Los 50 de Nicole

Fernanda Tabarés DIRECTORA DE VOZ AUDIOVISUAL

YES

24 jun 2017 . Actualizado a las 05:20 h.

Aquella pelirroja de piel transparente y larga como un huso encajaba como un guante en la atmósfera opresiva de Calma Total. Era 1989 y arrancaba la carrera de una actriz que esta semana cumplió 50 años. Las crónicas han saludado el reencuentro de Nicole con su cara, la manera en la que llega al medio siglo, como si hubiese recuperado la dignidad física tras sus tonteos con el bótox que, según ella mismo confesó, mantuvo su rostro paralizado durante un tiempo.

Los cincuenta años de Nicole Kidman permiten testar la manera en la que está envejeciendo toda su generación. Una mujer nacida a principios del siglo XX entraba en el medio siglo sabiéndose vieja. A esa edad lo habitual era ser abuela y en muchos casos viuda de la única pareja que se había tenido. Si echamos cuentas de los años que tenían nuestras abuelas durante nuestra infancia seguro que descubrimos a mujeres más jóvenes de lo que recordamos. Pero la dictadura y su forma de tratar a la mujer, esa manera de considerarlas seres inferiores objeto de tutela, les arrebató lo que iba siendo normal en las democracias del mundo. Las abuelas transitaban de la cocina a la sala y muy pocas actuaban fuera del entorno familiar, como si se les hubiese hurtado cualquier posibilidad de ser autónomas o libres. Las pocas que lo hacían eran consideradas unas modernas o unas tolas.

Si la Kidman hubiese sido española, entre ella y su abuela mediaría un abismo. Ninguna de aquellas mujeres pudo soñar con la vida de sus nietas. Ninguna de aquellas señoras imaginó que se podían cumplir cincuenta años como lo ha hecho Nicole esta semana, con ese aspecto y esa vida.

Las más inquietas, las que llegaron casi centenarias al inicio de este siglo, las que tuvieron tiempo de asistir a la apertura de la ventana fabulosa de Internet, contemplaron aquel ingenio con el asombro que suscitan los prodigios. Algo veían en aquel tragaluz digital tan ajeno a su mundo analógico que les permitía estar seguras de que algo gordo aguardaba tras la pantalla y de que eso tan gordo era más bueno que malo.

Pasma comprobar con qué tranquilidad contemplaban cómo el mundo se aceleraba, cómo aplaudían las vidas de sus nietas, cómo se alegraban de que el progreso llegara al fin a su estirpe. Y sobrecoge repasar sus vidas, biografías pegadas a lo más turbulento del siglo XX, a momentos terribles, violentos, mezquinos, llenos de guerra, de hambre, de miseria y de miedo.

Hay un encuentro que hay que provocar, un diálogo que establecer: el de las primeras mujeres que votaron en España, durante la Segunda República, con aquellas que volvieron a hacerlo tras cuarenta años de dictadura. Una conversación que ya no podrá ser real pero que servirá para constatar cómo el mundo puede cambiar en tan solo tres generaciones. Es también un mensaje para el futuro. Quizás lo que hoy damos por cierto sea más frágil de lo que nos pensamos.