Vilagarcía vista por un veraneante

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre REDACCIÓN / LA VOZ

VILAGARCÍA DE AROUSA

MONICA IRAGO

Entre O Ramal y Vista Alegre, se extiende una ciudad peatonal que es un Centro Comercial Abierto

29 ago 2021 . Actualizado a las 13:12 h.

Vilagarcía de Arousa es un gran centro comercial abierto que limita al norte con un paseo marítimo, al sur con un pazo; por el este, acaba en una gasolinera y por el oeste, termina en un muelle y en el mar. Dentro de ese perímetro hay de todo: librerías surtidas, todas las tiendas de ropa imaginables, zapaterías de alta y media gama, papelerías muy entretenidas, fruterías tentadoras, panaderías de autor hasta decir basta y bares, muchos bares, a cada cual mejor diseñado y con una oferta más suculenta.

Vilagarcía es como Área Central, pero al aire libre, con viales llenos de fuentes y bancos y con la gracia de mezclar la tradición de una plaza de abastos muy animada con la modernidad de bares donde te sirven puerros con salsas exóticas (Derby) o las mejores tortillitas de camarones de España, Andalucía incluida (Pepe Quilé).

En ese centro comercial abierto irrepetible, hay calles de bares y calles de tiendas, ferreterías donde venden los productos más selectos y exclusivos del mercado y hasta un palafito en cuyo comedor se han rodado escenas de series muy populares. Aunque la mayor ventaja de esta estructura urbana es que en ese espacio comercial y hostelero nos vemos todos. Basta un paseo por Castelao, Rey Daviña, A Mariña y A Baldosa para sentir lo malo y lo bueno de las ciudades pequeñas: conoces a casi todos, casi todos te conocen y eso reconforta e inquieta a la vez.

Al ser un escaparate de primera magnitud, este espacio urbano está sometido siempre a la polémica. Cualquier obra, reforma, aportación, tienda nueva o bar reciente es analizado por mil ojos y descalificado o ensalzado en los veladores, la prensa y las redes sociales. Esto convierte el centro comercial abierto en un lugar muy entretenido donde lo mismo desayunas que cenas, compras una americana que unos zapatos y paseas, conversas, criticas y fisgoneas. En fin, un placer.

A lo largo de los años, el centro comercial abierto ha ido convirtiéndose en un espacio más humano y cómodo. Sucesivas peatonalizaciones, siempre con polémica, no podía ser menos, han convertido la zona en un lugar tranquilo y placentero. Los ciudadanos, a su vez, han ido moldeando el espacio a su gusto y adaptándolo a las modas.

El caso de A Baldosa y alrededores es significativo. De aquella Baldosa donde se cocía la política local hace 30 años y la clientela acudía, fundamentalmente, a tomar café y al chiquiteo, se ha pasado a una Baldosa donde el desayuno se ha convertido en el momento álgido, algo inimaginable hace años. También han evolucionado los espacios generacionales. Stocolmo 2.0 y Diurno están llenos de jóvenes a todas horas, pero a la del desayuno, quedan pocas mesas libres. Más hacia el centro de A Baldosa, en los bares de toda la vida, los vilagarcianos maduros leen la prensa y, como ya vienen desayunados de casa, les basta con un café para animarse a comentar los periódicos y la situación social y política.

Esto de leer los diarios es algo que asombra y debería llenar de orgullo a los vilagarcianos. En los bares de este gran centro comercial abierto, no falta la prensa diaria. Y no se trata de que haya un periódico, es que en algunos bares tienen hasta ocho a disposición de la clientela y de los más leídos, o sea, La Voz de Galicia, cuentan con un par de ejemplares. El detalle de la prensa puede parecer baladí a quienes están habituados a verlo todos los días, pero para los forasteros resulta muy llamativo. Resulta que, en muchas ciudades del interior, tras la pandemia, los periódicos han desaparecido de las barras de los bares y no se han repuesto aún. Es como si el coronavirus hubiera atacado por el flanco más débil: la lectura, la cultura y la información reposada.

En Vilagarcía, sin embargo, eso no pasa y todavía se puede disfrutar de escenas llenas de encanto como la de los clientes de los bares tomando café y mirando de reojo a los lados para ver cuándo queda un periódico libre. O el hábito de pedir la vez: al igual que en la carnicería se coge un tícket para hacer cola, en las cafeterías se pregunta quién es el último o la última para leer La Voz o se dirige uno con suma educación a quien la está hojeando: «Por favor, cuando acabe de leerla, me la pasa».

El otro día, al girar en una esquina por el mercado, me encontré con Maribel, una amiga a la que no veía desde hace años. A pesar de las mascarillas y el paso del tiempo, nos reconocimos, nos saludamos y charlamos un rato. Me comentó que, a veces, escribo demasiado bien de Vilagarcía y le reconocí que así era, pero es que desde fuera se contempla la ciudad de otra manera. Yo también era de los que estaba todo el día haciendo autocrítica de la ciudad, pero cuando vives en otros lugares y vuelves, comparas y te das cuenta del encanto de, como dicen los jóvenes, Vilagarcía City, ese centro comercial abierto tan llano, tan paseable, tan agradable, donde la gente desayuna, tapea, compra y se pelea por leer los periódicos. Pocos sitios pueden presumir de tanto. Palabra de veraneante.