De Liang Shan Po a Primera División

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre REDACCIÓN / LA VOZ

AROUSA

MARTINA MISER

El club de ajedrez fundado en el IES Bouza Brey acaba de ascender a la División de Honor

16 sep 2019 . Actualizado a las 21:40 h.

Llevo desde el mes de abril haciendo bolos para presentar una novela. Recorro ciudades y pueblos, ferias del libro y semanas culturales y en todos los sitios cuento la misma historia sobre la génesis de la novela: en 1981, apruebo unas oposiciones, puedo escoger el destino de España que quiera, cojo un libro de mi padre, veo unas fotos de una ciudad desconocida llamada Vilagarcía de Arousa, quedo fascinado por su muelle de hierro, su balneario de madera, su playa de A Concha y sus palacetes con lago y decido irme a ese lugar como profesor de Lengua española.

Supongo que nadie escoge un destino fijándose en las fotos de un libro titulado «Maravillas de España», pero entiéndanme: tenía 23 años, quería conocer mundo, pero aún no había Erasmus y lo más exótico para un extremeño era un lugar con mar, marisco, verdor perenne, veranos fresquitos y donde se hablaba una lengua distinta.

En mis bolos literarios, también cuento que, al llegar a Vilagarcía, me llevé una pequeña decepción porque no había muelle de hierro ni balneario de madera y la playa de A Concha desaparecía al subir la marea. Pero soy de naturaleza optimista y aquellas desilusiones se evaporaron en cuanto comí un filete de ternera gallega en una casa de comidas llamada Carballinés.

Instalado en Vilagarcía, las emociones del primer trabajo, de los alumnos y de la preparación de las clases borraron de un plumazo cualquier problema y me dispuse a ser feliz. Y lo fui en aquel instituto que no tenía nombre. Simplemente se denominaba como el lugar donde estaba enclavado: Fontecarmoa.

En él, se impartía Formación Profesional en aquellos años en que la FP era la hermana pobre de la enseñanza. Pero el ambiente me encantaba: había muy buena relación entre los alumnos y los profesores y, aunque el claustro, como casi todo en aquella época, estaba muy politizado, o mejor, muy ideologizado, en un abanico que iba del centro izquierda a la extrema izquierda, la verdad es que aquella tensión llenaba de intensidad el día a día y el Instituto de Fontecarmoa fue un inolvidable aprendizaje.

Al poco de empezar las clases, supe que, en Vilagarcía, mi instituto era conocido como Liang Shan Po, tomando aquel sobrenombre de una serie televisiva japonesa de moda protagonizada por personajes desalmados. Creo que el apelativo era más clasista que real. Desde luego, en Fontecarmoa no había pijos ni abundaban los hijos de las mejores familias de la ciudad, sino que venían estudiantes de toda la ría con el afán de formarse en una profesión técnica o administrativa. El exterior del instituto parecía una estación de autobuses de donde partían por la mañana y por la tarde autobuses con estudiantes hacia O Grove, hacia los pueblos del interior de O Salnés, hacia Cesures y hacia el puerto de Vilanova, donde cogían la motora de A Illa. Había incluso un par de estudiantes de secretariado que llegaban cada mañana en aquel precioso barco verde que hacía la travesía de Rianxo a Vilagarcía. Es decir, eran chicos y chicas de las aldeas, pero el ambiente era muy sano, nada semejante a Liang Shan Po, salvo algunas excepciones que ahora les cuento.

Una mañana, Lito, corresponsal de El Correo Gallego, publicó una información en su periódico sobre la venta de bocadillos rellenos de hachís, además de queso y chorizo, en los alrededores de nuestro instituto. Nos indignamos, llamamos al director del diario compostelano, exigimos una rectificación y nos hicieron caso: rectificaron y el pobre Lito hizo algunos reportajes sobre los encantos de nuestro instituto-paraíso. Pero el paso de los años le dio la razón: en el libro Fariña, Nacho Carretero escribe, efectivamente, sobre los bocadillos de hachís que se vendían a las puertas del instituto. También tuvimos que expulsar unas semanas a unos alumnos que traficaban con Winston de batea.

En el instituto de Fontecarmoa, me encargaba de las actividades extra escolares y organizaba excursiones culturales para conocer museos, castros y espacios naturales de Galicia. Años después, quedé con unos jóvenes en Santiago para escribir un reportaje sobre cómo habían salido de la heroína gracias a Proxecto Home. Al llegar a la cita, me saludaron con un «Hola, profe» que me dejó boquiabierto. «Fuimos tus alumnos. ¿Te acuerdas de aquellas excursiones que organizabas? Pues alguno íbamos en ellas y traficábamos con coca en los asientos traseros del bus, pero los profes ni sabíais qué era la coca», me noquearon.

La situación actual

Cuando hago bolos por las ferias del libro, cuento estas historias, explico cómo me marcaron y provocaron que escribiera una novela. Al acabar de hablar, el público siempre me pregunta por la situación actual del Instituto Liang Shan Po y yo, emocionado, les cuento que aquellos profesores tan ideologizados no dejaron nunca de esforzarse por mejorar el instituto: fundaron revistas escolares, grupos de teatro, clubes de ajedrez, de lectura, de deportes y hoy, el IES Fermín Bouza Brey tiene un enorme prestigio, cuenta con ciclos punteros tanto industriales como de baloncesto al que acuden Aíto García Reneses o Xavi Pascual y el club de ajedrez que allí nació, llamado precisamente Fontecarmoa, con más de 200 jugadores federados, es campeón de España sub 18 y acaba de subir a la más alta categoría nacional de este deporte.

En Fontecarmoa no había pijos y el claustro de profesores estaba muy ideologizado

«En aquellas excursiones traficábamos con coca en los asientos traseros del bus»