderos dueños de las zonas arboladas previas a la arena y el mar. También Marco, un transportista de Vilanova de Famalicão que desde hace cuatro años pasa en Montalvo sus vacaciones. 

Para estrenarlas, él y su familia siguen un ritual: comen el primer día en el pinar. Al viajar con sus dos hijos, otra pareja más de amigos y una tercera con otro bebé ?los suyos tienen 1 y 7 años?, les resulta la opción más cómoda. Primero, para ventilarse el picnic a base de filetes y otros manjares de mantel de cuadros; segundo, por la agradecida sombrita que, cuando los astros se alinean para dar un día festivo de sol, tanto se cotiza. 

Y, por, último, por el chiringuito que hay al lado. Tres razones de peso y altura. Como los pinos bajo los que se echan la siesta. La familia Teixeira está también abonada al césped. Pero lo suyo tiene su explicación. 

ALBA PEREZ

DE OURENSE A SAMIL

Hace diecisiete años que se mudaron a Vigo, pero en realidad son de Ourense. «Por eso tiramos más al monte», explica Katia. Esta chica dice que van al campito de la playa de Samil todos los fines de semana. «En la foto salimos muchos menos de los que solemos ir, porque habitualmente nos juntamos varias familias», cuenta la joven, que dice que siempre que van se quedan en el verde «a la arena no vamos casi nunca, solo cuando nos bañamos», añade. «Vivimos en el centro de Vigo, a un kilómetro de aquí, y como no tenemos ni terraza  ni nada, que vivimos en un piso, cogemos los bártulos y venimos a pasar todo el día», apunta. ¿Por qué aquí y no en un merendero? Pues porque es la forma de tener las dos cosas a tiro de piedra. «Podemos darnos un baño cuando nos apetece y al mismo tiempo no estamos tirados en la arena. Además, los niños pueden correr y jugar tanto aquí como en la playa», explica. Si eligen Samil y no otro arenal, es también por sus accesos: «Tenemos a una persona con discapacidad en casa y los accesos están muy bien porque hay aparcamiento, baños y el chiringuito pegados», aclara.

CÉSAR DELGADO

A LA BARTOLA EN MIÑO

Esa mudanza que consiste en quitar la toalla y la sombrilla de la arena para llevarlas hasta el campo también arrasa en la playa de Miño desde tiempos ancestrales. Hace décadas que está llena de familias y parejas que se relajan tumbados en los arenales para disfrutar de la temporada de verano con el calor del sol penetrando en su piel y el mar resonando en sus oídos. Pero los ingredientes para disfrutar de este paraíso no son los mismos para todos. Siempre hubo quien prefirió el césped a la arena, y Patricia Freire , vecina de la zona, tiene claros los motivos: «Siempre se ven familias con niños pequeños que se llevan la mesa para comer y pasar el día entero. Incluso van con la sombrilla para parar el viento», afirmó. Disfrutar de una buena charla en familia y resguardarse un poco del sol y, como bien dice Patricia, del viento, son las principales causas que motivan a los playeros para cambiarse de sitio. Pero, más allá de las ?malditas? arenas que se cuelan por todos lados, hay quienes apuestan por lo tradicional. «Yo voy más por la tarde, a darme un chapuzón, tomar un rato el sol y listo, para casa», afirma entre carcajadas. Si alguien dudaba de que hay sitio para todos, que se lo pregunten a esta chica. Césped y arena están en primera línea en muchas playas gallegas. Colocar la toalla en un sitio u otro, solo depende de ti.