«É o noso Moncho»

Manuel García Reigosa
M. G. Reigosa EL PERISCOPIO

ANDAR MIUDIÑO

02 feb 2018 . Actualizado a las 11:26 h.

La ampliación de contrato de Moncho Fernández hasta el 2020 invita a echar la vista atrás y ver cómo ha ido creciendo el club desde que el Alquimista de Pontepedriña recalase en el banquillo de Sar, en el verano de 2010. Entre la LEB y la ACB lleva 250 partidos al frente.

Hace tiempo me comentaba una anécdota que puede ser ilustrativa para el caso. En un día libre, una aficionada reclamó su atención al tiempo que su pareja la recriminaba, por temor a que pudiese importunarlo. La seguidora no tenía dudas: «Pero se é o noso Moncho». Esa cercanía es uno de los grandes valores del Obradoiro.

Sin el ascenso y sin los títulos de la permanencia, parafraseando al técnico, la historia hubiese sido otra. Pero a la par que esos logros deportivos, el club ha sumado otro no menos importante: no ha dejado de reforzar su identidad.

Los aficionados más veteranos recuerdan que el ambiente del viejo pabellón de Sar y el espíritu de lucha del equipo eran muy parecidos a lo que hoy se vive en el Multiusos. En medio quedó la etapa que abanderaron José Ángel Docobo y José Ramón Mato, los lustros de supervivencia a la espera de una resolución judicial favorable que tardó casi veinte años. Ahora el Obradoiro transita por su séptima campaña consecutiva en la élite. Probablemente porque ha sabido preservar su esencia.

La renovación de Moncho se suma a las de Pozas y Llovet, dos jugadores que interiorizaron el obradoirismo como si hubiesen salido de la cantera. Siempre es bueno atar y valorar los referentes.

El equipo tiene su propio sello. Los rivales lo destacan como un conjunto que hace un baloncesto distinto, que siempre compite, que aprieta desde la defensa.

El Miudiño no es la haka de los All Blacks. Le falta la danza, pero vertebra y proyecta una imagen amable impagable. Nadie que haya tenido la oportunidad de disfrutarlo en Sar queda indiferente.

Quienes viven el Obradoiro se sienten partícipes de todas esas pequeñas conquistas, disfrutan del camino. Como en aquel chiste de Eugenio sobre un jugador de póquer al que le encantaba perder porque ganar tiene que ser... Aquí, de momento, pequeñas victorias.