Cristina Soria: «Yo era mucho de adelantarme a lo que podía pasar, y ahora no»

YES

cedida

La coach más televisiva tiene la receta para acabar con la tristeza, aunque cree que los bajones son necesarios. Ella misma escribe su último libro después de un año «complicado». Ahora funciona mejor, «he encontrado muchas explicaciones»

22 jul 2017 . Actualizado a las 05:10 h.

Trabaja a diario con las emociones, por ello es rotunda cuando asegura que no hay que huir de ellas, sino reconocerlas y enfrentarlas. Desde que practica esta filosofía, funciona mejor. Aun así confiesa que no es un robot, y que también tiene sus momentos, pero para eso está su familia, para darle un empujón cuando no puede.

-¿Podemos estar más contentos?

-Sí, siempre podemos estar más contentos, pero el objetivo es normalizar la tristeza, es una emoción más, que siempre la vamos a sentir, que es necesaria, porque al final nos informa de que hemos perdido algo o alguien pero no hay que darle la espalda, hay que escucharla y trabajar para recuperar la alegría. El poder sentirse más felices, hay personas que pueden serlo, el problema es que llegue un momento en que no te conformes con nada, sería un peligro.

-¿Hay que tocar fondo para cambiar de actitud?

-Lo ideal sería que no, yo siempre creo que los momentos duros de la vida los puedes tomar como un aprendizaje y darte cuenta de muchas cosas; hay personas que pasan por momentos complicados y no lo aprovechan, y otras personas que esos momentos, y no lo personalizo conmigo, les han llevado a aprender, a relativizar y a saber lo que es importante o no.

-¿Nos cuesta llevar a la práctica el «carpe diem»?

-Sí. Pero es humano, que no somos máquinas. Por la experiencia que tengo es verdad que durante un tiempo estás en alerta y te estás acordando de lo que has pasado, pero luego los ritmos diarios nos hacen olvidarnos de lo que es importante y nos ponemos fatal por cosas superficiales.

-¿Es más fácil perder la alegría que recuperarse de la tristeza?

-Perder la alegría y sumirnos en la tristeza es fácil porque perdemos a seres queridos, tenemos fracasos tanto de amistad como de amor, no nos damos lo que queremos... ¿Recuperar la alegría? Es una cuestión de trabajártelo, nadie te va a dar nada gratis.

-¿Hay que agarrarse a algo?

-Sí, es fundamental. Una motivación o un sentido para algo, si entras en la empatía o donde todo te da igual es muy complicado. Pueden ser hijos, trabajo, volver a ilusionarte con algo... tampoco tiene que ser muy trascendental.

-¿Tú te crees a alguien extremadamente feliz?

-Es verdad que las redes están llenas de momentos felices en los que yo me siento a gusto y quiero trasladar a los demás. En lo que a mí respecta prefiero enviar o ver de los demás imágenes positivas que negativas, pero hay una cosa que es vivir en la felicidad absoluta y obviar que hay otros sentimientos; y otra cosa, yo conozco personas cercanas a mí que tienen la capacidad de decir: ‘Me dan palos y no tengo que amargar al resto’.

-¿Los bajones nos vienen bien?

-No es que nos vengan bien, es que creo que son naturales y necesarios. Yo recomiendo hacer un diario emocional porque hay gente que no sabe reconocer sus emociones, se quedan siempre con la tristeza y el enfado, y no saben ver otras, y a lo largo del día hay muchísimas. Las nuevas generaciones han cambiado, pero a nosotros lo que nos habían enseñado era enseñanza en cuanto a intelecto, pero nada de emociones o desarrollo personal, y nos cuesta más encontrarlas.

-¿A qué emoción recurres más?

-No recurro, ellas vienen a mí. Tengo la capacidad, porque llevo mucho tiempo trabajándomelo, de sacar la parte positiva, de no torturarme con una equivocación, pero ha sido un proceso interno muy fuerte. Yo todos los días me enfado, y a veces sé prevenir el enfado y otras no, por muy profesional que sea porque soy humana, y hay situaciones que me producen tristeza, miedo... pero también vivo una felicidad absoluta en otras situaciones.

-¿Hay que controlarlas o dejarse llevar?

-Hay un hecho que produce una emoción, y la emoción produce en mí un cambio; se altera la sangre, el ritmo cardíaco, las hormonas... y yo reacciono. Es inteligencia emocional el saber gestionar bien esa emoción. Me puedo enfadar, como decía Aristóteles, pero lo importante es saber por qué, con quién y en qué grado. Me puedo enfadar y pegar un grito, es lógico y humano, pero tengo que valorar si lo puedo hacer de otra forma y decirle: ‘Esto que me has hecho me ha molestado’. Somos humanos y nos equivocamos, y hay circunstancias que nos hacen estar más irascibles, el cansancio hace que saltemos de una forma desmesurada. Saber valorar es sumamente importante, pero controlar y guardarla: malísimo.

-¿Los padres influimos en las emociones de los hijos?

-Absolutamente. Influimos por el tipo de apego que les damos y cómo les enseñamos a gestionar esas emociones porque son esponjas. Hace poco en el colegio de mis hijos, que trabajan la inteligencia emocional, me decía una profesora: ‘Tenemos que dejar a los niños llorar, enfadarse, y que luego nos cuenten qué les está pasando, por qué se están enfadando, decirles cómo lo pueden arreglar’. Le dije: ‘Está genial pero tenemos que enseñar a los padres a hacerlo, porque no saben’. Si yo tengo una madre miedosa que me traslada y me infunde ese miedo, voy a ser siempre una persona miedosa, lo mismo que si son optimistas...

-Escribes este libro después de una mala racha.

-Sí, en el 2016 falleció gente cercana a mí, tuve amigos con enfermedades que las siguen superando y fue complicado, pero yo no escribo el libro después de todo el proceso de tristeza, a mí se me plantea escribirlo anteriormente, y coincide que después se me presentan una serie de hechos complicados y fue un factor importante para abordar esta temática.

-De los 18 pasos que planteas en el libro para recuperar la alegría, ¿cuál es el fundamental?

-Reconocer el origen. Si no sé lo que me produce tristeza no puedo seguir. Son todos importantes porque cada uno de ellos me aporta algo diferente, y lo que es fundamental es la actitud, si vamos como víctimas o queremos aprender y ser responsables de lo que nos pasa, y ponernos a trabajar.

-¿Funcionas mejor ahora?

-Sí, a mí me ha cambiado todo, primero porque he encontrado explicación a muchas cosas que me han pasado, desde cómo me relacionaba conmigo y con los demás, y por supuesto de actitud ante la vida, a conocerme mejor y a ser consciente de muchas cosas que me pasan o cómo reacciono.

-Pero, ¿eres de naturaleza positiva?

-Buenooo. Ha habido momentos en los que no he sido tan positiva, era mucho de adelantarme a lo que podía pasar y luego me he dado cuenta de que no puedo hacerlo o de que no me viene bien. He trabajado mucho mi autoestima y mi seguridad, y ha sido lo que se ha notado más para ese positivismo, cuando te quieres más, te aceptas más, no pretendes ser la mejor de todos, que los demás te admiren por lo que haces... Vengo de una familia en la que siempre ha habido un equilibro racional y emocional entre mis progenitores, y es verdad que mi madre nos ha infundido optimismo absolutamente y me he educado en el «todo se va arreglar, todo se va a resolver» y en ese sentido me ha ayudado mucho. Este proceso lo he trabajado y modificado pero eso no quita que haya momentos en los que dude...

-¿Momentos?

-Sí, porque soy capaz de reconocerlos, de tomar conciencia y de ponerme en marcha, y cuando no he sido capaz de hacerlo, les he dicho a los de mi alrededor: ‘Necesito que me deis un empujón porque yo sola no puedo’. En el libro lo digo, tengo mis dudas y es mi familia la que me pone un espejo delante. Las personas que trabajamos la inteligencia emocional no nos convertimos en robots perfectos, pero tomamos conciencia de lo que nos ocurre para cambiarlo.