Marilyn embarazada

Fernanda Tabarés DIRECTORA DE VOZ AUDIOVISUAL

YES

04 mar 2017 . Actualizado a las 05:25 h.

Nunca había reparado en la verdad de su magnetismo hasta que una cadena menor, fuera del prime-time, programó un documental de su huida a Nueva York. Reconstruía su relación con Milton Greene, el fotógrafo neoyorquino que reconoció lo que Marilyn Monroe quería ser y que la ayudó a dejar Hollywood para instalarse en Manhattan, matricularse en el Actor`s Studio y escribir poesía. Greene disparó miles de veces sobre la belleza desvalida de aquella mujer a la que proporcionó la confianza que no había encontrado en la fama y la empujó a experimentar con otro tipo de cine. Suyas son algunas de las instantáneas más conocidas de la actriz, pero también otras en las que se desmorona el estereotipo en el que vivía instalada. Unas semanas antes de morir la retrató, de rojo, con la decadencia física amenazando. Lo hizo con la vocación de hacer caso al consejo que un día había recibido de Diana Vreeland, editora de Vogue, sobre cómo fotografiar a una señora: «Una mujer no es bella por su piel, sino por sus cicatrices». Greene captó aquella que atravesaba su vientre, evidencia de una cirugía grosera, pero sobre todo aquellas que la condujeron, pocos días después, a una muerte por sobredosis. Arthur Miller acabó separándola de Greene, lo que no impidió que ella lo incluyese en una curiosa lista que redactó con los diez hombres que más la habían marcado. El fotógrafo, en quinto lugar, comparte honores con Michael Chejov -su descubridor-, Arthur Miller, John Huston, Sidney Skolsky -influyente columnista a quien la Monroe respetaba-, Marlon Brando, Jawalharlal Neru -primer ministro indio y un referente ético para ella-, Jerry Lewis, Robert Mitchum y Joe di Maggio. La relación la recogen Joaquín Jordá y José Luis Guarner en Marilyn revisitada.

La experiencia neoyorquina fue finalmente un paréntesis. El negocio enseguida la reclamó para que siguiera siendo lo que el mundo quería de ella. «Sea lo que sea, soy la rubia», «un chiste que produce dinero», solía afirmar de sí misma con una clarividencia suicida que mostraba la perturbación interna que reflejaba su mirada. De esa náusea dejó constancia en los escritos que hace unos años salieron a la luz y que mostraron que bajo el oxígeno de su cabellera habitaba una mente atormentada:

«Ay maldita sea me gustaría estar / muerta -absolutamente no existente- / ausente de aquí de / todas partes pero cómo lo haría / Siempre hay puentes- el puente de Brooklyn / Pero me encanta ese puente (todo se ve hermoso desde su altura y el aire es tan limpio) al caminar parece / tranquilo a pesar de tantísimos / coches que van como locos por la parte de abajo. Así que / tendrá que ser algún otro puente / uno feo y sin vistas -salvo que / me gustan en especial todos los puentes- tienen / algo y además / nunca he visto un puente feo».

Luego está también aquel otro diálogo de Vidas Rebeldes, el epílogo de su existencia, en el que Gable, preparado también para la despedida, le dice que es la mujer más triste que ha conocido; ella responde:

-Pues todo el mundo piensa que soy muy alegre.

-Eso es porque cualquier hombre se siente feliz al mirarte, zanja Gable.

Marilyn la rubia, Marilyn la triste. Todo un estereotipo que estos días se emborronó. Por vez primera vimos una fotografía de ella embarazada. Sabíamos de sus frustrados episodios por ser madre, pero en esa imagen se intuye una tripa abultada que evidencia su estado, al parecer fruto de una relación con Ives Montand. El resultado provoca una sensación extraña, una especie de contradicción entre el personaje y lo que acontece en su seno. Atrapada hasta el final por lo que se esperaba de ella, como si Marilyn encarnase a un tipo de mujer a la que también se le prohíbe ser madre.

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