El último aleteo de la mariposa

Antón Parada CRÓNICA

BARBANZA

21 sep 2017 . Actualizado a las 13:06 h.

Me descubro a mi mismo apresurado, equipándome para volver a la redacción, tras la comida, con los útiles necesarios que previamente había dejado debidamente desorganizados en el mueble auxiliar frente a la ventana. La libreta, el bolígrafo, el móvil -aprovecho para entonar un réquiem por las grabadoras de mano, ¿cuándo nos olvidamos de ellas? ¿se ofició funeral o al menos sacamos un obituario?-... espera, debajo se escondía el mechero y la cajetilla. Miro el tabaco y pienso: «Sabes perfectamente que esto solo puede aumentar las prisas a largo plazo». Le miento a mi subconsciente por enésima vez mientras hago recuento de cigarrillos. Hasta que poso la vista sobre un visitante en el que no había reparado.

Sobre el alféizar se halla una de esa mezcla entre mariposa y polilla. Discúlpenme, nunca he sabido cuál es exactamente la diferencia entre ambas, mas no reparo en ello. Me llaman la atención sus colores, nunca había visto unos semejantes. ¿Saben ese motivo de leopardo rosa que tanto se ve en los pijamas femeninos? Pues si existiese una patente para esa gama, la familia de este insecto podría demandar a todas las casas comerciales que la utilizan en sus prendas. Pienso en cuanto tiempo puede llevar ahí. Horas, días, semanas. La toco levemente, sin sentir el tacto y ella me responde con un débil aleteo. En ese instante entiendo que no le queda mucho y me quedo paralizado. Ya no tengo tanta prisa.

Sí, querido lector. Soy consciente de que el cliché que encabeza estas líneas versa: Crónica ciudadana. Y yo les estoy hablando de rutina y bichos. Lo cierto es que hubiera podido resumir tirando de Virgilio y locución latina tópica -tempus fugit, sí literatos, pero esa originalidad no concede la llave del parnaso-. Por eso no importan los preámbulos cuando el debate ha sido siempre el mismo en el transcurso de las eras: «El tiempo que se escapa como el aire entre tus labios». Te la cogí prestada, Héctor. Y es que es inevitable la llegada de ese día en el que algo pulsa el stop, frenando en seco el veloz avance de la cinta de vídeo de nuestras vidas para rebobinarla lentamente. «Antes a area da praia chegaba a onde está hoxe a estrada», resuena en la cabeza de generaciones anteriores de ribeirenses. No obstante, en la mía el eco solo devuelve constantemente la misma imagen. La visión de miles de ocasos distintos desde esa maldita ventana, algo así como vivir encerrado en un mismo encuadre de una fotografía que apenas se mueve. Juraría que en uno de los atardeceres se reflejan colores idénticos a los de las alas de la mariposa.

Aterrizo de nuevo y no ha pasado ni un minuto desde el inicio de la reflexión, pero sigo llegando tarde. Pienso en que quizás solo poseo esa imagen porque aún es pronto para pegar el resto en el álbum, cuando todavía queda carrete. Sonrío, pero el gesto es efímero al volver a verla. Arranco un trozo de papel y la acomodo fuera, pero esta vez mirando hacia al mar y no la fría habitación. Después de todo, no es tan mala vista para el último aleteo.