Soy de Vilagarcía, no de Bucarest

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre EL CALLEJÓN DEL VIENTO

VILAGARCÍA DE AROUSA

ALONSO DE LA TORRE

Al sur del Douro, si hablas en galego, los camareros se atolondran y te toman por rumano

18 nov 2019 . Actualizado a las 21:57 h.

En el Callejón del Viento de la pasada semana, me referí a la rica carne ao caldeiro que probé por vez primera en Casa Emilio de Catoira, pero no escribí bien el nombre del plato en gallego. Por influencia portuguesa, puse carne ó caldeiro. Afortunadamente, en la Redacción de La Voz de Galicia en Arousa corrigieron convenientemente la contracción y no se notó el error, pero a mí me hizo reflexionar sobre el problema que tengo al mezclar el gallego y el portugués o, mucho peor, al no saber portugués y creer que por saber gallego, ya puedo hablar y escribir en los dos idiomas, que serán primos hermanos, pero no son iguales.

Cuando mi mujer se matriculó en Cáceres en unos cursos de portugués, la profesora se extrañó de los errores tan inesperados que cometía hasta que se decidió a indagar. «Tú tienes acento extremeño y no pareces gallega, pero al hablar y escribir en portugués, cometes errores propios de los gallegos». Mi mujer le explicó que había vivido 20 años en Vilagarcía de Arousa y que tenía aprobados todos los cursos habidos y por haber de Lingua Galega. La profesora se resignó a hacer un doble esfuerzo para enseñarle portugués y la avisó: «Pues tienes un grave problema: cometerás muchos más errores que tus compañeros de Cáceres de toda la vida». Y así fue.

Cuando cruzas la frontera del Miño y hablas gallego en Valença o en Monção, no hay problema: los camareros y los dependientes están acostumbrados a la fala de los vecinos del norte y cambian de registro inmediatamente, se ponen en modo galego y lo entienden todo. En realidad, los portugueses tienen una pasmosa facilidad para los idiomas y se ponen en modo galego, alemán o inglés sin ningún problema y cambiando de registro como quien cambia de camisa.

En las fronteras del Miño y del Duero, los pueblos rayanos se llenan de miles de franceses que regresan de veraneo y la lengua gala parece cooficial durante el mes de agosto. El resto del año, de Zamora a Vila Real de Santo António hablan castellano y entienden castellano sin problema y a ambos lados del Miño o por la Raia Seca de Ourense, la comunicación es fluida tanto en galego como en portugués.

Las complicaciones empiezan cuando intentas hablar en gallego en la frontera de Extremadura con el Alentejo. Cruzas de Badajoz a Elvas todo orgulloso, con la seguridad de ser un bilingüe hispano-luso de mucha categoría y le pides al camarero un «vasiño d’auga» creyéndote descendiente de Camoens, pero ves que el buen hombre pone una cara rarísima, de no entender nada.

Tú empleas el gallego como si aquello fuera portugués de toda la vida y el interlocutor alentejano, al que normalmente nunca le han hablado en gallego, no sabe a qué atenerse. Lo de un «vasiño d’auga» no es portugués, allí se pide un «copo de agua», pero tampoco es español, un idioma que en la Raya conocen los camareros, los charcuteros, los pasteleros... Si no es portugués ni es español, qué demonios es eso de un «vasiño d’auga».

Lo normal en la frontera del Miño es que te sirvan un vaso de agua sin rechistar y sonriendo. Lo normal en la frontera del Guadiana y del Guadalquivir es que te respondan de varias maneras. Normalmente, te preguntan en inglés qué has pedido, otras veces te responden en francés y, con frecuencia, intentan averiguar en portugués si eres rumano o ucraniano, emigrantes que viven con frecuencia en esta zona tras venir a construir el embalse de Alqueva, el más grande de Europa.

La primera vez que me tomaron por rumano al expresarme en gallego, les aclaré el error, pero no parecieron muy convencidos. La segunda vez, pasé al castellano y me entendieron perfectamente. Estas confusiones tienen su lógica: los portugueses, de Zamora hacia el sur, esperan que les hables en castellano, francés si eres emigrante o inglés si eres turista. De pronto, se encuentran con una lengua que no controlan, no piensan que es un idioma de la familia y reaccionan de manera extraña.

Los portugueses del sur, cuando les hablas en gallego, no se manifiestan atolondradamente por cuestiones políticas, sino por puro descontrol. No es como en Bélgica, que una vez viajé allí con los vilagarcianos Luis Camba y José Luis Renda a una feria agrícola y de alimentación, confiscaron en el aeropuerto de Bruselas unos chorizos y unas botellas de albariño y tuve que ir con un concejal francófono de Libramont a por los paquetes de alimentos. El concejal habló a en francés a los aduaneros flamencos y no le hicieron ni caso. Les hablé yo en español y me devolvieron los chorizos y el vino. En Gante me sucedió algo parecido en un bar: hicimos la comanda en francés y no nos servían, pedimos en castellano y hasta nos invitaron a cerveza.

Dicen que en Cataluña te atienden mejor en inglés que en castellano, aunque en ese tema no pienso meterme, que no me fío de las fake news ni de los rumores. Pero si viajan a Portugal y traspasan el Duero, no se indignen si al hablar en gallego, creyendo que así les entenderán mejor, les responden en inglés pensando que son ustedes de Bucarest.

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