Ay, los suecos

YES

María Pedreda

16 sep 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Las alertas están por todas partes, pero no todo el mundo está dispuesto a interpretarlas. Tenemos un problema colectivo con los ordenadores, tengan estos el tamaño y la forma que tengan, porque todo es ya un ordenador. No se trata de hacer apología del ludismo, ni de obviar cuántas cosas buenas nos han traído los chips, pero ya es un clamor que las pantallas son un artefacto de un poder brutal e incontrolable cuyo uso debe ser administrado sobre todo entre esos seres humanos pequeños a los que llamamos niños.

La primera alerta clamorosa tiene que ver con la llamativa decisión que comparten casi todos los gurús tecnológicos de mantener alejadas de las pantallas a sus crías, que viene a ser como si el fabricante de ColaCao le diese a sus retoños leche con pan en migas. Es inevitable preguntarse qué habrá en las tripas de esas pantallas para que en muchos colegios de Silicon Valley los ordenadores estén prohibidos y los teléfonos exiliados por contrato. Bill Gates ha reconocido que sus hijos no tuvieron móvil hasta los 14 años y Steve Jobs no pudo ser más explícito cuando presentó el iPad y sentenció: «En la escala entre los caramelos y el crack, esto está más cerca del crack». Pero a pesar de que las confesiones de culpabilidad de sus fabricantes están ahí, los vemos por todas partes: niños pequeños con pantallas de crack en las manos y zombis de todas las edades sumergidos en el líquido amniótico de un teléfono y bordeando la idiocia.

La última alerta clamorosa viene de Suecia, que ha paralizado de forma drástica su plan de digitalización escolar, convencidos de que estaba creando una generación de analfabetos funcionales sin comprensión lectora ni herramientas para escribir a mano. Todo lo moderno que hace una década era introducir ordenadores en el colegio ha resultado ser un desastre, con consecuencias graves para los chavales, incapaces de leer más de cuatro renglones seguidos.

Así que el libro, el viejo libro, el modesto libro, el libro de papel vuelve a estar de moda. Porque resulta que, más allá de ser un objeto bello, con un diseño perfecto, que huele y se toca y que además de las historias de otros convoca a las nuestras más íntimas, nos hace mucho más listas. Muchísimo más de lo que creíamos.