Maxi Olariaga LA MARAÑA

BARBANZA

20 jun 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Mi amiga Lú alegra esos momentos duros en los que la espada que tanta gloria nos dio en el pasado yace oxidada en la penumbra del trastero de la inutilidad que ha sido nuestra vida y el horror de haberla vivido de modo tan equivocado. Si, señor, señora, sí. Esos amaneceres en los que nos es indiferente que sean el sol o la lluvia, el trueno o la niebla, los pájaros o la nieve los que danzan sobre nuestro tejado abierto al mundo como un libro transparente en el que puede leerse nuestra infelicidad, nuestra angustia y nuestro escaso apego a la vida que tan triste, monótona y cansina ha llegado a ser. Entonces acudo al libro de Lú. Lo abro por cualquiera de sus páginas y me alimento de su sabiduría: «Si tienes un amigo que se cree oro, no pierdas el tiempo. ¡Véndelo!».

Las palabras de Lú riegan mi fragilidad y rehacen mi espíritu. «Os aconsejo que no os alteréis con el primer imbécil que aparezca, porque hay más». Aún así, conviene en esos días de abatimiento seguir leyendo a Lú: «Justamente ayer quise hablar con mi yo de hace diez años, pero se negó diciendo que ya no habla con extraños». Estas sentencias de Lú a mí me libran de la melancolía y me despiertan el deseo de disfrutar del pasado y de invitar al futuro a bailar un tango salvaje.

Hace un tiempo, en el hospital, no me curaron los médicos sino el libro de Lú: «Cuando era una niña y me hablaban de los ‘payasos de la tele’ sabía de que iba el tema. Ahora me pierdo...». Les sugiero que busquen el libro de Lú. Léanlo como quien se toma la pastilla. Se reencontrarán. «Me encantan los rumores sobre mí. ¡Me entero de cosas que ni yo sabía!». Háganme caso. Lean a Lú. Se sentirán mejor.