Marcial González, funcionario de prisiones: «Cualquiera de nosotros puede acabar en la cárcel por tomar una decisión en caliente»

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ANGEL MANSO

Si uno camina por una calle y de frente ve a un tipo con mala pinta, cruza de acera. Los funcionarios de prisiones viven en esa acera. Entre asesinos, violadores o terroristas. Y a veces va uno y se fuga. «La culpa no es nuestra. Somos pocos», dicen

21 ene 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Marcial González es un funcionario de prisiones que nació en Alemania hace 54 años y trabaja en el centro penitenciario de Teixeiro (A Coruña) rodeado de 950 reclusos repartidos en 14 módulos. Cada turno de trabajo está compuesto por 45 funcionarios, que han de custodiar a esos casi mil internos. Matones de película con antecedentes sanguinarios. Tipos que trabajan a tanto la pieza: un susto tiene un precio; una pierna rota, otro. Capaces algunos de hacerle un nudo al mazo de la baraja que pasean por el patio con un abogado ahogado por las deudas, un empresario que intentó burlar a Hacienda, un hombre con problemas psiquiátricos o un conductor que una noche mató a un peatón. Una prisión es un juego de equilibrios, un rompecabezas desordenado en el que algunas de sus piezas, lejos de encajar, se arañan entre sí.

En ese escenario y con ese coral de actores, «el olfato es lo más importante que ha de tener un funcionario», dice Marcial González. Sostiene que «hay que saber a qué recluso tienes que animar, qué preso necesita una mañana un gesto cómplice y quién no. Tener claro que a unos no se les puede dar ni una pizca de confianza y con otros tienes que mostrarte distante, inflexible».

Todo eso «te lo da la experiencia», añade Marcial González, coordinador provincial y miembro de la ejecutiva nacional del sindicato Tu Abandono Me Puede Matar. También habla de la empatía, «pues muchos de esos reclusos son personas que pocas o ningunas oportunidades les dio la vida o sus familias. Gente que un día comete un error y de pronto acaba en una celda». Con su trabajo aprendió que «cualquiera de nosotros podemos acabar en prisión por estar en un sitio equivocado, por tomar una decisión en caliente errónea...».

Le vienen a la memoria muchos chicos que entraron por primera vez, se sientan la primera noche en el catre de su celda y su cabeza emprende un viaje asfixiante al pasado. No hace mucho ingresó uno de esos chavales. Había cometido un hecho imperdonable. «Pero hay que estar ahí con él. Sabía que su padre y algunos hermanos habían estado también en prisión. Le expliqué la dureza que supone estar privado de libertad y le di algunos consejos para llevarlo. Le conté que podía ponerse a estudiar y me ha escuchado. Eso te reconforta, te hace amar tu trabajo, te hace ser más humano», dice.

Muchos arrastran una historia antigua de tiros y muerte; delante, la soledad de un hombre que proclama que su única familia es la cárcel. Dónde van a buscar un lugar en el que los quieran.

El sueldo bruto de un funcionario de prisiones está entre los 1.900 y los 2.600 euros al mes. En cuanto a los trienios, los de nivel C1 perciben 30,61 euros al mes. Tienen un horario de 37,5 horas a la semana que suelen estar agrupadas por turnos, así como entre 22 y 26 días hábiles de vacaciones.

El funcionario de prisiones, ¿nace o se hace? ¿Uno se mete en la profesión por vocación o por tener un trabajo estable y medianamente bien pagado? Marcial González asume que «muy pocos acuden a la oposición porque desde pequeños soñaron con eso. La vocación llega con el tiempo y al final no cambias este trabajo por ninguno. Te lo decía antes con el ejemplo del chaval que se puso a estudiar. Son ese tipo de cosas que te hacen disfrutar de la profesión».

Él mismo en su día buscaba un trabajo estable y le comentaron que trabajar en prisiones suponía tener uno de los mejores sueldos de la categoría en el funcionariado del Estado. Pero había un problema. «La oposición no es nada sencilla. De hecho, tiene el temario más denso y complicado del grupo C. Son unos exámenes muy duros, lo que supone que la inmensa mayoría de los que aprueban tienen una alta formación académica, con muchos licenciados. Creo que tener ese nivel formativo nos da más recursos para tratar con los reclusos. Conocemos el lenguaje que hay que aplicar con unos y con otros, la empatía... Y si no nos pasan más cosas es por eso mismo».

Su trabajo no solo es vigilar que no entre droga, que no entren móviles, que no haya peleas, evitar suicidios, apagar incendios y salvar vidas. Son los psicólogos que están en el frente. «No es fácil», admite. En un módulo pueden coincidir «malotes con reclusos primerizos, y a estos los tenemos que cuidar», dice. Si en el comedor alguien se sienta a tu lado y te ofrece un café, ya sabes que luego te pedirá que le cosas una camisa o que le compres tabaco. Las conversaciones derivan enseguida en si me harías tal cosa o me chuparías tal otra. Marcial destaca que tienen «que evitar todo ese tipo de circunstancias que se viven en prisión. Estar siempre en alerta».

Llegados a este punto, la pregunta es obligada. ¿Qué ocurrió en Alcalá Meco esta pasada Navidad con la fuga de un preso muy peligroso? Se escapó por la puerta principal y nadie se enteró. Instituciones Penitenciarias abrió expediente a tres funcionarios. El mundo miró entonces a esa prisión y muchos pusieron en duda a los custodios. ¿Qué dice Marcial de esa sonrojante fuga? Pues que «como ocurre siempre, se responsabiliza al eslabón más débil. No se cuenta que la falta de personal ­(hay un déficit de 4.000 funcionarios) obliga a que solo una persona asuma el control de los familiares que acuden a verse con los reclusos. Aquellos, en connivencia con el preso, distrajeron al funcionario con un pequeño jaleo, porque ya sabemos cómo se las gastan este tipo de personas, y el interno le ganó la espalda sigilosamente al funcionario y se situó en el otro grupo. Al compañero le salió el recuento porque había repartido todos los DNI, ni le sobraban ni tenía de más, así que dio la orden de apertura de puertas».

Eso, por un lado. Luego está el error de los responsables de Instituciones Penitenciarias, «trasladando a un recluso altamente peligroso a una cárcel vieja que se abrió hace 41 años», añade. Tampoco hay que olvidar, dice, que «a un preso de esas características le posibilitaron un encuentro con los familiares». En el departamento de comunicaciones de esa prisión falta el 40 % de la plantilla, lo que quiere decir que de cada dos funcionarios falta uno, y trabajar con esa deficiencia es muy difícil».

En la prisión de Teixeiro también hay individuos del perfil del interno fugado. Un asesino muy peligroso con dos siglos de condena y un libro de Borges en la mesilla de noche. También está ese otro que lo mismo mata a un hombre que fabrica un sable en el penal. O ese que antes de pertenecer a la población penitenciaria cada noche cargaba su cuchillo de alcohol y locura. Sujetos peligrosos. Hay también mujeres que envenenaron a sus propios hijos o quemaron la casa. Un hombre que se hacía pasar por eurodiputado y otros que capitanearon barcos llenos de cocaína. También hay un recluso de 72 años que mató a su mujer porque le llamó cabrón. Y etarras o terroristas islámicos que participaron en el atentado del 11M. Lo mejor de cada casa. «No se les puede quitar ojo», dice. De hecho, tienen la encomienda de hacer informes a petición del Ministerio del Interior. Si se sospecha que un yihadista está captando presos para su causa, se les pide que lo tengan vigilado. O si se cree que un narcotraficante sigue dirigiendo descargas desde prisión, someterlo a mayor control. Miles de delitos se evitan gracias a la labor que hacen los funcionarios de prisiones, a veces actuando incluso como espías para informar a las Fuerzas de Seguridad del Estado.

Marcial es una de las cabezas visibles del sindicato y destaca «la gran unión que hay entre los funcionarios e incluso con la dirección». Sin ceder un centímetro de las pretensiones laborales, el trato con los superiores «es de amistad». De hecho, trabajó hace muchos años en el mismo módulo con el actual director de Teixeiro, José Ángel Vázquez. Eso sí, hay cosas que no se pueden dejar pasar y exigir, como «carencias de personal. Es habitual que haya uno o dos funcionarios para atender a más de 70 internos. La edad media de los funcionarios está en torno a los 50 años. Esto supone una dificultad añadida a la hora de controlar una población reclusa más joven y fuerte, ya que una de las principales actividades en prisión es el gimnasio. El colectivo pide también que se nos dote de unos uniformes más operativos y, sobre todo, el reconocimiento de agentes de la autoridad. Le pongo un ejemplo. Si yo conduzco a un recluso a consulta y nos golpea, por la agresión al médico le imputarán un delito de atentado, y por pegarme a mí uno de lesiones».

Y luego está salir a la calle como cualquier ciudadano. A Marcial le dieron una paliza estando en una terraza. Estaba centrado en su móvil cuando, por sorpresa, un exrecluso se le echó encima. Le dio y se escapó.

La fuga del preso de Alcalá Meco se debió a la falta de personal”

FOTO: ÁNGEL MANSO