¡Esta es mi mesa y no me la toques!

María Vidal, Carlos Crespo, Tania Taboada, María Garrido

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ANGEL MANSO

PROHIBIDO SENTARSE AQUÍ... Estas mesas llevan su nombre. Se lo han ganado a pulso, o a platos. Los que comen de lunes a viernes en estos restaurantes, que ya son casi como sus casas. No tienen ni que pedir. Están servidos.

10 jun 2017 . Actualizado a las 05:10 h.

Cuando Alejandro cruza la puerta de El Naranjo de Mamá Chicó en Arteixo no se pone las zapatillas, pero es lo único que le falta para sentirse como en casa. Hace cuatro años que se sienta a diario en la tercera mesa de la primera fila de este restaurante próximo a su lugar de trabajo. A las 14.05 esta mesa está preparada, esperando por él y por su mujer, aunque esta temporada ella está de baja por maternidad, y le toca comer solo. No tiene ni que abrir la boca para que le pongan la bebida en la mesa. El agua del tiempo va sola. La comida también, aunque esto no es porque siempre sea la misma, sino porque Alejandro se encarga de llamar a diario para elegir entre los platos del menú del día y así cuando llega ya está todo listo. «Todos los días a primera hora llamo, me dan las opciones, y le digo: Jose, de primero, por ejemplo, ensalada, de segundo lo que sea, y punto», cuenta este recién estrenado padre.

Lejos de lo que pueda parecer, no tiene una fijación especial con esta mesa, más bien llegó a ella por casualidad. «La primera vez que vine me tocó aquí y desde entonces», no la suelta, le falta decir. Aunque la mesa es la que es, y como mucho tiene espacio para dos, por eso cuando viene acompañado, por sus padres o por algún compañero de trabajo, no tiene más remedio que cambiarla. «Entonces me pongo en aquella redonda», dice mientras sonríe.

Llega la hora del postre. Sin mediar palabra, la manzanilla aparece en su mesa. Suerte que Alejandro es de costumbres, que no le da por ir variando, que si no...

Alejandro no es una excepción. Martín Presumido, propietario del local, explica que tienen varios clientes de mesas fijas, y de ideas también, porque el postre y la bebida nunca cambian. Antes cambiamos nosotros de local...

JORGE LEAL, 'PETO': OCHO AÑOS EN DOÑA TAPA

OSCAR VIFER

Desde hace ocho años Jorge Leal, Peto, come absolutamente todos los días en Doña Tapa, en pleno centro de Vilagarcía. No en la misma mesa ?aunque nunca en la barra? pero sí a la misma hora, después de las cuatro. «Cuando trabajaba en Santiago salía a las tres y llegaba a casa a esa hora. Mi familia ya había comido y yo comía solo», comenta. Ahora también lo hace. Ni siquiera ve la tele. «Cuando me siento es para comer», enfatiza. A Peto no le cabe duda de que para personas que vivan solas comer fuera de casa no conlleva más que ventajas. En primer lugar económicas. «Si hiciese la comida en casa y tuviera que pagar lo que iba a comer más lo que iba a desperdiciar, añadirle el coste del agua, luz, gas, detergente, etcétera, me saldría mucho más caro que lo que pago por el menú del día en Doña Tapa». Un menú que ni siquiera sabe exactamente cuánto vale. «Yo siempre pago el mes entero a primeros. Y creo que tengo algún descuento».

Otra razón no menos importante para escoger esta opción es la calidad y variedad de la comida. «Para mí solo nunca haría unas lentejas, un cocido o una merluza en salsa verde. Y si lo hiciese, ¿qué iba a hacer, comer lentejas cinco días? Acabaría comiendo siempre fritos o a la plancha». Le recuerdo la opción del congelado. «Vivo en una casa pequeña. El almacenamiento es otro problema a la hora de cocinar en casa».

Después de 8 años, Peto reconoce que con los propietarios y el personal de Doña Tapa se ha creado un vínculo personal, «una amistad, me atrevo a decir», que va más allá de la mera relación con un cliente. «Es raro el día que me dicen qué hay de menú. Ellos saben perfectamente lo que quiero, mis gustos y mis manías». Que también las tiene. Como comer siempre frío o sustituir el azúcar del café por una chocolatina.

En ocasiones estos clientes fijos ejercen también de conejillos de indias. «Yo no soy muy de postres, pero a veces me traen algunos para que los pruebe. Y siempre están deliciosos». Peto es feliz comiendo en Doña Tapa. Ni siquiera cuando alguna noche alguien le propone ir a cenar a ese mismo lugar pone impedimentos. «No me aburre en absoluto, voy encantado».

MANUEL Y ROSALÍA: TODOS LOS SÁBADOS EN MANUEL MANUEL

OSCAR CELA

Nos vamos a Lugo, donde Manuel Castro y Rosalía Fernández salen, todos los sábados, a disfrutar de una comida fuera de casa y tienen ya su propio restaurante. Se trata del Manuel Manuel. «Vinimos por primera vez a este establecimiento hace más de un año y medio y nos encantó. El camarero nos dio opción de elegir mesa y escogimos una del final del comedor porque nos pareció una zona acogedora e íntima. Tanto nos gustó el restaurante y la mesa que ahora venimos todos los sábados y ya reservamos el que consideramos nuestro espacio», cuenta Rosalía, quien este sábado se encontraba en su mesa habitual para disfrutar de un buen menú.

El restaurante está en el barrio lucense de A Milagrosa y es ya un establecimiento hostelero mítico de la capital lucense. «A veces venimos nosotros solos y otras traemos a los hijos. La mesa es grande y cabemos todos. Y si no, pues comemos algo más apretados, pero siempre en nuestra mesa», asegura Manuel.

MARIO Y RAÚL, DOS FIJOS DEL CENTRAL

Xoán A. Soler

El Central responde a la perfección a su nombre. Es el punto de referencia de Novo Milladoiro, en Ames, un polígono con actividad empresarial con perfil de servicios en el que también se diseñaron lofts para oficinas. En una de ellas trabajan Raúl y Mario, auditores, que son un dos fijo en la quiniela. De lunes a viernes comen fuera, «en media hora o 40 minutos», y vieron la luz cuando el cocinero Andrés Fernández cogió las riendas de este local luminoso y rodeado de un agradable jardín con terraza. Los dos se acomodan siempre en la misma mesa interior y se dejan sorprender por las propuestas de la casa, que tiene el precio fijo de nueve euros, con dos platos, bebida y postre o café. «Se come bastante bien, es agradable, nos queda muy cerca y tienen un menú variado», explica Raúl, que nunca deja pasar los platos más singulares que le proponen. Andrés, con amplia experiencia en distintos fogones de Compostela con estilos muy diferentes, es consciente de que el único truco que funciona para que los clientes repitan a diario es que se sientan cómodos en el local «y llamar su atención» de vez en cuando. Por ello, como norma ofrece en los primeros propuestas de cuchara o ensaladas, y en los segundos, carne o pescado, «pero un día preparas algo diferente, unos chupachups de chorizo, y sorprendes a la clientela». Las rutinas de algunos grupos que trabajan en la zona también generan adhesiones, que si no son diarias, al menos semanales. Así, en el Central reciben cada lunes a un grupo de 14 personas, los martes suelen parar por allí una pandilla de profesores de un instituto muy cercano, otro trabajador tiene su rincón de siempre en la barra para comer... Van pasando los mediodías y esas joyas para los negocios, que son los clientes fijos, repiten estampa. Por algo será.