El conductor ebrio del agua fresquita

Alfonso Andrade Lago
Alfonso Andrade CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

Sorprendido por la Guardia Civil en Mesía, redondeó su excusa después de superar el límite del etilómetro en el control de alcoholemia

15 jun 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Somos el país del Lazarillo y Sancho Panza, el país de la picaresca; el país de aquel socio del Real Betis que estuvo varios lustros entrando en el campo de fútbol -gratis, por supuesto- cargado con un bloque de hielo de notables dimensiones. «Soy el del hielo», respondía cuando le preguntaban en la puerta. O ya lo decían directamente los porteros: «Que pase, que es el del hielo». Hasta que alguien descubrió que, en cuanto accedía al estadio, dejaba el bloque entero en la taza del váter para que se derritiese sin dejar rastro, aprovechando las bonanzas del clima sevillano. Y a disfrutar del partido, claro.

Nos guste o no nos guste, esta condición de pícaros nos acompaña allá donde vamos, aunque no está muy claro que sea una característica exclusiva de nuestro carácter. La muy flemática Agencia Tributaria británica (la HMRC) recopila cada año los mejores subterfugios de los contribuyentes que no presentan a tiempo la declaración de la renta. Aparecen joyas como «tenía que cuidar de una bandada de loros», «vi la erupción de un volcán en la tele y me traumatizó» o, simple y honestamente, «me junté con la gente equivocada». Tampoco Bélgica es precisamente un país latino, y allí encontramos el caso de aquella tierna abuelita de 79 años que en septiembre del 2017 fue multada con 4.000 euros por circular a 238 por hora. Su inocente pretexto: «Salí a dar un paseo, no podía conciliar el sueño».

Nuestra remota esquina peninsular tampoco parece exenta de la pillería, aunque el gallego se defina más por su retranca. El último caso sobresaliente, ocurrido la semana pasada, es el del paisano que fue sorprendido al volante en Mesía con una borrachera del nueve y medio. Los agentes de la Guardia Civil le hicieron soplar primero en un etilómetro de aproximación, y llevaba tal melopea que rebasó el límite. Así que tuvieron que emplear un etilómetro de precisión para hacerse una idea de lo que había bebido este individuo, que era algo que no estaba en los escritos a pesar de que el reloj marcaba aún ¡las doce y cuarto del mediodía! Cuando los agentes le preguntaron de dónde venía con semejante cogorza, se le hizo la luz y respondió que «de coger agua fresquita en la fuente». Maravilloso.

Al margen del peligro y de la barbaridad inexplicable que supone el hecho de que a estas alturas continúe conduciendo un reincidente recalcitrante como este, que ya había sido cazado por el instituto armado en similares circunstancias en enero y en julio del 2018, habrá que reconocer al menos que la excusa es antológica, y que urge ponerse a investigar sobre la singulares propiedades psicotrópicas del agua de fuego de los cristalinos afluentes del área coruñesa.