En el principio

Fernanda Tabarés DIRECTORA DE VOZ AUDIOVISUAL

YES

01 abr 2017 . Actualizado a las 05:10 h.

Antes de Juego de tronos, mucho antes de Serramoura, antes de House of cards y Borgen, incluso antes de Twin Peaks y Crematorio, hubo una serie de televisión que se llamó Starksy y Hutch. Arrasó en los años setenta, cuando la televisión era un objeto que emitía en una sola dirección y que convocaba sin alternativas a toda la audiencia posible, sin competencia más allá del primer canal y de una minoritaria alternativa en UHF que no llegaba a todos los domicilios. Dos policías, uno rubio, uno moreno, uno más carnal el otro más intelectual, uno de chaqueta de lana el otro con chupa de cuero. Nada que no hayamos seguido viendo. Pero muchas de las cosas que hacían sonaban a primera vez.

David Starsky y Kenneth Hutch eran dos agentes californianos que perseguían delincuentes a bordo de un Ford Torino rojo y blanco. El coche derivó en icono y provocó imitaciones en localizaciones tan alejadas del origen como Ourense, en donde algún fan de la serie reprodujo en su utilitario aquella evocadora combinación de colores. Ford lanzó en 1976 una edición limitada de 1.000 unidades que hoy son piezas de coleccionista.

Starsky y Hutch la emitía aquella televisión española de hace cuarenta años y para quienes estábamos lejos de tener la edad suficiente para enfrentarnos a sus relatos de violencia había un primer peaje que superar: los rombos. Para las que fuimos a EGB aquella clasificación de edad ?ninguno, uno, dos rombos en la esquina superior derecha de la pantalla? era una frontera que había que tratar de pasar como fuera, distrayendo incluso a los tutores para acceder a una historia concreta demasiado explícita para ser apurada por una mirada preadolescente y que había sido señalada con los implacables dos rombos blancos que pronosticaban un territorio misterioso en el que pasaban cosas prohibidas que había que conocer como fuera. Fuimos muchos los que conseguimos driblar las precauciones y convertir Starksy y Hutch en una de nuestras primeras series.

Poco hicieron después de aquello los dos actores protagonistas. Paul Michael Glaser y David Soul no consiguieron despegarse nunca de la potencia evocadora de aquella serie y de sus personajes. He vuelto a revisar alguno de aquellos capítulos. Todo era mucho peor de lo recordado pero es fácil deducir que hoy ninguna televisión generalista emitiría esas historias de violencia demasiado explícita para las actuales exigencias de lo políticamente correcto. Había, no sé, un algo de autenticidad en aquellas calles que todavía asoma cuando se vuelve a ver. En el año 2008, Ben Stiller y Owen Wilson ensayaron una versión moderna de la serie. Recurrieron a la parodia, convencidos de que los tiempos habían cambiado. El experimento, lógico, pasó sin pena ni gloria.

Estos días hemos vuelto a ver a Starsky y a Hutch. Glaser empuja la silla de ruedas en la que se mueve Soul. Los años no los han tratado bien. La estampa es la de dos ancianos en los que apenas se intuye nada de lo que justificó aquel fervor adolescente de los años setenta. Las crónicas cuentan que siguen siendo amigos y que siguen hablando del Ford Torino y de aquella televisión de cuando entonces. La imagen es la de nuestro propio envejecimiento pero consigue colocarnos un toque de paz. Si Starsky y Hutch siguen siendo amigos, no todo está perdido, querido.