Ellos abren el camino

La Voz MARÍA VIDAL, NOELIA SILVOSA, CÁNDIDA ANDALUZ, PATRICIA GARCÍA

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ANGEL MANSO

EL MUNDO ESTÁ CAMBIANDO... para bien. Eso de «son cosas de chicas» (o chicos) tiene los días contados. Aunque hay oficios tradicionalmente asociados a un solo sexo, cada vez más la línea se está borrando. Ellos son la muestra de que los trabajos no son cuestión de género.

27 abr 2017 . Actualizado a las 12:33 h.

Es un profe más. Trabaja con ellos, les canta canciones (tiene un máster en Patrulla Canina o Cantajuegos) y les ayuda a la hora de comer. A Aarón desde siempre le han gustado los niños, y sabía que su futuro pasaba por la Educación, así que decidió hacer las prácticas del ciclo que estudió, Técnico Superior en Educación Infantil -niños de 0-6 años-, con los más pequeños para comprobar de primera mano si valía para esto o no.

Pasadas las primeras semanas, su opinión es que sí. Viendo las fotos, la mía también, pero sus palabras lo dicen todo: «Estos días de vacaciones de Semana Santa los he echado mucho de menos, tenía ganas de volver para que me dieran un beso o un abrazo», explica este coruñés que lleva solo unas semanas en la Escuela Infantil Afundación Zalaeta, en A Coruña. Curiosamente en este centro, tres de los siete «profes» de prácticas son chicos. Cada vez es más habitual, comenta Aarón, ver a hombres encargándose del cuidado de los más pequeños, algo que hasta ahora quedaba más en manos de las mujeres. «Al principio lo de que los hombres trabajen en Educación Infantil nos suena un poco raro, pueden pensar que los chicos somos menos cariñosos o más informales, pero es lo mismo que si una mujer es informática», explica Aarón Roel. Aun así, comenta que cada vez tienen mayor aceptación sobre todo entre las personas mayores. «Creo que entre en la gente joven estamos peor vistos, en las nuevas generaciones, pero es mi opinión».

UNA EXPERIENCIA DE 10

Él, no hay duda, que tiene mano para la gente menuda. Ha ejercido de canguro en más de una ocasión, ha llegado a estar al cargo de tres criaturas de diferentes edades a la vez, pero su estreno de manera institucional fueron estas prácticas. «El primer día estaba nervioso, pero los niños te lo ponen siempre fácil. Enseguida te dan confianza, y al minuto te quieren y te arropan», explica. Si algo está siendo su experiencia es enriquecedora. Cada día es un mundo nuevo. «Me ha sorprendido la facilidad que tienen de aprender las cosas, se lo dices una vez, y ya se quedan con ello, son como esponjas. Es muy satisfactorio ver cómo crecen o los avances que hacen a estas edades, marcan al niño pero también te marcan a ti».

Aarón quiere seguir en la escuela, pero en la de mayores. En breve retomará las clases para estudiar Terapia Ocupacional en edad infantil. Él lo tiene claro. «Aunque vengas triste, con una sonrisa, te hacen feliz». Así da gusto trabajar.

M.MORALEJO

Elena Casal, árbitra: «En el campo creo que ni se fijan en si soy chico o chica»

Ve el fútbol desde un punto de vista neutral, y tanta imparcialidad quizás es la responsable de que no sienta los colores de ningún equipo en particular. Eso es, no es ni del Celta ni del Dépor. Si echan un partido por la tele, ella presta más atención al que lleva el silbato en la mano (por la cuenta que le trae). Elena Casal lleva pitando desde los 15 años, nada menos que 13 temporadas, así que es una voz autorizada en el terreno de juego. Se impone tanto a chicas como a chicos de Preferente, y a mujeres de Segunda División. Y lo hace con la mayor naturalidad del mundo, es más, ella asegura que hay veces que los jugadores no se fijan si el árbitro es hombre o mujer. «Me respetan por igual, me ven como una compañera más». Y como una más se prepara. Entrena cuatro o cinco días a la semana, en función de la carga de partido del fin de semana, durante hora y media. Un entreno completito: series, gimnasio, fuerza... «casi como una atleta». «Entreno con muchos compañeros chicos, cada vez la forma física de los jugadores es mejor, y tú tienes que estar ahí», explica esta joven.

Igual que otros niños piden ir a fútbol, baloncesto o judo, a ella, con 15 años, lo que realmente le llamaba la atención era la figura del árbitro cuando iba a ver los partidos de su hermano pequeño. Dicho y hecho. Sus padres la apuntaron al Colegio de Árbitros, adonde acudía dos días a la semana a clase. Ese mismo año ya arbitró su primer partido de alevines. Desde entonces no ha parado. Sueña con pitar algún partido de Primera División, tanto le da si juegan mujeres u hombres. El año que viene puede hacerse realidad. Por primera vez habrá un grupo de 20 mujeres arbitrando la Primera División femenina, un trabajo que hasta ahora venían haciendo los chicos que pitan en 2.ª B. Elena se está preparando para ello. En realidad nunca deja de prepararse, porque los árbitros tienen evaluación continua. Tienen exámenes periódicos (unos tres o cuatro al año) que incluyen pruebas físicas y teóricas de las que obtienen una nota que hace media con las puntuaciones que les ponen en cada partido. Los mejores clasificados acuden a un cursillo a final de temporada, y de ahí solo unos pocos promocionan de categoría.

REVISA LOS VÍDEOS

Aunque no se puede vivir de esto, de momento, Elena se lo toma muy en serio. Es muy exigente consigo misma y no es la primera vez que le encarga a alguien que le grabe sus actuaciones, ya que los de estas categorías son muy difíciles de conseguir en vídeo, para luego revisarlas al llegar a casa. «Es la mejor manera de mejorar, siempre encuentras algo; no errores de jugadas, pero sí de colocación, por ejemplo», explica Elena, que asegura que no le cuelan ningún penalti. «Los suelo tener muy claros». Tanto como que su papel en el campo es testimonial. «Nosotros no influimos en los resultados, son los equipos los que ganan o pierden». Entonces, le hacemos la temida pregunta: ¿A ti te pitan mucho desde la grada? «No, la verdad es que no, está claro que a veces dejarás más contentos a uno que a otros, pero es así». La que debió de quedar contenta es una abuela que con motivo de un torneo de niños bajó al césped a regalarle una medallita con una virgen. «No sé por qué me la dio. Me dijo que era para mí, que la guardara. Desde entonces la llevo siempre conmigo y me da suerte». Seguro que su nieto ganó el partido. O no.

MARCOS MÍGUEZ

Fernando López, limpiador: «Estoy encantado de dedicarme a esto»

Fernando disfruta de su oficio, pero no siempre lo tuvo tan claro. «Yo mismo me di cuenta de que esta es una profesión tanto para las mujeres como para los hombres», asegura. Claro que hay que entenderle en su contexto, porque este veterano fue de los primeros hombres en incorporarse a una empresa de limpieza. «Yo trabajaba en el ambigú de la Cámara de Comercio de A Coruña y después, de rebote, empecé a limpiar. Ahora estoy en Fyt Limpiezas y encantado. Esto es muy agradecido», dice Fernando, que lo limpia todo: «Hice cristales, maquinaria, servicios, vestuarios, portales, oficinas...». Eso sí, lo que más disfruta es dejar los pisos como los chorros del oro: «Cuando termino y los veo tan brillantes, me dan ganas de sacarles una foto», bromea entre risas.

¿Cuál es el truco para limpiar más rápido? «Limpiar no es fácil ni es cuestión de rapidez, sino de pararse a organizar. Por ejemplo, en una vivienda hay que empezar siempre por los cristales, que manchan bastante. Después ya se va por el salón, las habitaciones y el pasillo hasta acabar en la cocina y, por último, el cuarto de baño, que es donde recojo todo el material. Y si son oficinas, primero empiezo por las mesas de los empleados por si empiezan a llegar, para no molestarles, y después ya barro y mopeo».

No te creas que el hecho de pasarse todo el día limpiando le convalida para no hacerlo en casa. «Los fines de semana siempre limpiamos juntos mi mujer y yo», afirma. ¿Y planchar? «Mira, yo sé manejar un ordenador, pero una plancha o una lavadora sí que no. Aunque ayudo a hacer las camas y hasta a cocinar un poquito, aunque no sé demasiado», responde. Todo no se puede pedir. 

Santi M. Amil

José Delgado, matrón: «Cada vez está más asumido»

Es el único matrón del Complexo Hospitalario Universitario de Ourense (CHUO). O matrona, como dice el propio José Delgado Rodríguez. Enfermero de profesión, hizo la especialidad en Obstetricia y Ginecología y le quedan menos de 15 días para dejar de ser residente en el servicio, teniendo ya interinidad como enfermero. José Delgado sabe que se mueve en un mundo de mujeres y asegura que es el trabajo que siempre quiso hacer, aunque también tenga la especialidad en salud mental. «Me gusta mucho, porque tiene más que ver con la salud que con la enfermedad. Ver nacer a un niño es muy bonito, reconfortante. Es la cara más alegre. Vas muy contento a casa después de trabajar. Llevo muchos años en enfermería y cuando estás en planta es diferente, es gente que a veces está muy malita y entristece un poco», dice.

Explica que la gente rara vez se extraña cuando lo ve en el hospital. «Cada vez está más asumido. Puede haber alguien que se sorprende, pero le explico que hay matrones igual que ginecólogos». Aunque sí, en un centro de salud como enfermero especialista en Ginecología, una chica le pidió que le atendiese una mujer: «No pasa nada. La vi sobrecogida, había otra enfermera y lo hizo ella. Pero son casos muy puntuales. A nivel de matrona no me ha sucedido nunca, y eso que pensé que me iba a pasar». Y explica que aunque desde hace pocos años la palabra matrón está aceptada por la RAE, a él no le preocupa que le digan que es una matrona. Sobre la poca existencia de hombres en enfermería, José Delgado cree que las cosas están empezando a cambiar, aunque todavía hay 5 hombres por 50 mujeres que cursan esta especialidad. «A nivel universitario, en general, hay pocos hombres en todas las carreras, en cualquiera. Y, por ejemplo, a la inversa pasa en Veterinaria, que es una carrera tradicionalmente de chicos y ahora la mitad o más son mujeres», dice.

Aunque es el único hombre en este servicio dice, entre risas, que sus compañeras no le tratan de manera diferente: «Me tratan con mimo, pero sin diferencias».

ANGEL MANSO

Mónica Rey, capitana de corbeta: «Solo éramos tres mujeres en los cinco cursos»

La sangre de marino le corre por las venas. «Recuerdo haber dicho que quería serlo desde muy pequeña. Es curioso, porque en la época en la que yo manifestaba mis intenciones las mujeres no podíamos acceder a la carrera militar», recuerda la capitana de corbeta Mónica Rey Docal. Esta ferrolana «de toda la vida» de 39 años ingresó en la Armada hace 19. Lo hizo con las ideas muy claras, «por vocación». «Cuando llegué a la escuela naval militar en Marín era la única mujer de la promoción». Se formó rodeada de hombres, «solo éramos tres mujeres en los cinco cursos», hasta que llegó su primer destino como oficial de la Armada a bordo de la fragata Andalucía. «Para mí supuso la confirmación de lo que ya sospechaba desde pequeña: realmente me sentía a gusto a bordo. La vida en el barco es dura, pero apasionante a la vez». Según Mónica, es una especie de «Gran Hermano» donde «mantienes una relación de 24 horas con tus jefes, compañeros y subordinados».

AL POLO NORTE

La mayor sorpresa se la llevó en el 2007: viajaría al Polo Norte como jefe de máquinas del buque de investigación oceanográfica Hespérides. «Era la primera vez en la historia que el Hespérides iba a realizar una campaña dentro del Círculo Polar Ártico», cuenta con emoción. Y lo iba a realizar dentro del año polar internacional. «La campaña fue un éxito», asegura. De su época en el Hespérides guarda «mil anécdotas», como «un partido de fútbol sobre el hielo, que, por cierto, ganó mi equipo» para celebrar el día del Carmen, o las comidas de los domingos en la cubierta del barco cuando hacía buen tiempo. «La verdad es que tomar paella a bordo de un buque rodeada de hielo y avistando un oso polar es una experiencia que no todo el mundo tiene la suerte de vivir».

En el 2012 cambió la vida a bordo por el trabajo en tierra para ser responsable del centro de Instrucción de Seguridad Interior de la Armada en Ferrol, en la escuela de especialidades Antonio de Escaño, y así estar más cerca de sus niñas. ¿Y qué opinan las pequeñas de la profesión de su madre? «Hasta mis hijas no se creen que sea marino». A las pequeñas les encanta ver a su madre vestida de uniforme. «Cuando ven a alguien por la calle con uno puesto me dicen: ‘Mira, mamá, ese es tu compañero de trabajo». Le encanta contar las anécdotas de su vida en el barco a las hijas de sus amigas: «Se quedan sorprendidas y siempre me piden más». Asegura que desde que llegó a la Armada hasta ahora «la profesión en sí es la misma, pero es un hecho que se puede constatar la presencia de más mujeres». De su profesión solo tiene buenas palabras. «En ningún momento me he sentido menospreciada por el hecho de ser mujer».