De todas las caras que se han mostrado de la princesa Diana estos días, de todas sus múltiples facetas como mujer, como la joven virgen que se casó con un príncipe, la esposa rota por el dolor de la infidelidad, la celebrity que marcaba tendencia o de la nuera que pulsó a los Windsor. De todo ese legado el más conmovedor sin lugar a dudas ha sido el que ha dejado en sus hijos y al que nos hemos podido acercar como espectadores en el documental que TVE emitió el jueves por la noche. Es cierto que el formato no ha suscitado polémica, no ha descubierto grandes secretos de alcoba ni ha hurgado en la personalidad frágil que asomaba Diana. A cambio, el público ha podido ver cómo dos chicos, Guillermo y Enrique, veinte años después de la muerte de su madre aún no se han sobrepuesto a su pérdida. Esa confesión a la cámara, con la naturalidad de dos hermanos que repasan sus mejores recuerdos, es lo que ha enganchado a dos millones y medio de personas que pudieron constatar la crueldad que supuso para Enrique, a los 12 años, seguir el féretro de su madre durante kilómetros. «Desde ese día solo lloré en el entierro y una vez más, tengo aún mucho en mi interior», contó Enrique. «Tardé unos siete años en hacer una vida más o menos normal porque su muerte me dejó en shock», añadió a su lado Guillermo. Veinte años después ese es el verdadero legado de Diana.