Esta playa es mía

Sandra Faginas / Noelia Silvosa / Carmen García de Burgos

YES

ANA GARCIA

SI GUARDAS EL SECRETO TE CONTAMOS DÓNDE ESTÁ Son muchos los que tienen un rincón con su nombre, una playa única que les pertenece. Bien porque está escondida o porque allí extienden la toalla casi a diario. Hoy en YES recorremos las playas que son un privilegio para quienes las tienen pegadas a su casa.

09 jul 2016 . Actualizado a las 10:26 h.

No tienen el cartel de propiedad privada, pero deberían si nos atenemos a ese reducido grupo de personas que día a día se ha hecho con un rinconcito propio en sus arenales. Hay playas que nos pertenecen o porque nos fidelizamos a ellas con el grupo de amigos todas las tardes, porque guardamos un recuerdo especial de esos largos veranos de la niñez o porque solo unos privilegiados conocen el camino que conduce a ellas. Es el caso de Uxía y Miriam, en la imagen, que nos hacen de guías para mostrarnos su paraíso secreto. Siguiendo sus coordenadas nos subimos al coche para que nos descubran exactamente dónde se pierden ellas los días de verano, cuando el calor aprieta y las horas se alargan hasta que se pone el sol. Uxía tiene 23 años y Miriam 20, estudian Inef y Filoloxía Galega, y como han aprobado el curso, tienen por delante unos meses de tranquilidad en los que disfrutar del mar con su pandilla de siempre. Lo tienen cerquísima de su casa, de tal modo que miren adonde miren les queda una playa al lado. Cuando eran niñas solían ir a la de Laxe, por su gran arenal y esa piscinita natural perfecta para los más pequeños que se forma cuando sube la marea, o a Balarés (Ponteceso), por su amplio pinar, una sombra frondosa si es necesario el descanso al fresco. Pero ahora se escapan de esas playas clásicas en favor de otras más vírgenes, donde el abrigo del paisaje y la buena compañía es lo principal. Ni chiringuito ni socorristas ni siquiera sombrilla. A estas playas se baja con lo puesto y un bocata, una fruta, un refresco y listo. Por no haber no hay ni mucha gente, al menos en la que nos citan, en una tarde maravillosa, en la que sopla un poco de nordeste. Miriam da la indicación para que no nos perdamos: «Al pasar Canduas (Cabana de Bergantiños), hay una subida, una casa amarilla, y a la derecha medio escondido encontraréis un cartel que apunta nuestro destino: Rebordelo».

ANA GARCIA

¡Sí que está escondido, sí! Entonces el descenso en coche casi es en picado, la típica pista asfaltada con cinco o seis casas y una pendiente rodeada de árboles dibuja una postal de arena finísima y un océano azul que hoy bate fuerte. «En esta playa -indica Uxía- no molestamos a nadie, estamos a lo nuestro, tranquilos y hasta podemos poner música sin ningún problema». Ella suele acercarse con las amigas casi siempre por las tardes -«aquí desde el mediodía son las mejores horas»- porque es más recogida y cuando sopla nordeste se está muy bien, no hay tanto aire e incluso hay una zona en la que una pequeña furna les sirve de cobijo a la sombra, cuando el sol pega fuerte.

Rebordelo es una playa llena de gente joven, «yo creo que la media es de veintipico», dice Miriam, así que con el gorro puesto enseguida recibe ánimos de los grupos sentados en la arena mientras posa con su amiga Uxía.

 AQUÍ SE ESTÁ TRANQUILO

En Rebordelo aún es posible contar el número de personas que hay en la playa y también el número de gente que se está bañando. «Cuando no hay mucho oleaje se está bien, pero en los días que la marea arrastra, como esta tarde, es mejor refrescarse y salir». Ese es uno de los motivos por el que apenas van familias, aunque tiene pegado un pinar en el que se permite hacer barbacoas si el plan es pasar toda la jornada entre sol y sombra. Pero que el mar tenga fuerza echa para atrás a los padres con niños. Al no haber ni un chiringuito las posibilidades se centran todas en la arena y el mar. «Nosotras traemos todo en el cesto, y ya ves cómo es este lugar, si nos dan ganas de hacer pis no nos queda otra que ir al agua», se ríen. Para las dos, lo mejor de Rebordelo es que están a su rollo, no hay ningún jaleo, y es una playa muy íntima. «Aquí no te tienes que andar peleando por estirar la toalla en la arena y no te molesta ni molestas a nadie, además -explica Uxía- nos queda justo en mitad de camino, entre Laxe, de donde son muchos de nuestros amigos, y Ponteceso, donde vivimos nosotras».

A veces, en lugar de Rebordelo, escogen San Pedro un poquito más adelante, igual de maravillosa, y por esta zona cualquier arenal llena todas las expectativas que se tengan. A Barda, en Ponteceso, es otro de esos paraísos únicos a los que solo hay que llevar la mejor compañía. Nada más. Y si uno quiere perderse a lo grande, en la inmensidad que lo llena todo, entonces Traba, en Laxe, es la playa. Allí uno puede alejarse de cualquier ruido y sentir el verano como en ningún otro lugar. Un verano que dura toda una vida como el mejor de los recuerdos. La misma sensación la experimentarán quienes al llegar a Laxe escojan esconderse por los recovecos que jalona la costa. No en la playa más conocida, sino de camino al faro, está la playa de los cristales. Allí nos esperan Merche, Olalla, Lorena y Blanca.

Este grupo de amigas se esconde en esta playa sin arena cuando el viento del nordeste sopla fuerte y este lugar las parapeta también del exceso de gente. La playa de los cristales llama la atención, es distinta y tiene la curiosidad de que los pies pisan esos vidrios convertidos en cantos rodados. Aquí hace muchísimos años había un depósito de vidrios y por el efecto de la erosión ahora tenemos esta maravilla. Quien conoce bien la zona sabe que justo al lado está la famosa pedra dos namorados, donde se deja grabado sobre la roca el nombre de la persona amada y la fecha, y algunos vecinos recuerdan cómo tras el hundimiento del Prestige se afanaron en recoger con sus manos todos esos cristales, que transportaron y guardaron en cubos, con el fin de que la playa no sufrieran ningún cambio. Y así fue. Todo el entorno tiene el encanto del mar bravo, las rocas y una luz maravillosa.

  

ANA GARCIA

LA MEJOR PUESTA DE SOL

«Este es un rincón perfecto para esconderse -apuntan las chicas- sobre todo cuando la marea está baja, porque de lo que se trata es de buscar un lugar distinto, una zona tranquila para pasar un rato, porque este lugar tampoco es para quedarse todo el día». Hay muchos vecinos que se cuelan entre las rocas para tomar el sol, y por alguna razón evidente está aquí a pedra dos namorados. Pero la puesta de sol también merece la pena, tanto que el último fin de semana de agosto siempre se suele celebrar un recital poético al atardecer para disfrutar de las vistas únicas del solpor. También la acústica es increíble y por eso es un rincón elegido puntualmente para algún concierto.

Quien llegue a la playa de los cristales cualquier día de sol se encontrará, además de una explanada donde estirar la toalla, un lugar diferente para desconectar. «Es tan recogido y tiene siempre esta fuerza del océano que el sol aquí coge muchísimo, pega tanto que seguro que sales morenísimo», dicen las chicas. Ellas están, ya lo ven, encantadas de haber encontrado esta playa única de color verde que comparten con todos nosotros como un secreto a voces para dar el pistoletazo de salida a las vacaciones. YES, ya es verano.

«Siempre eché la balsa en Nerga»

Yoli Rogal es tan privilegiada que tiene dos playas. Así, tal cual. La del recuerdo y la que ve desde la ventana de su dormitorio. ¿Que no? Pues empecemos por el principio. Tiene claro cuál es la primera de ellas: Nerga. Esta cala casi virgen de Cangas es la que se lleva la palma entre sus recuerdos de la infancia. «Fui muchísimo allí porque mis padres empezaron a ir conmigo por el agua, que no tiene mucho oleaje y era ideal para echar la balsa sin miedo a volcar», explica la joven que, como todos los niños, de pequeña era muy aficionada al mecer del mar. Pero ese no es el único atractivo de esta playa, que en los últimos años ya ha sido descubierta también por muchos turistas que, más que de balsa, son de yate y velero. De hecho, ir allí en verano es encontrarse con un frontal de embarcaciones en el agua. Si tontos no son.

 

XOAN CARLOS GIL

UN ENTORNO DE CINE

Si hay algo que diferencia a esta cala de otros arenales de cabecera de Cangas es su entorno. Por algo está dentro del espacio natural Cabo Home, integrado por la formación dunar de las playas de Barra, Nerga y Melide; y por los acantilados de la Costa da Vela. «Coges el coche y lo tienes al final de la carretera, es muy bonito», añade Yoli. Rodeada de pinos y eucaliptos, Nerga remata su belleza por la increíble vista que tiene a las Cíes. Además, ofrece otros imprescindibles: «Tiene chiringuito y hay dos bares por allí cerca para tomarse algo”, indica Yoli, que a sus 27 años es toda una experta a la hora de clavar la sombrilla aquí y allá. «Tuve mis épocas con Area Coba, Area Millas, las de la zona de Aldán...», señala la chica, que no obstante confirma que se queda emocionalmente con Nerga y sus paseos en balsa.

Ahora bien, ya adelantamos que Yoli tiene otra playa. Una playa que ve, casi casi, desde la cama. Es allí donde va últimamente, porque aunque esté más saturada, le queda a cinco minutos de casa. Y, ante todo, hay que ser prácticos. «Ahora me quedo en Rodeira casi siempre porque la tengo al lado y me da margen para escaparme en un momento al llegar de trabajar», cuenta nuestra bañista, que confiesa que resulta difícil resistirse a bajar en cuanto sale un rayito de sol. «No es la que más me gusta como playa, pero es que ya veo el agua desde la ventana de mi habitación», apunta. Y eso convence a cualquiera.

«Vivimos en la arena»

Cuando los perros empiezan a ladrar, decimos: «Ya llegan las del bikini. Están tan acostumbrados a estar solos en la playa que creen que es suya». Y lo es. Lo es al menos los nueve meses del año en los que el sol no atrae a decenas de bañistas que la conquistan para disfrutar, entre otras ventajas, de la bandera azul de la que presume desde hace tres años muy a pesar de Elvira Calviño, propietaria de la única casa que hay en el arenal de Bamio, en Vilagarcía de Arousa. La compró al día siguiente de verla por primera vez. La encontraron por casualidad y se enamoraron del arenal. Literalmente. Ella y su marido estaban buscando algo tranquilo que permitiese a Suso dedicarse a lo suyo sin molestias. Es profesor. Pero no imaginaban que allí, a unos pocos metros de la iglesia, estaba el paraíso. Tiene forma de casita marinera y una edad considerable: se construyó en 1748. «Es sencillita, pero original», asegura Elvira, que se deja llevar por el corazón cuando habla del pequeño pasadizo que lleva al despacho de su marido y que hay que agacharse para atravesar. O de la roca natural que hay en mitad de una habitación reconvertida en mesa. También cuando confiesa que come todos los días mirando al mar desde el cenador natural que han construido.

MARTINA MISER

 Y así es imposible no hacer propia una playa. Hace diecocho años que lo es, aunque solo ellos lo sepan. Desde que dejaron la casa en la que vivían en el centro de la villa y se mudaron allí. Cuando llega mayo o junio y alguien más la reclama no les queda otra que aceptarlo y aprovechar las mañanas para darse todos los chapuzones que estimen oportunos. Los que les quedan los dejan para después de la puesta de sol. «Es una playa tranquila, a las nueve o diez de la noche está desierta. Aquí no se hacen botellones ni ruidos», reconoce. Por eso, «antes me encantaba estar todo el día en la playa; ahora se me hace raro», confiesa. Les resulta extraño ver su jardín de arena particular invadido de extraños -algunos ya empiezan a ser casi familiares- a pesar de las duchas que les han instalado. Y de los socorristas. Y de todas las comodidades que trajo consigo la bandera azul, una de las pocas que tiene el concello. Son cosas que no necesitan. Conocen su playa mejor que nadie porque viven «en la arena».

Por si fuera poco, de fondo el arenal les regala una vista de la isla de Cortegada que intentan maldecir por seguir atrayendo visitantes. Pero solo les salen las palabras típicas de cualquier enamorado: «Para nosotros es nuestro paraíso. Con esto y con salud, lo tenemos todo». Por cierto, y hablando de puestas de sol, «son rojas, muy rojas. Increíbles», matiza Elvira.