Una campana de Torrevieja para cubrir el hueco de la robada

Javier Romero Doniz
Javier Romero RIBEIRA / LA VOZ

PORTO DO SON

MARCOS CREO

Un hostelero alicantino dona la que tenía en su restaurante a la iglesia de Seráns, en Porto do Son

19 mar 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay regalos que no pueden cuantificarse en dinero, por mucho que cuesten o pesen, como es el caso del obsequio que el alicantino Miguel Hurtado ha hecho a los vecinos de Seráns, la aldea de Porto do Son de la que es su mujer y donde robaron, el pasado otoño, las dos campanas de bronce que colgaban del campanario y que alguien se llevó sin dejar rastro. Miguel, el sábado, hizo efectiva la donación de una que adornaba, orientada al plácido Mediterráneo, el alto de su restaurante de Torrevieja, y que ahora, tras más de diez horas de coche, ya mira al Atlántico más bravo.

El protagonista de la historia transportó en coche el regalo durante los 1.129 kilómetros que distan entre Seráns y su casa. El sábado, apoyándose en un bastón y caminando con dificultad, se plantó frente al campanario, y espetó: «Aquí la tienes», en alusión a San Benito, el santo que da nombre a la iglesia y al que este alicantino se encomendó para no perder una pierna. «Hace dos años estuve muy mal y los médicos me decían que, por una enfermedad, tendría que amputarme una pierna por encima de la rodilla. Al final, los mejores doctores fueron San Benito y la virgen del Pilar. Ellos solos me curaron».

A los pocos días de saber que seguiría caminando como siempre, se enteró, estando en Torrevieja, del robo de las campanas en Seráns. «No podía creérmelo, así que llamé a varios amigos de la zona para saber qué pasaba. La verdad es que lo vi claro, les dije que no se preocupasen, que tendrían otra campana en agradecimiento al santo», explica Miguel a pocos días de que se celebre la romería de San Benito de Seráns, que será el martes, y a la que acuden vecinos de la comarca para espantar sus males.

De Bilbao

El pasado de la campana, realmente, se ubica en Bilbao. Allí fue donde la encontró un trabajador de los altos hornos hace más de 40 años, y se la quedó. Durante mucho tiempo la tuvo en su casa hasta que, hace cuatro años, y coincidiendo con sus vacaciones en Torrevieja, habló con Miguel para ofrecérsela: «Es un buen cliente del restaurante. Un año me explicó que tenía la campana en casa y que si yo la colocaba en algún sitio, me la daba».

Dicho y hecho, la pieza acabó en la parte exterior más alta del restaurante. Allí ha sonado durante tres años hasta que, esta semana, emprendió el camino a su nuevo destino para llegar a tiempo a la cita más importante del año en esta pequeña aldea de Porto do Son, en donde está previsto que, siempre que los amigos delo ajeno lo permitan, su badajo siga repicando por mucho años.