La anarquía manda en el cabo Fisterra

Santiago Garrido Rial
s. g. rial CARBALLO / LA VOZ

FISTERRA

Poco se puede hacer para impedir las imprudencias: más vigilancia y mayor sentido común de los peregrinos parecen el único remedio a los incendios

18 sep 2018 . Actualizado a las 10:16 h.

Uno de los principales problemas del Cabo Fisterra, uno de los lugares más visitados de Galicia, además de que aún no se haya puesto en marcha el plan regulador que sí tienen otros lugares equivalentes de Europa, es que se sigan produciendo incendios por la imprudencia de algunos peregrinos, que además destrozan el paisaje abandonando ropas, calzado, plásticos, objetos personales... o mueven y apilan piedras en esa absurda costumbre de los milladoiros. Es un problema conocido y viejo, pero lo grave es que no cesa: aumenta. Lo peor es el fuego. El domingo no fue a más por la rápida intervención de Protección Civil y la llegada de los bomberos forestales. De no ser así, habría ardido todo. En todo caso, el enésimo incendio.

¿Y qué se puede hacer, si es que hay alguna solución más allá de apelar al sentido común, la educación y el respeto a las normas por parte de los peregrinos? La vigilancia por parte del Concello terminó hace tres días. Pero los portavoces políticos consultados coinciden en que lo esencial es aumentar esa vigilancia. Claro que eso cuesta dinero. El alcalde, José Marcote, se queja de que en los últimos tres años la Xunta no ha subvencionado ni un solo auxiliar de Policía Local, a pesar de ser un municipio turístico y de que otros concellos sí lo logran. Por ahora pueden contratar a dos personas para vigilar aparcamientos y el cabo, pero solo en verano. Y este otoño está siendo muy caluroso, así que no bajan las visitas. Cree que incluso sería necesaria gente para un turno de noche, y en todo caso activar medidas disuasorias.

Xan Carlos Sar, teniente de alcalde, cree que al menos debería haber una persona en la punta del Cabo para la vigilancia. En vez de quemar, tal vez habilitar un colector advirtiendo que ya se encargará el Concello de quemar lo que sea, con control. Considera que Turismo de la Xunta debería echar una mano, o que los albergues privados adviertan constantemente de las prohibiciones. La multas tampoco le parecen mal, para que corra la voz, aunque no entiende cómo las que impone Costas no se le pueden cobrar a los extranjeros, como ha pasado en Mar de Fóra.

José Manuel Traba, del PP, ve la solución complicada. No está en contra de que se queme, pero siempre bajo un control. Y con un quemadero que sea útil, no como el que se puso hace tiempo, pequeño y que nadie uso. Cree que, por mucho que se señalice, siempre habrá quien pase de las normas. Xan García, de Converxencia Galega, también defiende que se permita quemar, pero en un quemadero habilitado para evitar que se haga en cualquier lugar del monte, como ya ocurre.

La falta de convenio impide cortar los tojos

Otra de las claves para evitar los incendios también es que el monte esté limpio. Eso no ocurre en la actualidad, con tojos de gran tamaño que, en caso de incendio, extienden las llamas a gran velocidad. Lo grave es que en Fisterra no se puede limpiar. El Concello tiene un convenio con Montes que no se ejecuta desde hace más de un año porque Patrimonio obligó a varios cambios por ser el Cabo un Ben de Interese Cultural. «Así que toda esa zona está descoidada. Nós facemos o que podemos, pero non é o mesmo», se queja el alcalde. Las dos consellerías deben ponerse de acuerdo. Este problema afecta a todo el cabo, desde A Insua hasta el extremo sur. Marcote cree que, en todo el municipio, sería necesaria la concentración parcelaria de los montes (ya se aprobó la petición en pleno a Medio Rural), para al menos saber a qué propietario dirigirse a la hora de tomar medidas.

Sobre el caso concreto del Cabo, Antón Pombo, experto en el Camiño, cree que lo más efectivo sería imponer multas. Tal vez en el futuro, con el plan especial ya en marcha, sí se podría habilitar algún lugar para quemar, incluso lejos del cabo, pero en la actualidad cree que lo mejor es prohibir, como se hace en tantos lugares (la propia catedral, sin ir más lejos, o en las dunas de Corrubedo), y en caso de incumplimiento, sancionar.