«Vén, rubito, mira que xoubiñas teño»

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre VILAGARCÍA / LA VOZ

AROUSA

ADRIÁN BAÚLDE

El mercado de los martes y los sábados marca el calendario semanal de Vilagarcía

27 jul 2020 . Actualizado a las 21:07 h.

Lo mejor de la plaza de abastos de Vilagarcía es que existe. Esto puede parecer una perogrullada, pero es trascendental, más en una ciudad donde el mercado de los martes y los sábados tiene tanta fuerza, tanta tradición y tanto atractivo que marca el calendario semanal: esos días, hay que bajar a Vilagarcía a comprar, curiosear, tomar unos callos y hacer gestiones en el banco.

En muchas ciudades de tamaño medio y grande, las plazas de abastos han desaparecido o languidecen. En otras, se han convertido en espacios Gourmet, que son muy útiles para sacarle los euros a los turistas y resultan entretenidos para una visita, pero que no tienen ni la gracia, ni el encanto ni la utilidad de las plazas de verdad. El verdadero espacio Gourmet no es un Córner Delicatesen donde te preparan una tosta de anchoas con venado fermentado en ácido láctico y carpaccio de presa ibérica macerada 24 horas en manteca y azúcar. Lo delicioso de verdad es poder comprar unas xoubiñas en el puesto de toda la vida de mi amiga Rosi en la plaza de Vilagarcía.

Nuestro mercado de abastos, además, tiene unas singularidades que vuelven locos a los turistas. Esa profusión de pescaderías, esa modernidad en las carnicerías y pollerías, los panaderos de hogazas gigantes de los martes y los sábados, las señoras de Corón y de Herbón, que hacían mercado de proximidad cuando aún no se había inventado ni aparecía en los programas políticos de los partidos que se dicen avanzados y modernos.

La plaza de Vilagarcía, en fin, es una delicia con casi un siglo de historia, pero, y sobre todo, tiene una capacidad de resistencia envidiable y ha mantenido unas tradiciones y una calidad capaz de convertir las mañanas de los martes y los sábados en los momentos más importantes socialmente, económicamente, comercialmente, gastronómicamente, lúdicamente y psicológicamente de la semana. Si no fuera por esas dos mañanas, muchos vilagarcianos y vilagarcianas no saldrían de casa en toda la semana y de salir, lo harían solo por su aldea o su barrio.

Es natural, entonces, que todo lo que afecte a la plaza deba ser tratado con una sensibilidad especial. El tema de la redistribución de los puestos del mercadillo exterior y la apertura al tráfico de Alexandre Bóveda las mañanas de los martes y los sábados son cuestiones delicadas en las que Vilagarcía se juega mucho. Romper la continuidad entre plaza y mercado acaba con el concepto de que son todo uno, los separa y puede provocar en el consumidor una doble percepción nada positiva: hasta ahora, ir al mercado era ir a la plaza de abastos y al mercadillo franco, sin distinciones. Si aparecen en el imaginario, aunque solo sea por el tráfico disuasorio, como dos entidades diferentes, habremos hecho un flaco favor a uno de los principales atractivos comerciales, turísticos y sociales de Vilagarcía de Arousa. La solución de ampliar las aceras de Alexandre Bóveda pegadas a la plaza, para instalar sobre ella puestos ambulantes, ha sido la solución pactada que se aplicará en octubre. ¡Ojalá resulte idónea!

Nuestra plaza es más importante de lo que parece y la unión de sus vendedores ha conseguido logros históricos. Hasta 1990, cada uno hacía la guerra por su cuenta. Ese año empezaron las conversaciones para formar una asociación, que fraguó definitivamente al abrir el centro comercial en A Xunqueira. Los 116 asociados consiguieron en 1996 que la plaza se remozara con una inversión de 51 millones y que los puestos de pescado dejaran el espacio donde hoy se venden las verduras y se trasladaran al centro, donde hoy están, una reivindicación largamente deseada y que funcionó: los clientes entran hoy en la zona del pescado y luego dan una vuelta, no se marchan tras comprar los rapantes.

Aquella plaza de abastos tenía una importancia capital, pues fijaba el precio de las verduras en España tres días de la semana. Los martes, los jueves y los sábados, llegaban a la plaza a las cuatro de la mañana camiones de toda Galicia y de Madrid, que realizaban transacciones de verduras. El precio que se pagaba a esa hora en Vilagarcía por los tomates y las lechugas servía como índice para todo el país.

Ya en 1996, la calle Alexandre Bóveda era un tema delicado que trataban los comerciantes de la plaza en sus reuniones con el ayuntamiento. Entonces pedían que se arreglara pues se encontraba en mal estado. En aquel tiempo, ya se debatía la necesidad de abrir algunos puestos por la tarde para que se acercaran a comprar las familias que tenían las mañanas ocupadas. Otro debate era la manera de vender el pescado, pues se mantenía la costumbre de despachar las merluzas enteras, no se partían ni se vendían en rodajas o en mitades hasta que llegó un pescadero de Badajoz y revolucionó la plaza cortando las merluzas y los abadejos en toros.

Cuando los piropos estaban bien vistos, te dabas un paseo entre los puestos de pescado, curioseando, y te requebraban las pescantinas aunque fueras más feo que Picio. A un servidor, calvo como una bombilla y cuarentón, me invitaban a comprar llamándome rubito y yo me lo creía. La plaza de Vilagarcía es, sin duda, el mejor sitio para comprar, levantar el ánimo y recuperar la autoestima.

Lo que se pagaba por una lechuga

en Vilagarcía marcaba los precios en toda España

El verdadero espacio Gourmet no es un Córner Delicatesen sino el puesto de Rosi