La dignidad y Giovanni

Emilio Sanmamed
Emilio Sanmamed LIJA Y TERCIOPELO

BARBANZA

18 ene 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Como suelo moverme entre lo indigno y lo indignante nada me conmueve más que mi contrario: la dignidad. Sobre todo si es una dignidad capaz de florecer sobre los infértiles terrenos de la tristeza y el patetismo, cual tragedia griega. Ayer, con la guardia baja, me crucé con una de estas raras flores y casi se me viene el río Miño a las córneas, blandito que es uno.

En un lugar cerca de Milán, un hombre de 65 años llamado Giovanni Mongiano representó en un teatro su obra, de la que es autor, director y actor. Nadie fue a verlo, ninguno de los 50.000 habitantes del pueblo de Gallarate, ni un alma había en el patio de butacas, pero Giovanni se subió al escenario y en un acto de infinita solemnidad interpretó su monólogo, él solo durante 90 minutos. El artista fue artista para sí mismo, para ese público implacable que llevamos dentro y que no se puede engañar.

Es una pequeña rebelión en este mundo que todo lo cuantifica. Cuántos me gusta por foto, cuántas ventas ese libro, cuántos seguidores, cuántos polvos, cuántos lodos. ¡No para Giovanni! Esto es un artista, señores. El reconocimiento, el público, el éxito es irrelevante. Lo que importa es que un hombre intenta crear algo hermoso y no necesita testigos, ni aduladores, ni billetes gordos, ni lucir laureles. Porque ese mismo intento de engendrar belleza es tan noble, tan íntegro, que compensa todas las pérdidas y tiene más presencia que todas las butacas vacías del mundo. Ojalá hubiera estado allí, Giovanni en el escenario; en los asientos, la dignidad y yo, rompiéndonos las manos en aplausos.