Días de arqueología industrial en la vieja nave de Lantero

Serxio González Souto
serxio gonzález VILAGARCÍA / LA VOZ

AROUSA

Mónica Irago

Diez años después del traslado de la actividad a O Pousadoiro, las inmensas instalaciones languidecen a un paso de A Compostela

20 ene 2019 . Actualizado a las 13:03 h.

La contemplación de una fábrica vacía evoca en el ánimo un cierto regusto a naufragio colectivo. Un naufragio descomunal, en el caso de Lantero, cuyos 28.000 metros cuadrados, como es sabido, carecen de uso desde que, en el 2009, la actividad de la cartonera se trasladó a las flamantes instalaciones que el grupo cartonero levantó en el polígono de O Pousadoiro. Un renovado halo de interés se cierne sobre este lugar, situado a un paso de la playa de A Compostela, al hilo del recurso contencioso administrativo que la familia propietaria de los terrenos acaba de anunciar para forzar al Concello de Vilagarcía a tramitar el convenio urbanístico que, pactado en el 2004, debería haber convertido todo esto en una amplísima zona residencial. No es hora, sin embargo, de seguir profundizando en el conflicto, sino de llevar a cabo un ejercicio de arqueología industrial para sumergirnos en este inmenso recinto despoblado.

Que en Lantero no se haga nada desde hace diez años no quiere decir que la parcela esté dejada de la mano de dios. La encomienda de mantener a raya la previsible ruina recae sobre la gestoría inmobiliaria Fincas Chorén. Su gente se encarga de adecentar el lugar y de acometer una limpieza cada tantos meses. Desde el exterior, el aspecto de la nave recuerda al de un titánico hangar en el que alguien hubiese olvidado una serie de piezas que, con el paso del tiempo, se parecen más al sonajero y los juguetes oxidados de un gigante extinguido que a útiles que en algún momento generaron empleo y riqueza. Las dimensiones de su interior vacío desafían cualquier idea que uno se trajese de casa. Esto es enorme. Se diría que aquí dentro caben un par de fexdegas.

Aunque en algunos tramos manda la humedad, la cubierta de uralita ha soportado bastante bien el transcurso de tantos años ociosos. Los trazos de aquella fábrica que comenzó a funcionar en 1950 están por todas partes. Casi se puede conjurar el espectro de la plantilla que convirtió la factoría de Vilagarcía en una absoluta referencia en su sector. Solo una gotera pertinaz y los graznidos de algún cuervo rompen el silencio que en el 2009 cayó sobre este enclave deshabitado que, a diferencia de muchos otros en la capital arousana, apenas ha atraído a transeúntes en busca de un techo. Y eso que sus infinitos recovecos hacen de él una especie de Marina d’Or, una ciudad de vacaciones para quienes carecen de un refugio estable. Su único inquilino, que lo hubo, se esfumó hace año y pico. Desde entonces, un sistema de cámaras le quita las ganas a cualquiera que pudiese intentarlo. Fuera sigue lloviendo. Dentro, el tiempo se ha parado.