Asnadas

José Varela FAÍSCAS

A ILLA DE AROUSA

17 jun 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Nos previene Simon Leys (La felicidad de los pececillos), en un afilado texto que bien podría servir de guía en un taller literario como breviario para el juicioso empleo de los verbos, de la tiranía de lo feo. Resalta que «los verdaderos filisteos no son una gente incapaz de reconocer la belleza (…), la detectan al instante, y con un olfato tan infalible como el del esteta más sutil, pero es para poder caer inmediatamente sobre ella con el fin de ahogarla antes de que pueda entrar en su universal imperio de la fealdad». Y sin ánimo de enmendar la plana al autor bruselense, aventuro que la ambición del proyecto de los filisteos es global; la belleza es solo una parte. Cómo interpretar, si no, la indómita pulsión de arrojarse en manos de embaucadores y desdeñar la ciencia médica, cómo un ciudadano humilde aúpa con su voto a partidos que, objetivamente -sí, objetiva, concienzuda y minuciosamente- se afanan en contra de sus intereses, cómo entender tanta superstición, etcétera. Todos han escuchado voces con autoridad, y las han identificado, como subraya Leys, pero exactamente para despreciarlas. Pasa por axioma en el campo y entre pescadores iletrados que cuanto más soleado esté un río, mayor y mejor población truchera albergará, algo incompatible con la biología. Perdida ya toda esperanza de que la evidencia tuerza esa tendencia, la hoz y la desbrozadora se llevan por delante conjuntos de alisos y sauces de ribera con furor inquisitorial. La última mamarrachada, la perpetrada en la cola del pozo de A Illa de mi venerado Mera, fresco y umbrío refugio de los reos y edén para la mosca seca. Antes pasó por similar asnada el pozo do Rego. Paciencia.