Mi último moreno

isaac pedrouzo AL FRESCO

AL SOL

21 jul 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

No es sencillo ver como todos los planes que diseñas desaparecen a la misma velocidad que el gurruño de papel higiénico que lanzaste al retrete nada más levantarte. El de los primeros mocos de la mañana. Primera melodía del día. Puedo asegurar que la previsión de lo que va a acontecer en un espacio temporal que sobrepase un par de días es inútil, todavía más si sumamos este juego loco con el que los señores del tiempo en televisión se empeñan en aturdirnos. Mi intento vano de esquivar las cremas solares y el Pantone de tonos rojos que te descubren como un personaje poco apto para los días de sol no fue capaz de salvarme.

La salvación no sabe de meteorología. Un abril me apunté al solario, que es como apuntarse a un gimnasio: sabes como entras pero no como sales.

Unas pocas sesiones de luz ultravioleta serían suficientes, nada de potingues protectores en la piel, nadie vería mi brillar colorado a lo lejos disimulando no conocerme. Escogí uno económico, en un bajo donde antes había un after. En recepción el molesto masticar del chicle con que me recibió la chica tras el mostrador me hizo dudar, su manicura impecable me convenció.

Transcurridos dos meses yo ya había conseguido el tono justo entre Zaplana y Beyoncé, el moreno artificial perfecto, el de catálogo de anuncios de bebida veraniega. Con este nuevo tono de piel imbatible, pantalón corto y mi mejor camisa blanca acudí a la primera fiesta de junio a la que me invitaron. Majestuoso. Imperial. Firme en mis condiciones.

Era un carnaval de verano. Y yo sin saberlo.

Se rindieron ante mí, fascinados ante lo que supusieron un extraordinario disfraz de Julio Iglesias.

Asentí entre weas y el amargor de las cervezas disimulando lo ridículo de ese intento mío por encajar.

Mi primer moreno perfecto fue mi último moreno.