En la despedida de don Cesáreo

Ramón Ares Noal
Moncho Ares CRÓNICA CIUDADANA

RIBEIRA

19 sep 2017 . Actualizado a las 05:15 h.

Echando la vista atrás, ya casi no queda nadie de aquellos que marcaron en primera fila el rumbo de la Ribeira de finales del siglo XX. Se podría decir que el último es don Cesáreo Canabal, que ya ha empezado la cuenta atrás para retirarse a un segundo plano. La mayoría se va o se ha ido con discreción; en el mejor de los casos, con modestos homenajes. Los hay que pasaron directamente al injusto olvido de una sociedad desmemoriada que, con su actitud indiferente, está sembrando un futuro carente de líderes carismáticos, esas personas que no tienen porqué dar la cara por los demás, y la dan, aunque reciban sopapos; ni dedicar su tiempo libre a beneficio de la comunidad, y lo dedican a costa de sus familias y aficiones; a defender los intereses comunes, y los defienden incluso en detrimento de los propios.

Vale, estamos en tiempos en los que todo se cuestiona, hasta los liderazgos, por culpa de quienes los ejercieron para llenarse los bolsillos, pero, a este ritmo, nadie dará un paso, en el futuro, para asumir responsabilidades públicas, lo que dejará el camino expedito para la irrupción de iluminados, para líderes con pies de barro o aprovechados.

Don Cesáreo se está despidiendo pidiendo disculpas por su carácter, y las veces que fui testigo de sus temperamentales prédicas siempre le di la razón, porque estaban fundamentadas en la hipocresía de quienes consideran el estamento eclesial como una verbena. Y uno puede ser más o menos católico, o no serlo, pero debe ser consecuentemente, y sobre todo, respetuoso.

Lo que hay que evaluar del aún párroco de Santa Uxía es la labor que ha realizado, analizar sus hechos y valorar su dedicación, y, al hacerlo, probablemente serán los ribeirenses los que tendrán que pedirle disculpas a él, porque deja un meritorio legado, ejemplar en entidades como Cáritas, que desempeñó un papel fundamental en los momentos más duros de la crisis, y en su implicación con la sociedad ribeirense en general, porque siempre estuvo allí donde se le necesitaba; e incluso, más recientemente, dio lecciones encajando con deportividad que la patrona no fuese festivo, porque así lo habían decidido los representantes del pueblo, evitando, de esta forma, alimentar polémicas.

Se va don Cesáreo y con él probablemente ocurrirá lo mismo que con las personas que trabajan por los demás, que su labor pasa a ser valorada cuando ya no están. Y, en lo poco que le queda de estancia en Ribeira, es de justicia reconocer su labor y decirle que no tiene que pedir perdón, porque lleva una vida entera perdonando, y que puede descansar los años que le quedan de vida con la satisfacción del deber cumplido.