«El boli negro atravesaba el nombre Marisa, y en aquel pequeño gesto retumbó el tambor de una victoria compartida»
02 oct 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Hoy por hoy en una farmacia, aun de pueblo, todo está informatizado. No siempre fue así. No siempre hubo recetas electrónicas y códigos QR. Pero mientras dura la historia que me contaron sí que había una cruz verde. Es una historia de don E., farmacéutico, que resistía detrás de un mostrador de madera donde se sublimaba el olor de las hojas secas de tila y en el antiguo mortero se descomponían principios activos.
Don E. quería mucho a su pueblo y, aunque se ganaba bien la vida, —o precisamente por eso— siempre intentaba echar una mano. Era habitual que fiase todo tipo de remedios a los vecinos. Estas deudas las apuntaba en una libreta apaisada, como quien guarda un secreto a un amigo, y confiaba en que la gente le fuera pagando cuando pudiese, en ese momento tachaba el nombre de la libreta.
Aquella tarde entró la señora Carmen y preguntó a don E.: «Lembraste de Xosé? O fillo de Marisa?». «¿Marisa…?» Don E. tuvo en su cabeza durante unos segundos una imagen suya casi en blanco y negro. Su marido había muerto en la guerra y el farmacéutico se había pasado muchos años fiando, o más bien dando, jarabes para curar a aquel niño huérfano y enfermizo. «Pois Xosé, o fillo, saíu no periódico, é médico en Santiago, e dos bos!».
Don E. fue a la rebotica, y cogió su boli negro, de un cajón sacó una libreta apaisada. «Que fas?», quiso saber doña Carmen. Don E. respondió «tachar un nombre». El boli negro atravesaba el nombre Marisa, y en aquel pequeño gesto retumbó el tambor de una victoria compartida. El nombre tachado brilló, intacto, en la memoria del pueblo.