Supersubmarina rompe su silencio ocho años después del accidente: «No recuerdo nada de lo que era subirme a un escenario»

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Ricardo Rubio | Europa Press

Un terrible choque los condujo a ocho años de silencio que ahora rompen en un libro que desvela qué ha sucedido todo este tiempo. Sus secuelas, sus sueños rotos y su lucha

17 abr 2024 . Actualizado a las 18:30 h.

Ocho años de denso, profundo y desasosegante silencio. Ese es el devenir de los días que ha acompañado a los cuatro miembros del exitoso grupo Supersubmarina desde que aquel fatídico 14 de agosto del 2016 sus vidas se quedaron atrapadas en el kilómetro 168 de la carretera N-322. Un terrible accidente segó por completo la meteórica carrera de un grupo que parecía destinado a hacer historia en la industria musical española. Pero ese destino caprichoso se guardaba un terrible as en la manga, un giro de los acontecimientos que obligaría a Juanca, Pope, Jaime y José (más conocido como Chino) a apartar sus sueños y pelear por un cometido mucho más básico (y a la vez complejo) que el de llenar festivales y vender discos: el de sobrevivir. Y tras tantos años de silencio, ahora el grupo ha decidido poner luz a toda su historia y desvelar qué ha sucedido en los últimos ocho años después de que el accidente les obligara a permanecer en silencio para desazón de sus miles de fans. Lo han hecho de la mano del periodista Fernando Navarro en Algo que sirva como luz, un libro duro, descarnado y a la vez esperanzador que pone negro sobre blanco todas las tesituras por las que ha tenido que pasar la banda. No solo en estos últimos ocho años, sino desde sus inicios.

La historia de Supersubmarina está llena de claroscuros. Los primeros años brillan con luz propia y arrancan en el 2008. Cuatro amigos de Baeza, que habían crecido chutando balones y probando juntos las mieles de la adolescencia por las calles de este pueblo jienense, deciden emprender una carrera musical. Al principio, sin grandes alardes, con un sonido más bien humilde, pero que ya por aquel entonces demostraba que detrás de esos acordes inestables había algo especial. Un je ne sais quoi que enseguida llamó la atención de importantes figuras de la industria musical. Es el ejemplo de Ernesto Muñoz, que tras escuchar a aquellos jóvenes de Baeza no dudó un segundo en dejar atrás su trabajo en un gigante como Sony para lanzarse a representar a estos chicos andaluces. También conquistaron el oído de Carlos López, mandamás del sello discográfico que enseguida decidió poner la máquina a funcionar para lanzar a lo más alto al grupo. El ascenso fue meteórico. En poco tiempo, Supersubmarina ya estaba llenando algunas de las plazas más icónicas del circuito musical patrio, como la del Trigo, puerto obligado situado en Aranda de Duero (en el que se celebra el festival Sonorama) donde todos los grupos que son alguien deben recalar al menos una vez.

Pero el fatum (como gustaban llamar los romanos a ese destino predeterminado) tenía otros planes para ellos. Y leyendo el libro de Navarro uno puede darse cuenta del peso que ese sino ha protagonizado en la historia de Supersubmarina. Cuenta Juanca, batería del grupo, que unas horas antes de subirse al escenario del que sería su último concierto (en el festival Medusa, una cita que ellos mismos aseguran como extraña, puesto que la música que allí sonaba era más bien electrónica y alejada de ese indie pop que ellos tocaban), se sintió raro. A su cuerpo le costaba moverse y, con esa sensación recorriéndole por cada poro del cuerpo, decide cambiar el modus operandi habitual y cenar solo para luego subir a descansar a su habitación antes del concierto. También Pope, bajista, ve ahora ciertas señales que por aquellos días parecían resplandecer, pero que no lograron captar su atención. El grupo, tras una gira excesivamente larga, se encontraba agotado. Tras aquella cita del Medusa, que sin saberlo se acabaría convirtiendo en histórica, los cuatro miembros de Supersubmarina y su tour manager Chicharro deciden coger el coche bien entrada la madrugada y emprender el camino de vuelta a Baeza con el único objetivo de poder disfrutar en casa del último día de las fiestas patronales.

Un choque terrible

Con ya mucho camino hecho, Chicharro —que hasta entonces había ejercido de conductor— pide el relevo acuciado por unos párpados que tratan de resistir al sueño. Es Pope, el bajista, quien coge el volante. Y esa decisión traerá consigo años de culpa y de un traumático pitido (ese primer sonido que llegó a sus oídos después de que el Seat Alhambra gris que conducía se chocara de frente con una furgoneta de reparto de pan). Aquí empezó la lucha más descarnada de Supersubmarina. El saldo del accidente hiela la sangre. Chicharro logró salir por su propio pie con varias contusiones y en estado de shock. A ese incómodo pitido, Pope sumó las roturas de dos costillas, de la mano izquierda y de un fémur. Jaime (guitarra) se rompió la tibia y el peroné de la pierna derecha y el cúbito del brazo izquierdo; lesiones a las que hubo que sumar una rotura de bazo. Juanca, batería, fue sacado con la vena ilíaca y el abdomen seccionados. Estuvo 47 días en coma inducido. Y José, cantante y alma del grupo, se llevó una de las peores partes: un traumatismo craneoencefálico que lo mantuvo 31 días en coma y 8 años en continua lucha para volver a aprender a hacer cosas tan básicas como comer, caminar o hablar. Y esa guerra es precisamente la que sigue librando hoy en día, con un grupo que tras curarse de las heridas más visibles ahora lucha por remendar las invisibles, esas que pesan por dentro y que llevaron a algunos, como Jaime, a plantearse dejar de vivir para dejar de sufrir.

José (Chino) sigue luchando. Sigue aprendiendo. Sigue avanzando. El suyo es un milagro. Porque si algo sirve como luz es la historia de José. A la uci del Hospital Neurotraumatológico de Jaén llegó más muerto que vivo y, sin embargo, ha ido engañando al más terrible destino para sorpresa de médicos y familiares. Sigue peleando. Y no se sabe hasta dónde y cómo se alargará su lucha. Chino emprende una batalla, entre otras muchas, contra la anosognosia, una patología fruto del accidente que le lleva a tener falta de conciencia de su propia enfermedad, en este caso de su propio estado vital. Este daño neurológico es común como un síntoma inicial en el alzhéimer. En resumen, José es incapaz de darse cuenta de su propia incapacidad. También pugna con un vacío en su cabeza que le ha llevado a olvidar ocho años antes del accidente y varios meses después. Chino no recuerda absolutamente nada de su exitosa etapa en Supersubmarina: «Yo no recuerdo nada de lo que es subirme a un escenario». Tampoco lo que supone que se te erice la piel viendo a miles de personas corear los temas que has compuesto. Nada.

Pero sigue peleando. Igual que todos los demás. Juanca, que también se movió en el filo de la navaja y coqueteó con el final varias veces, ha tenido que plantar cara al peor desenlace en más de una ocasión. Las complicaciones por la infección en los pulmones le condujeron a un fallo renal que tardó mucho en solucionarse. Al igual que sus compañeros, su vida se paró. Y vaya que se paró. Juanca se iba a casar el 23 de septiembre. El 24, un día después de aquel enlace que no se pudo celebrar, se despertó del coma. Creía que el accidente había sido el día de su despedida de soltero.

Jaime también ha tenido que cargar con sus propios fantasmas. Se sometió a un sinfín de operaciones para mantener su pierna. Tal fue el calvario que alguna vez pensó seriamente que prefería optar por la amputación antes que por mantener aquel sufrimiento. Años después, llegaron las heridas más profundas. Una fuerte depresión lo llevó al pozo más oscuro.

En ese mismo lugar estuvo instalado Pope, que a pesar de ser el que más suerte tuvo, también ha tenido que plantar cara a muchas sombras.

El libro no solo cuenta la historia de los chicos. También el de otras personas como Rosa Vela, una médica fan del grupo que tuvo que padecer en sus propias carnes la furia mediática de aquellos días; o el de los vecinos de Baeza que llegaron a llamar a las puertas del Vaticano para pedir un milagro para sus chicos. También el de los familiares y el equipo que ha acompañado a Supersubmarina, y que indirectamente también han sufrido el accidente. 

¿Y ahora qué?

Ocho años parecen una vida. Pero los fans de Supersubmarina siguen soñando con un mensaje que les traiga algo de luz. El futuro de la banda depende, en gran parte, de la recuperación de Chino, que es en sí misma toda una incógnita. Porque José, al que dieron por muerto, sigue sorprendiendo a sus médicos y familiares. Continúa su recuperación. Intenta reaprender cómo se cogía la guitarra. Cómo se tocaba el piano. Cómo se entonaban unas notas. Mientras tanto, la banda permanece instalada en un stand by. Y el final es en sí mismo todo un enigma.