Los últimos de la mina de A Silvarosa

Lucía Rey
Lucía rey VIVEIRO / LA VOZ

VIVEIRO

XAIME RAMALLAL

La misma familia vive desde hace un siglo en la casa obrera del yacimiento de Viveiro explotado por los alemanes. Pero les reclaman la propiedad

16 sep 2018 . Actualizado a las 19:11 h.

El termómetro supera los veinte grados, el aire puro entra en los pulmones con fuerza y el sol brilla en lo alto de un cielo absolutamente despejado cuando fotógrafo y periodista coronan los montes de A Silvarosa para compartir un rato con Salvador Arias, su mujer y su hija, los últimos habitantes del antiguo poblado minero de Viveiro, situado a más de 400 metros de altura. «Así dá gusto, isto parece un paraíso!», comentan. «Ai... Non pensedes que isto vos é sempre así! Se vides noutro momento está todo cuberto de néboa, e no inverno é moi húmido e vai moito frío. Días coma o de hoxe non hai moitos», contesta el hombre, que dentro de dos meses cumplirá 85 años, aunque aparenta bastantes menos por la agilidad con la que camina calzado con botas estilo trekking, y se sienta y se levanta para la sesión fotográfica del campo donde pastan sus vacas.

Su familia, asegura, lleva más de un siglo viviendo de manera ininterrumpida en la conocida como «casa obrera» de la mina, un yacimiento de hierro que en tiempos fue considerado como un símbolo de desarrollo industrial en una Galicia profundamente atrasada, y que fue explotado desde finales del siglo XIX hasta bien entrado el XX. Primero, por capital alemán a través de la empresa The Viveiro Iron Ore Co. Ltd., y más tarde por el empresario vasco Horacio Echevarrieta o el gallego José Barro González, pionero en la industria del automóvil. En el último tramo se hizo cargo de la mina la empresa pública Ensidesa, que decretó su cierre en 1966 debido a la mala calidad del mineral extraído.

Su madre se casó allí en 1924

Y es a lo largo de todo ese tiempo donde la historia de la familia de Salvador, asegura, camina a la par y se entremezcla con la de A Silvarosa, puesto que, según cuenta, tres de los nueve hijos que tuvo su abuelo trabajaron en la explotación metalúrgica. La familia al completo, dice, residía en el complejo que los alemanes inauguraron en el año 1905 para evitar que los obreros que eran de lejos -en las etapas de máxima producción llegó a haber más de 500- tuviesen que desplazarse a diario en una época en la que las condiciones laborales eran bastante duras. La casa obrera está formada por varias viviendas y cuenta incluso con una pequeña capilla, en la que posiblemente se casó la madre de Salvador, Adela. «Eu nacín en Galdo [una parroquia vecina] e vin para aquí con 11 ou 12 anos, pero miña nai casou na mina no ano 1924», señala el hombre, que en la actualidad reside en una de las casas del complejo. Las otras son empleadas como cuadra para los animales.

Vacas de carne

Su hija, Aurora, es la propietaria de la docena de vacas que venden para carne, y que hoy por hoy completan la economía familiar, puesto que el matrimonio lleva años jubilado. «Antes tamén tiñamos ovellas e cabras, máis de oitenta, pero coméronnolas os lobos e non nos deron nada por elas», apunta Salvador, que asegura «non entender» por qué. «Por un lado queren xente para o campo, pero por outra bótana con cousas coma esa», señala.

El ganado vacuno pace tranquilamente en las inmediaciones de las casas, donde también se pueden ver un buen número de gallinas y algún gallo. Entre toda esta fauna corretean dos gatos pequeños y descansan los tres perros de la familia: Terry, Jacky y Maduro. El último debe su nombre al presidente de Venezuela, un país que también está estrechamente vinculado a Salvador Arias, puesto que a él emigró a finales de los años cincuenta, después de trabajar un tiempo en la mina y acabar el servicio militar. Y allí conoció a su mujer, Carmen.

«Cando marchei, un obreiro da Silvarosa cobraba 16,5 pesetas e un quilo de arroz xa custaba 12. Pero en Venezuela, un bolívar que aforrabas xa che daba as 16 pesetas», señala el hombre, que explica que al no poder estudiar tuvo que lidiar siempre con los oficios más duros en ciudades como Caracas o Maracay. «Venezuela sacoulle moita fame a Galicia», reflexiona, y añade que sus padres pudieron comprar las primeras vacas con el dinero que les envío desde el país sudamericano. «E ben orgulloso que estou diso!», destaca. Su hijo, Raúl, que trabaja en Barcelona, nació en Venezuela antes de que sus padres retornaran de manera definitiva a España a principios de los años setenta.

La propiedad, en entredicho

La comunidad de montes vecinales en mancomún de Covas, la parroquia viveirense a la que pertenece la aldea, lleva varias décadas reclamando la propiedad tanto de las viviendas como de los terrenos que explota la familia Arias Machado. Y varias sentencias judiciales le han dado la razón, al señalar que Salvador no puede solicitar la titularidad de los bienes inmuebles (todas las casas y más de 7 hectáreas de montes). El hombre mantiene que los alemanes cedieron las parcelas gratuitamente a su abuelo cuando abandonaron la mina al inicio de la Primera Guerra Mundial, en 1914. También asegura que años más tarde el industrial José Barro «mantivo a promesa». Sin embargo, no existe ningún documento escrito que acredite tales cesiones.

Con todo, los distintos miembros de esta familia, desde los abuelos de Salvador a sus hijos, pasando por sus padres, han estado empadronados en A Silvarosa. «E tamén pagamos impostos como o IBI. Ata nos chegaron a embargar por non pagar unhas multas polo pastoreo no monte. Digo eu que se non fose noso ou non tivésemos ningún dereito non nos poderían embargar nada, non? Non se entende», comenta el hombre.

A la luz de las velas hasta hace pocos años

Cuando a principios de los años setenta Salvador Arias retornó a España después de dos décadas en Venezuela, no lo hizo solo, sino acompañado por su mujer, Carmen, y su hijo Raúl. Y la imagen que se encontró la familia en la antigua aldea minera era desoladora. A pesar de estar situada a pocos kilómetros del centro de Viveiro -hoy se llega en menos de diez minutos en coche-, las condiciones de vida que ofrecía A Silvarosa eran pésimas. Por no haber, no había ni electricidad en un lugar que siempre tuvo luz pagada por la empresa mientras funcionó la mina. Los Arias Machado compraron un generador, pero en 1980 Barras Eléctricas les obligó a renunciar a él.

Una lámpara de cámping

Con este panorama, los hijos de la pareja crecieron estudiando a la luz de las velas y de una pequeña lámpara de cámping, según denunciaba una crónica de La Voz de Galicia escrita en 1991. Poco después, en 1992, aseguran que el propio Manuel Fraga agilizó los trámites -Carmen se dirigió a él personalmente en una visita que el entonces presidente de la Xunta realizó a Viveiro- después de que la comunidad de montes de Covas permitiese el paso de la línea eléctrica por montes mancomunados.