Peleas de chavales en la Sagrada Familia

Alfonso Andrade Lago
Alfonso Andrade CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

07 oct 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Nunca ha sido un barrio fácil la Sagrada Familia, es cierto, pero parece evidente que sus vecinos pasan ahora por un momento especialmente delicado. Comerciantes y residentes se unen para recoger firmas y denuncian trapicheo de droga, insultos y hasta agresiones; la tensión ha rebasado el límite de lo tolerable. La Sagrada tiene un problema evidente de inseguridad que funciona al ritmo de las fuerzas del orden. Cuando la policía desaparece, renacen comportamientos desagradables de individuos generalmente localizados que vuelven al redil con la simple presencia en las calles de una patrulla de barrio, como se ha visto en los últimos días.

Pero en paralelo a esta delincuencia cíclica, lo que más ha llamado la atención esta última semana ha sido la pelea entre jóvenes en la pista polideportiva de la calle Datas Panero, grabada en vídeo por un vecino. Y aquí no hablamos ya de un problema específico del barrio, sino de un asunto más universal: una cita de dos chavales para pelearse delante de un grupo de treinta chicos y chicas que hacen corro para ver las patadas y los puñetazos de dos púgiles que son jaleados mientras se atizan en su combate concertado.

La necesidad de aceptación, de aprobación por un grupo de iguales, de reconocimiento social explica en gran medida la participación de los jóvenes espectadores en ese circo de violencia. Un circo que, a su vez, se alimenta de ese público, porque si pudiésemos extirparlo del escenario es probable que los dos púgiles renunciasen pronto al combate.

Es como aquella secuencia magistral de la película Horizontes de grandeza (William Wyler, 1958), cuando Gregory Peck rehúsa pelear con Charlton Heston, que lo había desafiado delante de los vecinos. Todos sospechan que Peck es un cobarde, pero de madrugada, ya sin público, va a buscar a Heston su casa. A solas intercambian unos cuantos guantazos, hasta que ya no pueden más y ambos caen agotados. Nadie gana. Los dos se han dado una paliza soberana y solitaria. Y entonces Gregory Peck, en una de las mejores frases de la historia del wéstern, le espeta a Charlton Heston: «Y ahora, dígame, ¿qué hemos demostrado?».

No sé cómo se puede desactivar en los chavales ese deseo de aceptación por un grupo, porque es difícil forjar adolescentes tan seguros que no necesiten el refuerzo colectivo para realizarse, para sentirse importantes y reconocidos. Pero por algún resquicio de la educación habrá que intentar incidir ahí si queremos acabar con esas bochornosas peleas con público que esta semana alertaron a los vecinos de la Sagrada Familia, pero que ya hemos visto -y seguiremos viendo- en muchas zonas de la ciudad.