El jardín secreto en el que florecen esculturas

Rosa Estévez
ROSA ESTÉVEZ CAMBADOS / LA VOZ

AROUSA

MONICA IRAGO

La Fundación Manolo Paz es un espacio mágico, envuelto en la luminosidad de la ría de Arousa

19 jun 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

No es fácil llegar hasta la Fundación Manolo Paz. Aunque el camino está señalizado, es preciso prestar atención para no saltarse ningún cruce y acabar perdido en ese territorio hermoso en el que el río Umia se abandona en los brazos de la ría de Arousa. En ese mundo bello, verde y azul, nació y creció Manolo Paz, uno de los artistas gallegos con una tradición más sólida, con una obra más internacional, con un prestigio tan inmenso como su sencillez. Y allí decidió crear un museo propio. Un espacio en el que trabajar y exponer sus obras, integrarlas en el paisaje, convirtiéndolas en parte de la naturaleza. Elegido el lugar y establecido su objetivo, el artista comenzó a plantar sus esculturas en una finca heredada de sus padres que fue aumentando de tamaño. Y así nació la Fundación Manolo Paz, un espacio mágico en el que es difícil no dejarse arrastrar por la belleza. No olvidarse, aunque solo sea por una tarde, del mundanal ruido que hay allá fuera. Tan lejos.

El conjunto de obras que se reúnen en Castrelo permiten hacer un viaje por la producción artística de este cambadés universal. Desde piezas de los años setenta a obras actuales. Incluso a las obras que están por llegar, por nacer en la cabeza de Manolo Paz, puesto que no es raro tropezarse durante el paseo con el artista, dispuesto siempre a compartir parrafada, e intercambiar sabidurías.

Al jardín secreto se va entrando poco a poco. Nada más traspasar las puertas de la finca, ante nosotros se extiende una suerte de avenida flanqueada por esculturas. En uno de los laterales se abren algunos huecos que permiten investigar al otro lado. Allí reina el verde brillante del césped. El marrón oscuro, casi negro, de los troncos de los pinos. Y si se busca el ángulo adecuado, al fondo debe centellear, en una tarde de sol, el mar de la ría de Arousa. Es fácil que esa composición de colores y texturas realizada por la naturaleza nos distraiga, que nos absorba y nos empuje hacia esa parte de la Fundación en la que la naturaleza y la escultura se dan la mano, se funden y se confunden. A fin de cuentas, el terreno de la Fundación está modelado, forma parte de la concepción integral del trabajo de la escultura, convertido en el mejor escenario para cada una de las piezas que Manolo Paz ha creado y ha colocado en su lugar con amoroso impulso.

Nada más desembarcar en este espacio, ante nosotros aparecen obras de gran formato. Esculturas que casi parecen juguetes de algún niño gigante, que se entretiene ensamblando enormes losas de piedra para darle formas que guardan un sorprendente equilibrio. Ese es uno de los rasgos de las obras de Manolo Paz, que son piezas que piden a quien las mira que entre en su juego. Que imagine, que acaricie, que se suba a la piedra y camine por las entrañas de la pieza. Aquí no hay carteles de «no tocar». Todo lo contrario.

El terreno, que sube y baja en suaves lomas, nos va marcando un camino. En un rincón del jardín, la suavidad y la elegancia oriental se han instalado cómodamente. Incluso hay un rincón secreto en el que el visitante puede buscar la soledad en una pequeña cueva entre los juncos.

Un lago, una loma, los pinos. Y de repente, nos encontramos con un crómlech moderno: un círculo de los famosos menhires de Manolo Paz, que nos empujan directamente a A Coruña, a los pies de la Torre de Hércules, donde el artista de Cambados eligió esa forma poderosa, cargada de historia, para crear un espacio para la paz. Aquí, al fondo, nos sonríe la ría de Arousa. Es el final de nuestro viaje. Un lugar en el que detenerse, apoyar la espalda en la piedra caliente de alguna de las esculturas y dejarse mecer por la brisa. Con los ojos entrecerrados. Tarde verde y azul.