Septiembre es el mejor mes del año

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre REDACCIÓN / LA VOZ

AROUSA

MONICA IRAGO

Que ya se ha acabado el verano en O Salnés es una mentira piadosa para engañar a los turistas

06 sep 2021 . Actualizado a las 13:57 h.

Septiembre. Los turistas no lo saben, pero es el mejor mes para veranear en O Salnés. En Vilagarcía, da la sensación de que, acabado San Roque, empieza el otoño. En Cambados son más exagerados y parece que el verano toca a su fin cuando acaba el Albariño. Yo creo que son mentiras piadosas, inventadas para engañar a los forasteros y que se vayan.

En estas fechas, en O Salnés huele a humedad caliente, un perfume ácido y dulce que me entusiasmó cuando llegué a Vilagarcía hace este mes justamente 40 años. Cada vez que salía de casa, en el edificio Trébol, y bajaba por una corredoira camino de la plaza de Xoán XXIII, aquel olor me invitaba a hacer mindfulness antes de que se inventara: aspiraba y me centraba en el momento presente, en la quietud del ambiente, en la tranquilidad del camino, en el encanto de aquel barrio, Os Duráns, donde la tienda de Sita era el centro de todos los encuentros.

He escrito muchas veces que en O Salnés, las noches y las temporadas no las marcan los ruidos, sino los olores. En otros lugares, agosto es un nocturno de grillos en el crepúsculo y un crepitar de ranas y chicharras bajo la luna. En la ría de Arousa, no hay ruidos de verano, pero huele a salitre cuando tocan mareas bajas nocturnas, el aire está quieto y la humedad embadurna la tierra. Huele a mosto y a uva en septiembre y a tierra empapada, un olor de fermento agrio y fuerte, al asentarse el otoño, que solo aquí sabemos que llega cuando le da la gana, unas veces a finales de agosto y otras veces, empezando noviembre. Incluso puede aparecer sin avisar y después irse, y regresar, y volver a marcharse, o no dejarnos nunca… El otoño.

Así que vuelve a oler a septiembre, a humedad caliente, a fragancias de tierra amarga y a tibieza de flores dulces. El último día de agosto, la terraza de Martín Códax acogió la última experiencia estival de maridaje entre el vino y la gastronomía. Ahora llega la vendimia y acaban As tardes do Atlántico. El encanto de este enclave enoturístico es una de las marcas de O Salnés. Martín Códax es el símbolo de cómo ha evolucionado el vino albariño.

En aquel septiembre de hace 40 años, mis compañeros de instituto me llevaban a la taberna de Avelino en Vilaxoán a comer queso holandés de contrabando y a beber albariño sin etiqueta. Asistí después, ya desde el periodismo, al crecimiento de aquel vino hasta convertirse en la referencia fundamental de los vinos blancos de lujo. Recuerdo varias entrevistas a Soledad Bueno, no olvido cómo aquellas botellas rústicas de vino casero se fueron convirtiendo en joyas enológicas. Fue un proceso ejemplar que siempre presento como paradigma de la conversión de un vino más de tantos en un vino único entre tantos.

Una vez, en los 90, recogiendo material para un reportaje en Ribadavia, descubrí la impotencia y la envidia que sentían los bodegueros de aquella zona. Criticaban que, en los folletos turísticos de la época, el ribeiro apareciera junto a una cunca blanca de porcelana como un vino humilde y barato para el chiquiteo, mientras que, en la página siguiente del folleto, aparecía una foto de una botella de albariño junto a unas copas magníficas en un restaurante de lujo. Afortunadamente, la envidia y el enfado dejaron paso a las ideas y a la estrategia y, siguiendo los pasos del albariño, el ribeiro, y también el godello, se han convertido en blancos de alta gama que se encuentran en las mejores enotecas de España.

Los profesores teníamos que hacer unos cursos para poder cobrar unos sexenios inventados tras la huelga de los 80, siendo ministro Maragall. Antes de aquella movilización, solía pedir dinero a fin de mes. Aquí he contado que mi último sablazo fueron mil pesetas para ver un Arousa-Pontevedra en A Lomba. Tras la huelga, nos subieron el sueldo, llegaron los sexenios y pude ir al fútbol a final de mes y comprar merluza de vez en cuando.

Pensando en los sexenios, cada año, en septiembre, me matriculaba en un curso sobre el vino albariño que resultaba tan instructivo como suculento. Lo organizaban los cooperativistas pioneros de Martín Códax. Eran unos cursos deliciosos que se celebraban siempre con buen tiempo. Visitábamos bodegas y viñedos, conocíamos el proceso del vino en todas sus fases, probábamos con mesura y conocimiento los mejores albariños de O Salnés y aprobábamos celebrando una gloriosa merienda en la bodega. Aprendíamos mucho y disfrutábamos más.

Como ven, septiembre es un mes magnífico. Ahora no se acaba nada y este año ni tan siquiera podemos decir que se acabe un verano que, en puridad, nunca llegó. Además, empieza la liga con el Arousa recién ascendido. Me he hecho de Footters para seguir sus partidos como visitante y volver a disfrutar como cuando daba sablazos para entrar en A Lomba. Vuelve el EncestaRías a Fontecarmoa, uno de los mejores torneos de baloncesto de España, hay un programa de conciertos en Vilaxoán, Vilagarcía y Carril que llenan el mes de entretenimiento, el pescado baja de precio y la vida, en fin, sigue en septiembre, el mejor mes del año. Y los turistas, engañados, no lo saben.

Aquí no hay estaciones, sino olores y ahora toca perfume tibio

de vendimia

En los 90, los profesores hacíamos cursos de albariño con la gente de Martín Códax