Un sueño entre las alturas de una nube virtual

Antón Parada

BARBANZA

El joven integra un equipo que desarrolló un «software» de almacenamiento seguro para grandes empresas

14 feb 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

El material del que están hechos los sueños no se fabrica a base de deseos, ojalás o entre la comodidad de los billetes. Su fórmula no es otra que el esfuerzo y el trabajo duro. El siguiente relato es un desafío ante cualquiera lengua portadora del valor necesario para atreverse a negar la anterior afirmación.

Aquel que conozca a José Ramón Blanco Rey (Ribeira, 1985) le recordará siempre unido al cable jack, en conexión con las mil y una noches que se alimentaron de los acordes pertenecientes a la ya desaparecida banda de rock Os Sosios. Lo que quizás desconozcan es que ese guitarrista siempre había querido ser informático.

Y lo consiguió. Hoy es programador para la multinacional IBM e integra un equipo que ha desarrollado un software de virtualización de almacenamiento, que emplean grandes empresas como bancos, por sus elevados niveles de seguridad. No se preocupen, por aquel entonces él tampoco se creía que llegaría a entrar en uno de los buques insignia tecnológicos más potentes del mundo. Mas toda Odisea requiere su Troya.

Fase de pruebas

Cuando le llegó la hora de ir a la universidad, sus calificaciones no le alcanzaban para entrar en la carrera. Así que se matriculó en el ciclo superior de Desarrollo de Aplicaciones Informáticas y se marchó igualmente a Santiago de Compostela. «Saqué unas calificaciones normales y seguía sin poder acceder al grado de Informática, por lo que entré en Administración y Dirección de Empresas», explicó José Ramón Blanco Rey.

Pasó tres años en la Facultad de Ciencias Económicas y como una premonición de que aquello no era lo suyo, las bolsas mundiales se hundieron. Entonces se marchó a visitar a su amigo Jorge Willisch que vivía en Liverpool y de paso asistir a un concierto de Eric Clapton. El viaje funcionó como una explosión cultural, al entender todas las puertas que podía abrirle una urbe así.

No se lo pensó y en menos de un mes ya tenía hechas las maletas. «Comencé a trabajar en restaurantes por la mañana y por la tarde iba a la universidad», recordó Blanco del sistema educativo que le permitió compaginar laboriosamente sus estudios en la John Moores University con el necesario sueldo de camarero.

En su tercer año en el campus inglés realizó prácticas durante un año en Appsense como testador de software para depurar posibles fallos de nuevas aplicaciones. Tras entregarse a sus tareas le ofrecieron seguir a media jornada en su última etapa antes de graduarse. Su 2012 se basó en 15 horas diarias frente a la pantalla del ordenador, mientras trabajaba y a la vez preparaba su proyecto de fin de carrera, consistente en un programa médico para el seguimiento de los pacientes, que le valió un sobresaliente.

Blanco 2.0

El sueño comenzaba a tomar forma, pero aún no era programador. Sin embargo, justo antes de volver a su puesto, IBM le comunicó su interés en su perfil. José Ramón Blanco ya no recordaba que había enviado el currículo la noche de fin de año. Después de un test de lógica y varias arduas entrevistas que le obligaron a sacar «billetes exprés» dos veces durante sus vueltas a Galicia, entró en el gigante informático.

El ribeirense se mudaba a Manchester, un hormiguero de dos millones de habitantes, para entrar en un universo laboral incomprensible para los ajenos a este sector: «Nuestro proyecto se basa en tomar el hardware físico para virtualizarlo y repartirlo como se desee asignándole distintas funciones». Además, la aplicación, que funciona como una nube conectada a la Red, cuenta con un mecanismo de recuperación de datos. Por ejemplo, si un disco duro se estropease la información se regeneraría sustituyendo solo la unidad afectada.

Actualmente, su sección se ocupa de las mejoras de rendimiento y actualizaciones para implementar nuevos servicios o corregir fallos experimentados por clientes. Las muchas horas peleando ante comandos y líneas de códigos se compensan con un horario flexible, áreas de juegos para descansar, pizarras en cada pasillo para expresarse o resolver dudas y, por supuesto, los donuts. Incluso puede extender sus vacaciones y programar al otro lado del canal de la Mancha, donde por cierto, vuelve a Ítaca con el sueño cumplido.